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Paz y Ciencia

miércoles, 21 de abril de 2010

Psicoanálisis y arte: Todos somos borderline, de Freud a Stieg Larsson



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De Elisabeth von R. a Lisbeth S.: todos somos borderline

Por Yago Franco
yagofranco
@elpsicoanalitico.com.ar

“Todos somos borderline”. Hace 10 años estas palabras aparecieron en un texto (Clínica psicoanalítica en la crisis: resignación y esperanza), en referencia a cuestiones que se presentaban en la clínica, y que me llevaban a reflexionar además sobre la actualidad de la cultura y de la subjetividad. Apenas volveré sobre parte de lo allí enunciado. La década transcurrida permitió observar la pertinencia de muchas de las hipótesis allí esbozadas.

Avance de la insignificancia: idea-concepto de Cornelius Castoriadis, que hace referencia a un estado de destitución del sentido social, sentido que es a la vez indispensable para la construcción de sentido por parte de la psique. Ese sentido socialmente instituido oficia de cemento que mantiene unida a una sociedad. Es una producción del imaginario socialinstituyente[1] que crea así un mundo simbólico que será habitado por los sujetos. Si ese cemento es rígido, inestable, débil, si está en desestructuración o ha caído, no dejará de tener efectos sobre la psique en su capacidad de construir su propio cemento, que hace - entre otras cuestiones - a las fronteras intra e intersubjetivas.

Fronteras, bordes: las llamadas patologías de los bordes justamente tienen que ver con fallas en los mismos. André Green sostiene que hay que buscar fallas en el objeto de origen - por su intrusiva presencia o su denodado abandono - para poder entender que frente a dicha falla se ponen en juego diversas defensas: descarga en el cuerpo (psicosomática), pasaje al acto, adicciones, desinvestimiento del mundo. Extiendo esta idea a que para la psique es indispensable la existencia - lo que sostenía arriba - de un mundo social de sentido para poder constituir el propio. Tarea de inmersión en un mundo simbólico que está en manos del otro en el origen de los tiempos del infante, y que luego debe hallar en las diversas instituciones de la sociedad (escuela, trabajo, las significaciones referidas a la moral, la ética, el orden de sexuación, las miras de la sociedad, etc.) su continuación. Sentido que es a su vez tomado por la psique y traducido, recreado, metamorfoseado en un sentido propio. La sociedad al fallar en donarles a los sujetos un sentido investible, puede producir lo que denominé como un estado borderline artificial, que se produce en un más allá del malestar en la cultura, diferenciado del malestar en la cultura debido al ataque que hace al yo de los sujetos.

De allí esta provocadora enunciación: avanza la insignificancia: todos somos borderline. Es decir: si el mundo de sentido no cumple con su función orientadora para la psique, las fronteras de esta se pueden ver afectadas. El mundo de sentido es ese magma de significaciones enlazadas a - ni más ni menos - modelos identificatorios y modos de conducir el mundo pulsional de los sujetos. El sujeto crea su propio sentido en esa zona de entrecruzamiento entre su historia, su imaginación radical, el sentido socialmente instituído y lo actual de su vida (que incluye la vida y acontecimientos sociales, sus lazos con otros, etc.).

Debe entenderse entonces que no utilizaré - como no lo hice entonces - a lo denominado borderline como una entidad clínica, sino como una vía para entender un modo de ser de la psique, para entender su dificultad en establecer fronteras sea al interior de sus estratos, tanto como con el mundo (en el que están los otros). Para avanzar en esta idea, haremos un recorrido histórico, recorrido que - adelanto - pondrá a la discusión lo siguiente: allí donde la neurosis era un modo de estructuración de la psique afín a un modo de ser de la sociedad, encontramos por lo menos formas mixtas donde lo denominado borderline es ilustrativo de nuevas estructuraciones ... o desestructuraciones. Allí donde encontrábamos a eros, hoy nos topamos con tánatos, en una convivencia en la que el segundo podría estar ganando la partida.

Una comparación - odiosa como todas, pero orientadora - entre dos heroínas nos permitirá avanzar en nuestro camino.


