PEACE

PEACE
Paz y Ciencia

martes, 23 de septiembre de 2008

La Niña de los Sueños XXXVII


Y allá abajo, descalza, con los pies húmedos sobre la madera, cada pequeño movimiento hacía crujir el suelo, todo temblaba, el suelo parecía que iba a tragarle. Ese señor desdentado desapareció sonriente, no sin antes lanzar una mirada algo displicente a la muchacha, como si él fuese de una moral superior. Un hombre sin agallas, sin escrúpulos, pensó la muchacha en un alarde de lucidez. Su padre se dirigió a ella mirando al suelo, hablando en voz baja, pidiendo tranquilidad, rezando o quizás suplicando que lo sucedido fuera una ilusión. Con la mano sudorosa apartó el pelo de la cara de su hija con suavidad, le acarició y se acercó despacio para besarla en la mejilla. Ella rompió a llorar, le abrazó y le dijo que sentía mucho lo que había sucedido, que le diera un poquito de tiempo para explicarle que había pasado, que le quería mucho y le respetaba, que lo que había hecho no era para hacer daño a nadie sino por ella misma, por su libertad, por reafirmarse en quien sabe qué. La muchacha le prometió que al día siguiente tendría un escrito de las razones que le habían llevado a esa conducta. Que probablemente había sido un poquito de amor encontrado fuera y un poquito de futilidad y hastío encontrado dentro de si. De esto último no le hacía responsable, apuntó. El padre pareció aliviado. Asombrosamente abierto y calmado su papá mantuvo la serenidad le tomó del brazo y le ayudó a subir las escaleras, pidiendo a la Institutriz que le subieran a su alcoba algo de comida para estas horas de refugio, tan usuales, y hasta el momento tan polémicas en ese hogar. La niña se giró, esbozó una sonrisa, se desprendió del brazo de su padre con cariño y continuó hasta la puerta de su habitación donde durmió rotundamente.

No hay comentarios: