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Paz y Ciencia

martes, 15 de mayo de 2012

Cómo se construye la oscilación bipolar




Tal como entendemos el problema de la bipolaridad (y en distintos terrenos hay investigaciones que piensan en la misma dirección), este síntoma no es un fruto de una alteración de la bioquímica cerebral, especialmente de las redes dopamínica y serotonínica, ni el resultado de un funcionamiento alterado de los campos eléctricos del cerebro, ni una disfunción del sistema límbico, aunque todo ello pueda estar presente. Tampoco es el precipitado de una cierta combinación genética anómala.
La bipolaridad es un producto de una desregulación afectiva, una estrategia desplegada para enfrentar el dolor de las pérdidas y las carencias afectivas infantiles. Una reacción de la totalidad de la persona, en carne y alma, ante la ambigüedad, la confusión y la simbiosis, que implican, en su mundo inconsciente, la posibilidad de la aniquilación de su ser. En suma, el precipitado del establecimiento de una creencia equivocada en torno a la integración ambivalente de los afectos.
1. Familia con un fuerte aislamiento del entorno.
Este aislamiento es justificado, en la conciencia del grupo familiar, por razones culturales, educativas, económicas, étnicas, o bien, por enfermedades, y es percibido como algo de mucha importancia, frente a lo cual se deben desarrollar esfuerzos de sobreadaptación para lograr la aceptación social.
2. Niños educados en la dependencia.
Educados, por los padres, en "la escuela" de la dependencia extrema de las opiniones externas, están devaluados como personas individuales, ya que sienten que sus logros solo tienen importancia en la medida en que elevan el prestigio familiar.
3. Madre y padre.
La madre es, en general, percibida  por el niño como la fuerte y el referente de autoridad, mientras que el padre es visto cmo afectuoso pero débil y, a veces, como fracasado aunque realmente no lo sea. Es común que la madre sea ambiciosa y desvalorice los logros y la personalidad del padre.
4. Expectativas de los padres.
Desde la concepción, sus padres demuestran un deseo de aceptarlo, cuidarlo y protegerlo. Sin embargo, este deseo está dictado más por una exigencia moral que por un verdadero sentimiento de entrega. Pero lo cierto es que quieren dar a su hijo todo aquello que colme sus necesidades.
De este modo, lo educan en "la escuela de la receptividad y la pasividad" y el niño se hace fuertemente dependiente del suministro afectivo (sobre todo) de la madre. Esta dependencia se extiende luego a la totalidad de los adultos significativos y a los valores que estos transmiten, y lo lleva a desarrollar una conducta de "complacer a los demás".
5. Relaciones padres / hijo.
Los primeros tiempos de vida están, entonces, caracterizados por la presencia de una madre sobreprotectora y un alto grado de bienestar, satisfacción y nutrición que dan al bebé seguridad y confianza.
A medida que el niño crece va adquiriendo autonomía, en movimiento y pensamiento, y se va volviendo rebelde. Esto genera en la madre sentimientos de incomodidad y rechazo, que la llevan a un cambio en su relación con el hijo. De ser una persona maternalmente abnegada y cumplidora, pasa, de modo abrupto, a ser una madre exigente.
Esta actitud materna transforma radicalmente el universo del niño. La madre continúa cuidándolo pero comienza a demandar obediencia. El niño recibe afecto y cuidado siemrpe que acepte las exigencias de sus padres y viva de acuerdo a sus mandatos.
La consecuencia es que el niño comienza a sentirse ansiosos y confundido. Y surge, entonces, su problema central, que consiste en no poder integrar las dos imágenes opuestas que se le revelan, ahora, de su madre. Por una parte, la percibe como una persona bondadosa, cordial, tierna y, por otra, como poco afable, dura y exigente.
Se produce entonces un fracaso en la confluencia de estos dos aspectos complementarios de la madre, y esto le impide al niño el acceso a la experiencia de la ambivalencian -que es la condición, para cualquier persona, de alcanzar un equilibrio emocional saludable-, y lo va volviendo incapaz de ver la realidad, tal cual es, en su totalidad.
Esto implica que los sentimientos positivos y negativos dirigidos hacia la madre y los correspondientes aspectos yoicos del niño empiecen a funcionar desintegradamente; a partir de este momento, estos sentimientos opuestos y desintegrados comienzan a llevar existencias paralelas, de la extrema inestabilidad emocional. Ya adulto y en medio de una relación sentimental, bien podría hacer suyos estos versos de Juan Gelman: "Aparto el amor con la derecha, / la locura con la izquierda, / para que no se mezclen por tu culpa".

Por lo tanto, los bipolares parecen tener, para el común de las personas, dos identidades diferentes (una bondadosa y otra destructiva), pues en cada extremo de su oscilación bipolar cada una de estas dos facetas de su personalidad está reflejado, precisamente, los aspectos opuestos, separados y disociados de su Yo.

