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Paz y Ciencia

viernes, 19 de septiembre de 2008

Melancolía&Trastorno Depresivo Mayor



(Alberto Durero-Melancolía,Melencolia I o Melancholia, 1514 )
Melancolía y Psicoanálisis

La melancolía sigue siendo en nuestros días una afección difícilmente clasificable, tanto en psiquiatría como en psicoanálisis. A veces diferenciada de la psicosis maníaco-depresiva (PMD), otras asimilada a ésta (un autor como E. Kraepelin mantendrá su forma singular hasta la 8º edición de su Psiquiatría, de 1913), suscitó en los alienistas, y en particular en los alienistas franceses del siglo XIX (É. Esquirol, H. Dagonet, A. Foville), un gran interés y una gran desconfianza simultáneos, debido a la imagen romántica que no deja de evocar. Es conocida la preferencia de Esquirol por el término «lipemanía» (lype: tristeza) o «monomanía triste», en lugar de «melancolía» que él cedía en consecuencia a los moralistas y a los poetas. Ahora bien, a pesar de este rechazo, eso significaba ya hacer de la melancolía una identidad nosográfica específica, cercana a la forma unipolar que se le reconoce actualmente y que encontramos bajo la denominación de «depresión endógena». Por otra parte, y siempre desde el punto de vista de la psiquiatría, los criterios actuales del DSM III, que consideran la melancolía como una subcategoría de la «depresión mayor», podrían perfectamente remitir a los mismos criterios que hicieron vacilar a Kraepelin acerca del estatuto que había que acordar a la PMD. De modo que avances y retrocesos en la definición de la melancolía y en el reconocimiento de su carácter específico puntúan la historia de la enfermedad. Esa historia, si bien remite a la tradición órgano psíquica por el lado de la psiquiatría francesa, en el sentido de que, según lo enseñaba G. Dumas, la melancolía nunca era otra cosa que la conciencia del estado del cuerpo, también remite a una tradición más rica por el lado de la psiquiatría alemana, en cuanto, como lo demostraron H. Emminghaus y H. Schille, ella dependía de ese famoso movimiento helicoidal del «pensamiento sobre el pensamiento», precursor de la «hemorragia interna» y del «vaciamiento del yo» freudianos.

En efecto, el interés de Freud por la melancolía, que él incluye en 1924 («Neurosis y psicosis») en la categoría de las «neurosis narcisistas», categoría distinta de las de neurosis y psicosis, tiene que ver necesariamente con el contexto alemán de los grandes tratados de psiquiatría y, en este marco, con la atención prestada al discurso de los enfermos en la estela del pensamiento de J. Herbart. Además, Freud subrayó en primer lugar, y desde 1895, en los manuscritos E y G de las cartas a Fliess, esa gran tensión o excitación sexual psíquica (psychische Sexualspannung o Liebespannung) propia del enfermo melancólico, que parece abrumarlo a tal punto que termina por cavar una especie de agujero (Loch) en el psiquismo, por el cual se derrama y se pierde sin cesar la energía sexual psíquica, en otras palabras, la libido. Esta explicación metapsicológica anticipada, con la cual Freud distingue también la melancolía de la neurastenia, en la que sitúa el derrame de la energía sexual en lo somático, converge todavía con la preocupación de presentar la melancolía como una organización psíquica singular, de la que faltaría reconstruir la génesis metapsicológica.


La inhibición generalizada y la imagen del agujero


Es conocido el estado de postración típico del enfermo melancólico y la inhibición generalizada que él indica. La expresión consagrada de «anestesia psíquica» califica bien esta apatía a la que parece resignado el enfermo, al que nada puede afectar. A diferencia del sujeto depresivo, el sujeto melancólico no intenta siquiera aliviar su sufrimiento, y con gran frecuencia cae en un profundo mutismo. Ha nacido con mala estrella, y está determinado por la fatalidad; la realidad le es definitivamente hostil, y lo llevará inevitablemente a la catástrofe si llega a investirla de alguna manera. El sujeto melancólico se distingue también del sujeto depresivo porque en general este último no sólo identifica el origen de su mal, sino que incluso y sobre todo mantiene con el prójimo una relación afectiva que se expresa en la queja y la agresividad. El sujeto melancólico, en cambio, piensa que todo ha sido siempre así, y no puede entrever ninguna causa a su estado. Fuerte en una verdad que él afirma poseer, y que apunta al sin-sentido de la vida, presenta un tipo de discurso muy original, centrado en una lógica puramente formal, sin que nunca se transparenten las representaciones o los afectos correspondientes. El razonamiento se cierra sobre sí mismo y recomienza indefinidamente en la condena de un futuro totalmente determinado por el pasado. «Puesto que ha sido... es y será siempre así»; la antigua lógica de los megarenses podría servir de modelo a esta racionalización patológica que, como objetaba Aristóteles, confunde la «cosa en acto» con la «cosa en potencia»; en otras palabras, confunde la realidad efectiva con la lógica de lo posible. Este modo de razonamiento circular refuerza en el plano del discurso la imagen del agujero característica de la melancolía, al insistir sobre el aspecto repetitivo del movimiento en remolino propio de la organización psíquica del sujeto.