Elisabeth, 1900

Elisabeth von R. es en buena medida coautora del método analítico, ya que con ella Freud implementa la asociación libre - y su sintomatología histérica es representativa no solo de su historia y avatares edípicos, pulsionales y deseantes, sino que está finamente anudada a significaciones de su época, que ha pasado a la historia como aquella regida por la moral victoriana. Promotora de una moral sexual cultural que para Freud ayudaba a producir una nerviosidad moderna (Freud, 1908). Elisabeth von R. se encontraba atrapada en un deseo detenido por la represión, cuestión metapsicológica no del todo separable de la represión del ejercicio de la sexualidad que dicha moral propugnaba, ligada a modelos identificatorios y modos de satisfacer/desviar el mundo pulsional. La época mostraba sus marcas en reprimidas, frustradas y frustrantes histéricas y obedientes y eficaces obsesivos que, de paso, reproducían un orden social que los “necesitaba” así. Sin respetar a rajatabla a las distintas clases sociales, un modo de ser mujer y de ser hombre se reproducía atravesándolas, por supuesto que con diversas metamorfosis pero en general respetando determinada manera de conducir el mundo pulsional e identificatorio.

Predominaba la represión como uno de los destinos de la pulsión que habita en el deseo, retornando este bajo la forma de síntoma conversivo, que, interrogado, develaría la verdad del deseo. Algo fundamental para lo que aquí desarrollaremos, es recordar que la pulsión - para ingresar a la psique - debe hallar representantes en ésta: ellos son las representaciones y los afectos. Son los que han sido denominados representantes representativos de la pulsión.

Si las significaciones de época deciden sobre el destino de las pulsiones, lo hacen, por lo tanto, sobre sus representantes en la psique: las representaciones y los afectos.Cada época propone caminos posibles para dichos representantes, como un modo social de conseguir un cemento que permita a la sociedad cierta unidad. Podemos decir que las significaciones de época imponen modos de representar, sentir y hacer. O que no hay modo de representar, sentir, hacer que no sean – en su mayor medida- sociales e históricos.

Lisbeth, Millenium

La historia parece estar mostrándonos modos regresivos, degradados y también probablemente nuevos y de porvenir incierto, del mundo afectivo y representacional, debido a los destinos que impone al mundo pulsional. Ya no al modo de la histeria - o incluso, ya no histerias al modo de Elisabeth von R.., o fobias y obsesiones - . sino más bien parece señalar el modo que encarna Lisbeth S.. Lisbeth Salander: protagonista de la película Millenium. Los hombres que no amaban a las mujeres, adaptación del libro del mismo nombre, de Stieg Larsson. Sabemos - porque el mismo autor lo ha dicho - que intenta denunciar el modo de ser de la sociedad sueca – relativo a las significaciones imaginarias presentes en la misma - , y cierto destino que le otorga a las mujeres. Y no nos parece muy alejada esa sociedad de un mundo de significaciones que circula en las sociedades occidentales, con sus particularidades, pero sin perder un sentido que es cada vez más globalizado.

Entre Elisabeth von R. y Lisbeth S. hay notables diferencias y parecidos, más allá de lo que las apariencias dejan ver. A Elisabeth von R. le fue asignado el diagnóstico de histeria, y el análisis de su síntoma llevará a interpretarlo como una defensa contra su deseo edípico hacia el padre - desplazado en un cuñado -. Elisabeth cuidó a su padre abnegadamente durante su enfermedad terminal, y luego padeció la muerte de su madre. Lisbeth S. – en cambio - ha matado (o por lo menos ha intentado hacerlo) a su padre golpeador/abusador - para vengar el maltrato que les proporcionó a ella y ha su madre (inutilizada por este para criar a Lisbeth) -, y ha sido diagnosticada por un psicólogo como personalidad antisocial, asesina potencial, esquizofrénica, y alojada en una institución acorde a tal diagnóstico, se ha prostituido en la adolescencia, está bajo libertad vigilada, y ahora transita como hacker y hace de la venganza de todo hombre que no ame (que maltrate, pervierta, asesine) a las mujeres un objetivo. Solitaria y desconfiada, inexpresiva, y a la vez cargada de odio, ejerce justicia por mano propia, en coincidencia con un mundo en cuyas instituciones los sujetos han dejado de creer. Mientras en épocas de Elisabeth von R. las instituciones (justicia, poder político, medios de comunicación, familia, trabajo, economía, etc.) eran depositarias de credibilidad, o eran combatidas vigorosamente por movimientos que buscaban instituir otro tipo de sociedad – igualitaria - , en la de Lisbeth ya no se espera nada de ellas, y a lo sumo buena parte de los sujetos intentan sobrellevar/sobrevivir el maltrato (muchas veces bajo la forma del abandono/exclusión) al que los somete. Mientras que la oposición a la sociedad parece desarrollarse sobre arenas movedizas, sin que puedan establecerse con claridad las vías para el acceso a otro tipo de sociedad, o inclusive cómo ésta debiera ser.

La hiperpresencia de la realidad

Lisbeth S. parece ignorar la verdad que se oculta detrás de sus actos: o estos están tan ligados a una historia real, que toda justificación que no se ampare en ellos puede resultarle exótica. En el acto está su verdad, y no aparecen formaciones sintomáticas. ¿Sería accesible a un análisis Lisbeth?, ¿lo demandaría?, ¿podría ubicarse en posición de padeciente, dar paso a la angustia? Antes de que dichas preguntas puedan ser siquiera formuladas, es tomada por el sistema carcelario y psiquiatrizada. Se obtura así la posibilidad de interrogar su padecimiento. Sobre qué verdad podría transmitirnos éste, sobre ella y sobre la época. ¿Cuál podría ser su aporte, como lo fue el de Elisabeth más de cien años atrás?

Podemos apreciar en Lisbeth una hiperpresencia de la realidad (histórica y actual en este caso). Es una característica de nuestra época. En nuestras sociedades, la hiperpresencia de la realidad (del cuerpo, del otro, de lo laboral, de acontecimientos sociales, etc.) parece tomar el relevo y al mismo tiempo impedir el advenimiento de la capacidad elaborativa de la psique, del trabajo de entramar y desentramar representaciones y afectos, de la actualidad y de la historia, entretejidos con un mundo deseante en el que pueden apreciarse las marcas edípicas y de los lazos originarios. Esto es una potencial dificultad para los sujetos de tramar su mundo deseante y fantasmático. Y por lo tanto de crear síntomas: en su lugar, depresiones inespecíficas, pasajes al acto, angustia generalizada (que se ha dado en llamar ataque de pánico), adicciones, afecciones psicosomáticas ...

Elisabeth von R. muestra en su sintomatología la identificación con su padre, es más, esta identificación representa un momento crucial del lazo entre ambos. En Lisbeth S. esta posibilidad está ausente. Ha transitado una infancia marcada por la presencia de un padre perverso que ha causado accidentes en el miramiento materno (Fernando Ulloa). Anoréxica, aislada, conectada solamente con el mundo virtual, sin amistades (salvo su amigo hacker, denominado “plaga”), con una sexualidad ad hoc (hétero u homosexual), llena de odio apenas contenido y bordeando el estallido - que cuando se produce replica la violencia a la que fue sometida - , con marcas diversas en el cuerpo (tatuajes, piercings), parece poder entrar y salir de situaciones-límites como quien oprime un switch.

¿La era de Lisbeth S.?

La película muestra reiteradamente cómo el afecto regresiona/degrada a pulsión. Se descarga en el cuerpo, en acto, adicciones ... También cómo el erotismo dejó el paso a una sexualidad desnuda de metáforas y de reconocimiento del otro ligado a la ternura. Mientras en Elisabeth von R. se encuentran reprimidos deseos sexuales, en Lisbeth es al revés: lo que está ausente “reprimido” es la ternura. Amor sin sexo de un lado, sexo sin amor del otro.

Y sin embargo ... Lisbeth se enamora (lo confiesa cuando le dice a la madre que no hay que enamorarse) de un hombre que ama a las mujeres, y que intenta hallar justicia allí donde estas han sido asesinadas por un asesino serial nazi. El lazo con este hombre le permite (¿por primera vez?) transitar por la ternura: visitará así a su madre recluida en un geriátrico (“debí haberlo hecho hace mucho tiempo”, reconoce).

El film plantea una cuestión inquietante: habría que ir más lejos que lo que la subjetividad del hombre amado por Lisbeth lo permite para poder hacer justicia. Ella va más lejos. Una justicia de hombres y mujeres solitarios, apartados de la burocracia estatal y de la ley, apartada de lo colectivo. ¿Es la única alternativa?

Podemos observar la alteración del lazo con el semejante (ya no parece alcanzar la serie enumerada por Freud en Psicología de las masas y análisis del yo), la crisis de la familia (burguesa), el predominio de lo digital sobre lo analógico, la presencia cada vez mayor del mundo virtual, el estar de modo permanente on line (todas cuestiones que hacen a la hiperpresencia de la realidad) la compulsión al consumo, la aceleración de la temporalidad ... Y en medio de todo ello la crisis de la significación paterna, que en la película aparece por un lado en la versión bestial de lo paterno encarnada en el padre de Lisbeth, y por el otro en su compañero, el periodista/protagonista Blomkvist que es descrito por Larsson como portando estereotipos femeninos, mientras que Lisbeth porta los masculinos. Crisis de la significación paterna que no debiera confundirse con la destitución del orden patriarcal. Todas estas son cuestiones que obligan a pensar en otros modos de la subjetividad, por lo tanto del padecimiento, y como consecuencia, de la cura. ¿Donde era Emma Bovary, ha devenido Lisbeth Salander?

Todos somos borderline

La destitución del mundo simbólico, a manos de la aceleración de la temporalidad y de la preeminencia de la tecnología ligada sobre todo a la imágen - ambos factores solidarios - es una consecuencia de la aceleración de la producción y el consumo que impera en los países capitalistas, consecuencia del siempre más y de la sed de lo nuevo por lo nuevo que anida en la significación del capitalismo. Esto pone en crisis significaciones centrales. Aquellas que estaban fuertemente instituidas en épocas de Elisabeth von R., hoy están por lo menos fragilizadas. Si en época de Freud la represión social del ejercicio de la sexualidad encontraba eco en la represión psíquica exacerbada de retoños de la sexualidad infantil, hoy, la destitución del mundo de sentido va de la mano de una crisis del imaginario social instituyente - aquél que crea el mundo simbólico - y esto encuentra en la psique un correlato en dificultades en el ejercicio de la imaginación radical[2]. Los representantes representativos de la pulsión degradan, o no se producen. Los trastornos (ya no síntomas) que hemos mencionado (pasajes al acto, afecciones psicosomáticas, desinvestimiento del mundo, etc) son prueba de ello.

Si el hacer hablar a las histéricas y obsesivos permitió develar un mundo oculto, no solamente en la psique, sino en la sociedad (tenemos a la vista el cuestionamiento de la moral sexual imperante, de la sacralización de la familia burguesa, el modo de ser de la sociedad moderna, o la iglesia y los ejércitos), lo que lo borderline puede decir tiene la misma importancia, y algo de ello hemos descripto. Pero también - y el personaje de Lisbeth Salander es una muestra de ello - hay algo de positivo - o algo potencialmente positivo - que anida en una subjetividad como la descripta. Nuestra heroína (como lo fue Elisabeth) no solo denuncia un modo de ser del mundo instituido, sino que muestra algunas armas para combatirlo - más allá de su modo individualista y a-social, alejado del mundo político. En los intersticios de una sociedad en la que el miramiento está ausente, podemos hallar puntos de fractura, tal como nuestra heroína del 1900 nos mostraba en los intersticios de la represión de la sexualidad. La sexualidad misma se mostró como arma para instituir - al liberar sus retoños reprimidos, al poder liberar cadenas de significaciones atascadas en la moral que las amordazaba. ¿Hoy qué nos espera? Tal vez no lo sepamos aún. Lo que sí sabemos es que la fragilidad de fronteras es potencial fuente de creación, como lo demuestra la creación artística. En la que no corresponde hablar de fragilidad (que puede obturar la creación) sino de plasticidad, siendo sus productos sometidos a reflexión, a trabajo elaborativo. Lisbeth S. enseña - en medio de su sufrimiento por momentos no sentido como tal - la posibilidad de crear actos instituyentes de una subjetividad no adaptada al padecimiento y al sentido que lo origina, impuestos por una sociedad que mortifica con su cultura.



[1] Para Cornelius Castoriadis, es la posición (en el colectivo anónimo y por éste) de un magma de significaciones imaginarias, y de instituciones que las portan y las transmiten. Es el modo de presentificación de la imaginación radical en el conjunto, produciendo significaciones que la psique no podría producir por sí sola sin el colectivo. Instancia de creación del modo de una sociedad, dado que instituye las significaciones que producen un determinado mundo (griego, romano, incaico, etc.) llevando a la emergencia de representaciones, afectos y acciones propios del mismo. Se debe diferenciar del término "imaginario social" que habitualmente circula, y que es sinónimo de representaciones sociales.

[2] (Castoriadis) Capacidad de la psique de crear un flujo constante de representaciones, deseos y afectos. Es radical, en tanto es fuente de creación. Implica creación, y no solo repetición, o combinaciones sobre una cantidad predeterminada y finita de representaciones. La psique tiende a interrumpir este flujo de imaginación radical, debido a las demandas de socialización; la reflexión a la que se adviene en un tratamiento psicoanalítico, permite liberarla de un modo lúcido. Con esto Castoriadis retoma la propuesta de Freud de la exigencia de figurabilidad, mecanismo previo a la condensación y el desplazamiento.

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