6. Los resultados de la falta de integración.
Habitualmente, y como fruto de este proceso, el niño termina adaptándose a las expectativas de sus padres, viviendo de acuerdo con ellas, no importándole el costo que esto le implique. Su sensación es que solo obedeciendo puede lograr conseguir el amor que gozaba cuando bebé, o por lo menos, mantener el que está recibiendo en este momento, ya que, si no lo hace, va a ser castigado y la madre dejará de amarlo. Desde luego, no reflexiona ni especula acerca de todo esto, pero lo vive y lo padece.
Toda esta dinámica produce en el niño complejos sentimientos de ira contra esos padres, que se manifiestan en rabietas, travesuras o enfermedades psicosomáticas (en especial, pero no excluyente, del sistema respiratorio y digestivo).
La bronca, la hostilidad, el resentimiento, actuados o fantaseados, hacen nacer, a su vez, culpa, remordimiento y desvalorización, y se establece, así, un círculo vicioso entre el amor y el odio, que sirve de base para la futura formación de una estructura bipolar.
Lo interesante es que esto se conforma dentro de dos creencias: una, "es un círculo del cual no puedo escapar" y dos, "esto me sirve para mantener separados, sin unir nunca, estos sentimientos".
7. El niño y los otros.
Con todo este equipaje a cuesta igualmente el niño bipolar suele destacarse en su medio, ya que posee cualidades y talentos singulares. La familia suele considerarlo, en su imaginario, como el "más capaz" de sus miembros y en él están puestas todas las ilusiones. Esto lo coloca en un lugar especial dentro de su grupo, lo cual representa una carga adicional de responsabilidades.
A su vez, esta posición puede originar reacciones hostiles en los otros (celos, rivalidades y envidia), y el niño bipolar, que no puede enfrentar tales afectos, adopta una conducta de modestia, humildad y timidez, tratando de no destacarse y estando siempre a la expectativa de lo que los otros piensan y desean, como si quisiera aplacar una posible agresión. En cada día de la vida del niño bipolar -podríamos decir, casi sin exageración y citando a Borges-: "No hay un instante que esté cargado como un arma".
Esta máscara defensiva termina por engrendrar insatisfacción, tortura interior y desconocimiento de sí mismo ["¿Por qué la primavera se hiela? / ¿Por qué bebiendo siempre tengo sed? / Pregúntalo a las fases de la luna. Yo no lo sé". (Alfonsina Storni)], así como conductas inauténticas que lo llevan a establecer vínculos condenados al fracaso, el tedio o la falta de placer. Se convierte, en definitiva, en un ser atormentado.
Finalmente, el mito de tener que ser "especial y diferente" signifca, para el niño, tener que pagar, de adulto, un elevado precio: el sufrimiento bipolar, que no lo abandonará en ningún momento y que lo marcará en todas las áreas de su vida.
Hay que agregar, además, un punto importante: tal secuencia de sentires y "vivires" (dependencia, receptividad, disociación) hace imposible la construcción de un eje referencial sobre el cual el paciente podría girar, con certeza, su vida y sus límites. Pues en su niñez, en lugar de haber aprendido seguridad, firmeza, determinación y permanencia, ha asimilado inseguridad, inconstancia, indecisión e impermanencia.
Al bipolar es como si le faltara columna vertebral y le sobran pulmones, porque le sobra movimiento (pulmones) y le falta equilibrio (columna vertebral). Por otra parte, la dependencia lo ha privado de la autonomía, y cuando los soportes "ortopédicos" sobre los cuales se sostiene (reconocimientos, éxitos, sobreprotección) se mutilan, su base de sustentación se derrumba y él no sabe hacer otra cosa más que oscilar.
Puestas sobre blanco y negro algunas de las regularidades de la vida del bipolar, podemos apreciar, ahora, el hecho de que la oscilación opera como una estrategia defensiva frente al acercamiento de los polos afectivos del amor y el odio, de la tristeza y la manía.

Eduardo H. Grecco: "Despertar el Don Bipolar". Kairós, 2012, Barcelona. Pp.: 40-45

Rodrigo C.: Tengo que decir que dibujar un perfil de la persona bipolar es algo arriesgado, puesto que no es todo lo que está y hay cosas que son que no están. Decir que cada sujeto es singular, tenga o no diagnóstico.l Esto puede pensar cualquier lector con esta "rúbrica" médica-psicológica.
Además, hay que añadir, que muchas de estas cuestiones son características de la génesis de otras patologías y también de personas que viven con "normalidad social". O, incluso, con satisfacción. Recalcar que Grecco es Terapeuta argentino que vive actualmente en México y que, se podría decir, "disfruta" del "Don Bipolar". Su anterior libro es "La Bipolaridad como Don". Además ha escrito otros muchos textos.

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