«El complejo melancólico se comporta como una herida abierta que atrae hacia sí energías de investiduras de todas partes (las energías que, en las neurosis de transferencia, hemos denominado "contra-investiduras"), y vacía el yo hasta empobrecerlo por completo.» Desde la hemorragia interna de las cartas a Fliess hasta el vaciamiento del yo de «duelo y melancolía», se trata entonces del mismo «remolino que cava», y que da incluso al discurso melancólico su forma y su mecanismo. Ahora bien, si en el manuscrito G se comprende que la energía sexual psíquica se derrama como por un agujero a falta de representaciones sexuales suficientes, representaciones que, proyectadas sobre el objeto exterior, hacen posible su investidura, esta misma carencia de representaciones se encuentra en el formalismo del discurso melancólico, cuya figura circular cumple oficio de borde. ¿A qué referir esta figura y este mecanismo, a qué modelos psicopatológicos remiten? El modelo habitualmente evocado es el del duelo, que presenta el mismo estado afectivo, sin que por ello surja de la misma dinámica psíquica. En efecto, el sujeto en duelo puede presentar el mismo estado de postración y el mismo rechazo del mundo que el melancólico, con la diferencia de que ese estado finalmente llega a un término, y él recupera entonces su apego a la vida. Se podría decir que el melancólico vive en un estado de duelo perpetuo, o incluso que la melancolía se asemeja a un duelo que no termina; la melancolía explica además algunas características propias del enfermo, como las autoacusaciones o las injurias que se dirige a sí mismo y que no aparecen en la persona en duelo.



Duelo y melancolía


Pero los criterios más decisivos que distinguen la melancolía del duelo dependen de la reconstrucción metapsicológica, y conciernen a la relación del sujeto con el objeto perdido. Por ejemplo, si bien por lo general se entrevé el objeto de la pérdida (individuo, proyecto, ideología), ciertos desencadenamientos de la enfermedad siguen siendo oscuros. «Por otra parte -escribe Freud-, éste podría ser incluso el caso cuando la pérdida que ocasiona la melancolía es conocida por el enfermo, que sabe sin duda a quién ha perdido, pero no qué es lo que ha perdido en esa persona. Esto nos llevaría a relacionar de una manera u otra la melancolía con una pérdida del objeto que es sustraída a la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual nada de lo que concierne a la pérdida es inconsciente.» Y un poco más adelante, en «Duelo y melancolía», Freud formula la hipótesis de que la ambivalencia inconsciente que se suma a toda relación de amor libra sus batallas en el reino de las huellas mnémicas de cosas [sachliche Erinerungspuren] es decir, en el inconsciente, y que en el duelo, a diferencia de la melancolía, estos procesos se expresan y resuelven pasando por las huellas mnémicas de palabras, es decir, por el preconsciente, hasta la conciencia. En la melancolía, esta vía parece bloqueada (gesperrt), y la enfermedad remitiría más a un desfallecimiento del yo de orden traumático que a una fijación de la libido en un tipo de relación de objeto. Se trataría entonces de una regresión narcisista, regresión en cuanto a la organización del yo, que, a diferencia de la regresión libidinal, conduce al enfermo a retirarse del mundo exterior y a desprenderse de todo objeto de investidura.

Ahora bien, aunque el estado de postración del sujeto ilustra bien este modo de regresión, el objeto perdido escapa a la desafección general respecto de la realidad, para adquirir, por el contrario, una dimensión cada vez mayor. En efecto -y ésta será la originalidad del análisis freudiano para el que un autor como Abraham ya había abierto el camino-, todo ocurre como si el sujeto melancólico hubiera introyectado el objeto, como si lo hubiera incorporado en el sentido canibalístico del término, y esto al punto de borrarse en beneficio de ese objeto. Asimismo, todos los reproches e injurias que el sujeto se dirige a sí mismo, en realidad apuntan al objeto perdido incorporado; además, el pasaje al acto suicida significaría el último intento del sujeto de desembarazarse del objeto, derechazarlo, de matarlo. Ese modo de relación conservado con el objeto sólo interesa al yo del sujeto, y se relaciona con lo que Freud llama la identificación narcisista, que, a diferencia de la identificación histérica, exige que sea abandonada la investidura de objeto. Freud describe el proceso como sigue: «La sombra del objeto cae así sobre el yo, que puede entonces ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el objeto perdido. De esta manera, la pérdida del objeto se ha transformado en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la pe rsona amada se ha convertido en una escisión entre la crítica del yo y el yo alterado por identificación». En otras palabras, una vez introyectado el objeto, la crítica del yo, es decir, el superyó, puede considerar al yo con los rasgos del objeto perdido, y tratarlo como se trata a un objeto ante el cual la ambivalencia fundamental ha dejado lugar al odio. La melancolía aparece por lo tanto como una afección narcisista por excelencia, en la que el conflicto intrapsíquico se juega entre el yo y el superyó.



El desfallecimiento de la imagen especular


Si bien Freud, siguiendo el ejemplo del afecto del duelo, entrevió el proceso de la melancolía desde el punto de vista metapsicológico e hizo de esta afección una entidad nosográfica por derecho propio (1924), no respondió enteramente a la cuestión de la «elección de la neurosis», que legitima el hecho de que el sujeto se entregue a un tipo u otro de enfermedad. Ahora bien, dos observaciones de Freud en «Duelo y melancolía» podrían dar nuevo impulso a esta investigación: por un lado, el melancólico sabe a quién ha perdido, pero no lo que ha perdido en el objeto que desapareció, y, por el otro, parece aproximarse a la verdad más que los otros, a esa verdad cuya proximidad necesariamente enferma. Y sin duda se trata además de esa verdad que se expresa en el discurso melancólico con la forma de argumentos filosóficos tales como «de todas maneras no hay sentido, no hay verdad, y por lo tanto no vale la pena hacer nada», etc., etc. El sujeto se hunde en una apatía mórbida que le hace repetir indefinidamente las mismas declaraciones con una voz neutra, sin ninguna entonación particular. El tenor general de sus dichos, que coinciden con preocupaciones filosóficas comunes, no reclama desde luego una refutación; la atención del psicoanalista se dirigirá más bien a la posición del sujeto que, así expresada, se habrá reconocido como una figura particular de la castración. El melancólico afirma la castración al subrayar el sin-sentido inherente a la vida, y cree en el destino que le habría legado esa verdad mortífera al acordarle de tal modo un lugar de excepción. Se advierte que en esta posición se anudan sufrimiento y goce, y que el sujeto melancólico no está dispuesto a abandonarla sin una compensación. Queda por saber por qué ella le asegura una identidad singular, a falta quizá de otros hechos identificatorios, cuya función habría sido reforzar una imagen narcisista apenas esbozada.

Desde este punto de vista, el hecho de que el sujeto melancólico no sepa lo que ha perdido en el objeto, y que trate de resolver las consecuencias de la pérdida mediante los efectos de la identificación narcisista, indicaría que, a través del objeto, él apunta a una imagen que, si sufre la menor modificación, puede provocar su propio derrumbe. Por otra parte, en los melancólicos se observan esos tipos de apego que, ante la menor dificultad, se rompen tan súbitamente como habían comenzado, renovando en cada caso la decepción de la traición: «Me han traicionado una vez más y, de todas maneras, no podía ser de otro modo», etc. ¿En qué medida el propio sujeto anticipa la ruptura que después atribuye al otro? En esto reside sin duda la interpretación de la repetición del fracaso, en cuanto el otro se ve en la obligación de sostener los rasgos de una imagen ideal que no debe desfallecer a ningún precio. Es insostenible esta tarea de ocupar el lugar de modelo, una tarea a la cual el sujeto melancólico consagra al otro como si su identidad singular dependiera de ella. «Debe existir por una parte una fuerte fijación en el objeto de amor, pero por otra parte, y de manera contradictoria, una débil resistencia de la investidura de objeto», escribe Freud. Y explica esa aparente paradoja relacionando la elección de objeto con una fijación narcisista que permitiría a la investidura de objeto, ante la menor dificultad, regresar al narcisismo. Ahora bien, se conoce la definición. del narcisismo: amarse a sí mismo como por lo general se ama a un objeto exterior. El narcisismo supone entonces que uno se toma a sí mismo como objeto, y por ello requiere el reconocimiento de los límites del cuerpo y la apropiación de la imagen especular. La falla narcisista podría situarse en la melancolía en el nivel de la constitución de esa imagen, en cuanto ésta parece confundirse con un modelo ideal de una rigidez tal que queda definitivamente fuera de alcance para el sujeto. Y se comprende así la necesidad vital del melancólico de hacer portador de esos rasgos ideales a un otro con el que pueda identificarse.

Las instancias ideales del yo determinan entonces la dinámica melancólica, en el sentido de que el ideal del yo, como la instancia que responde a la identificación parental y social, recubriría casi totalmente al yo ideal, como instancia que responde a la exaltación de la singularidad del yo. El sujeto melancólico reforzaría esta hipótesis con la poca atención que presta a su imagen, y que puede llegar hasta el sentimiento de no reconocerse o de despersonalización (el sentimiento de desvitalización del mundo y de sí mismo parecería aquí más pertinente, como lo han subrayado los fenomenólogos V. E. Gebsattel, L. Binswanger y, más recientemente, H. Tellenbach). Para transcribir en términos metapsicológicos esta patología de la imagen especular propia del sujeto melancólico es necesario recurrir al modelo dinámico del estadio del espejo de Lacan, que pone en juego, a los fines de la explicación, una identificación doble: la identificación con la forma de la especie, por una parte, a través del rostro de la madre (ideal del yo), y por otro lado la identificación con el reflejo en el espejo (yo ideal), favorecida por el marco ya familiar de la forma del primer rostro. Ahora bien, todo sucede como si el sujeto melancólico se hubiera encontrado ante un marco vacío, en el interior del cual no había imagen, sino simplemente nada. Y sin duda, el «no soy nada» del sujeto melancólico da testimonio de esa experiencia traumática, al significar a la vez el desfallecimiento de la imagen especular y la condena del destino. Identificarse con el reflejo del espejo es además verse en función de una primera mirada posada sobre uno mismo; también depende de la mirada del otro posada sobre el niño que éste se descubra a su tumo con los mismos ojos que lo identificaron una primera vez. Y por poco que éstos hayan pasado a través del niño sin verlo, sin atribuirle los contornos que inscriben el cuerpo en el espacio, resultará de ello para él una fijación mortífera sólo con el marco vacío, sólo con el ideal del yo desesperadamente inaccesible. Lo demuestran los sueños de los melancólicos, que ponen en escena personajes «de mirada perdida en la lejanía», que el soñante trata vanamente de aferrar. Y ese vacío de la mirada, relacionado con el sentimiento de desvitalización del mundo, los incita además a buscar detrás de las cosas, detrás de la realidad inerte, los indicios de una verdad oculta. Ahora bien, detrás del marco vacío, en otras palabras, detrás del espejo, no hay nada. Lacan subraya precisamente en tal sentido, en el Seminario X, sobre la angustia, la identificación con el nada [le rien] de los melancólicos como una identificación con lo que no pertenecería al registro especular, y que explicaría la forma frecuente de los suicidios melancólicos por defenestración.



El negativismo melancólico: una «denegación de intención»


A falta de una imagen narcisista suficientemente afirmada, el sujeto melancólico encuentra el nada que lo define. Y sin duda, para retomar la interrogación freudiana, se ha acercado demasiado a esa verdad que enferma, que echa por tierra la falsa seguridad de la identidad al denunciar la naturaleza ilusoria del yo. Pero si el descubrimiento de la ilusión yoica depende también del trabajo de la cura analítica, que provoca lo que se coincide en considerar como «estados melancólicos» o «momentos de melancolización», la especificidad de la organización psíquica melancólica no queda por ello cuestionada. El sujeto melancólico no se ha entregado jamás a la ilusión a la cual se consagra la neurosis, y lo prueba la identificación con el nada, así como la experiencia vivida de una realidad desvitalizada. Víctima de traiciones sucesivas, continúa viviendo bajo el golpe de una catástrofe, cuyos efectos de ruptura anticipa, efectos que remiten a una patología del abandono. Y el negativismo tan a menudo evocado en este sentido -negativismo que J. Séglas, criticando a J. Cotard, no mantiene como un síntoma exclusivo de la melancolía- consistiría para el sujeto en preservarse de un retorno posible de la catástrofe original, rehusando toda investidura de objeto capaz de provocarla. El sujeto melancólico desmiente entonces que la realidad conserve algún interés, y su actitud da motivo para pensar en una figura particular de la negación, distinta tanto de la renegación (Verleugnung) como de la forclusión (Verwerfung). En efecto, el sujeto no niega la realidad perceptual ni tampoco hace como que ella no existe; más bien reconoce los beneficios que aporta a los otros, relacionando consigo mismo la vanidad de todas las cosas y la fatalidad que lo persigue de tener que develarla tan lúcidamente. Entonces, se podría inventar la expresión «renegación [den] de intención» para caracterizar este tipo de negativismo que se basa precisamente en la intencionalidad de la relación con el mundo del sujeto, en el sentido de que éste no niega la existencia de la cosa, sino que ella pueda concernirle en algo. En esta repetición furiosa del apartamiento de toda investidura se revela con evidencia la actividad de la pulsión de muerte, que el placer regresivo de negar refuerza. Para Lacan, el melancólico está en lo simbólico; del lado del ser están las autoacusaciones; del lado del tener está la ruina, y el «no soy nada» expresa perfectamente esta doble posición (Seminario VIII, sobre la transferencia). Se concebirá entonces que haya que revisar la nosografía psiquiátrica tradicional relacionada con la melancolía, pues ésta no puede quedar asimilada a la psicosis sin que se preste más atención a la organización psíquica particular que ella refleja. Y se hará bien en conservar la categoría freudiana de «neurosis narcisistas» para calificar una afección tal, que desprende al sujeto de la realidad, no desde el punto de vista de la percepción, sino desde el punto de vista del afecto, sin que se trate sin embargo de represión ni de desmentida.

Sin duda Lacan indica además una vía de investigación cuando evoca, en el plano metapsicológico, un punto de convergencia entre duelo y melancolía susceptible de aclarar la naturaleza de la catástrofe postulada en el origen de la enfermedad; cierra el seminario sobre la transferencia con esta interrogación, y se advertirá que no es anodino concluir un seminario sobre la transferencia evocando la desafección melancólica: «Se trata de lo que yo llamaría, no el duelo, ni la depresión por la pérdida de un objeto, sino de un remordimiento de cierto tipo, desencadenado por un desenlace que es del orden del suicidio del objeto. Un remordimiento, en consecuencia, a propósito de un objeto que ha entrado, por algún título, en el campo del deseo, y que ha desaparecido, por su cuenta a por algún riesgo corrido en la aventura». De modo que, apenas introducido en el campo del deseo, suspendido del deseo del Otro, el sujeto melancólico se habría visto enirentado a la súbita desaparición o desafección de este último, de tal manera que no pudo más que identificarse con el nada como único resto del Otro. Paradójicamente, el significante «nada» explica la huella dejada por el Otro y garantiza al sujeto melancólico su inscripción en la cadena simbólica. Así, más bien que negarla, afirma la castración, desde que el Otro no está a la altura del modelo ideal del que él lo hace portador; de traición en traición, el melancólico repite la catástrofe original que ignora, pero cuyos efectos percibe en la falla que señala en el Otro.

Que el Otro no pueda referirse a un Otro, o bien, que no hay Otro del Otro, para retomar la expresión de Lacan, es algo que alimenta el enunciado melancólico de un sujeto que el Otro ha dejado en suspenso en el momento en que él se iniciaba en la dialéctica del deseo. De modo que en la génesis de la melancolía se trata de la interrupción de un movimiento, de un movimiento in statu nascendi que deja al sujeto víctima del anonadamiento. Y se concibe fácilmente que la defensa primaria contra un trauma tal se erija sobre el rechazo de toda investidura de la realidad, a falta de otra representación imaginaria que la de la evidente insuficiencia del Otro en el plano del tener, y de sí mismo en el plano del ser. Finalmente, ignorando que continúa sucumbiendo a los efectos de la catástrofe original, al sujeto melancólico no le queda más recurso que remitirse a un destino al que atribuye la omnipotencia del Padre mítico, y detrás del cual se perfila la crueldad de un superyó arcaico. Al remitirse de este modo al destino, el melancólico acepta retomar sobre sí la falta ignorada de las generaciones, que le asegura el lugar de excepción que ocupa en el orden de la verdad, así como mantiene su lenguaje en el orden simbólico bajo los auspicios de una alternativa absoluta: el ideal o la muerte.
Gerardo Herreros http://www.herreros.com.ar

Tastorno Depresivo Mayor

A. Presencia de cinco (o más) de los siguientes síntomas durante un período de 2 semanas, que representan un cambio respecto a la actividad previa; uno de los síntomas debe ser 1 estado de ánimo depresivo o 2 pérdida de interés o de la capacidad para el placer.

Nota: No se incluyen los síntomas que son claramente debidos a enfermedad médica o las ideas delirantes o alucinaciones no congruentes con el estado de ánimo.

1. estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi cada día según lo indica el propio sujeto (p. ej., se siente triste o vacío) o la observación realizada por otros (p. ej., llanto). En los niños y adolescentes el estado de ánimo puede ser irritable
2. disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas las actividades, la mayor parte del día, casi cada día (según refiere el propio sujeto u observan los demás)
3. pérdida importante de peso sin hacer régimen o aumento de peso (p. ej., un cambio de más del 5 % del peso corporal en 1 mes), o pérdida o aumento del apetito casi cada día. Nota: En niños hay que valorar el fracaso en lograr los aumentos de peso esperables
4. insomnio o hipersomnia casi cada día
5. agitación o enlentecimiento psicomotores casi cada día (observable por los demás, no meras sensaciones de inquietud o de estar enlentecido)
6. fatiga o pérdida de energía casi cada día
7. sentimientos de inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados (que pueden ser delirantes) casi cada día (no los simples autorreproches o culpabilidad por el hecho de estar enfermo)
8. disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, o indecisión, casi cada día (ya sea una atribución subjetiva o una observación ajena)
9. pensamientos recurrentes de muerte (no sólo temor a la muerte), ideación suicida recurrente sin un plan específico o una tentativa de suicidio o un plan específico para suicidarse

B. Los síntomas no cumplen los criterios para un episodio mixto.

C. Los síntomas provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.

D. Los síntomas no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p. ej., una droga, un medicamento) o una enfermedad médica (p. ej., hipotiroidismo).

E. Los síntomas no se explican mejor por la presencia de un duelo (p. ej., después de la pérdida de un ser querido), los síntomas persisten durante más de 2 meses o se caracterizan por una acusada incapacidad funcional, preocupaciones mórbidas de inutilidad, ideación suicida, síntomas psicótícos o enlentecimiento psicomotor.

Criterios para el diagnóstico de F32 Trastorno depresivo mayor, episodio único (296.2)

A. Presencia de un único episodio depresivo mayor.

B. El episodio depresivo mayor no se explica mejor por la presencia de un trastorno esquizoafectivo y no está superpuesto a una esquizofrenia, un trastorno esquizofreniforme, un trastorno delirante o un trastorno psicótico no especificado.

C. Nunca se ha producido un episodio maníaco, un episodio mixto o un episodio hipomaníaco.

Nota: Esta exclusión no es aplicable si todos los episodios similares a la manía, a los episodios mixtos o a la hipomanía son inducidos por sustancias o por tratamientos o si se deben a los efectos fisiológicos directos de una enfermedad médica.

Codificar el estado del episodio actual o más reciente.

Queridos lectores, después de este contraste lingüístico, epistemológico y científico el terapeuta se plantea que cómo se puede encontrar en la red tan fácilmente los criterios DSM para las enfermedades, alimentando la hipocondriasis y la desinformación. Bien, aunque es inevitable que haya inclinaciones hacia formas de pensar determinadas, dadas por el estilo de cada cual, es justo reconocer que estos criterios simples y sospechosos proclamados por la A.P.A. son necesarios para el avance de estas ciencias. Ahora bien, sigamos recordando a Hipócrates y a Gregorio Marañón: No existen enfermedades sino enfermos.
Qué obtuso resulta este sistema taxonómico, qué pobre, aunque útil, sin duda...

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