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Paz y Ciencia

jueves, 30 de julio de 2009

Daniel Ripesi en Espacio Potencial



Fin de la infancia,
presentación de Daniel Ripesi a los trabajos:

* Final del juego por Miguel Calvano
* Salvación por el pecado por Paula Larotonda



A Puli, Luli y Mani,
porque toman sus sueños muy en serio.


Un día cualquiera sucede. Tarde o temprano, lo queramos o no, termina por ocurrir: nos hacemos "adultos". No es que esto sea necesariamente bueno o malo, pero es, sin lugar a dudas, una experiencia siempre a destiempo y poco remediable. Lo que sí resulta algo tormentoso en el hecho de "convertirnos en adultos" es que nos pasa cuando aún somos niños. Sentimos que algo se quiebra en nuestro interior y que ya no somos "del todo" niños. Porque ser adultos se experimenta, desde el vamos, como una especie de desgarro "en" la niñez. Somos adultos al sufrir esa herida en el tejido de una infancia en la que aún estamos inmersos. No debiera pensarse, de todos modos, que la infancia es como un paraíso perdido... A menudo sucede lo contrario y ser adulto, viene a dar medida y a otorgar un sentido a confusos terrores, a inconfesables anhelos, a una suerte de laberinto hundido en brumas tan mágicas como tenebrosas. Como este "ser adulto" es tan extraño y confusamente conmovedor para el niño que todavía somos, no lo podemos decir: nos faltan las palabras, pero advertimos que ya hemos perdido cierto silencio. De ahí en más, "ese adulto" que nos usurpó el cuerpo y las ideas, se comportará como una amenaza para ese amigable compañero de juegos que cuidaba de nuestra entrega en ellos: un silencio intimísimo e igualmente indecible. Ser adulto es un visitante inesperado que incomoda nuestro silencio originario, y lo sobrellevamos como si fuera un pecado que ni siquiera podemos compartir con nuestros pares (porque, "¿si acaso a ellos todavía no les ocurrió?").
De modo que vemos a nuestros amiguitos como si se hubiese establecido con algunos de ellos (y no sabemos con cuáles exactamente!!) una rara complicidad: hacemos de niños cuando ya no lo somos enteramente. Por eso empezamos a disfrutar menos de los juegos, nos aburrimos con mayor facilidad, nos sentimos en falta. Por otro lado, establecemos una complicidad aún más incómoda e incriminatoria: hacemos de niños con los adultos. Ellos nos miran, nos tratan y nos educan como si aún fuéramos niños. Y empezamos a odiarlos porque ya no lo somos y no merecemos ese trato. Odio y decepción: porque empezamos a alimentar esta sospecha ¿no serán ellos -los adultos- también niños que en realidad aún lo disimulan?. ¿Y si ser adulto es esa otra complicidad establecida entre los grandes?: Hacen que son adultos pero saben que todavía son niños (y ellos tampoco lo comentan con otros porque tampoco saben si al otro "adulto" le pasa lo mismo... Temen perder autoridad, y esas tontas cosas de... niños!) Parece que hay una especie de confianza ciega y esperanzada en todo el mundo: que exista algún niño enteramente niño y un adulto íntegramente adulto...
Cuando dos adultos pueden ser niños juntos se sienten más audaces y sinceros (el amor a veces lo logra haciendo del juego erótico algo más encantador), pero también sienten terror de cuán lejos podría llevarlos esa experiencia. Cuando dos niños comparten juntos el adulto que ya son (y, por ejemplo, se hacen cómplices de una misma codicia mientras fuman a escondidas) se sienten más reales pero absolutamente condenados. Ser honesto y más real parecen experiencias que se excluyen: es un estar a destiempo de las circunstancias, es decir, poder ser niños, sin demasiado escrúpulos, ya de adultos; o adultos, sin excesivas responsabilidades, ya de niños: lograr una u otra cosa se disfruta, pero con la gravitación lamentable de una doble amenaza: sentir un terror indecible de perder todo límite -en un caso- y sufrir lo indeclinable de una condena por la estrechez repetida de siempre los mismos límites en nuestra existencia.
Hay, al parecer, una conservación del niño en el adulto y una anticipación del adulto en el niño, y es ese confín incierto (en el que el desarrollo madurativo pierde sus certezas y claridades), que queremos indagar con algunos artículos. Porque, de todos modos, parece haber un fin de la infancia, un principio de la pubertad... ¿Cuáles serán sus puntos de anclaje, sus duelos, sus acuerdos y desacuerdos? A continuación dos artículos para iniciar un recorrido por estos enigmas:
A partir del cuento homónimo de Julio Cortázar, Miguel Calvano trabaja en su texto "Final del juego" algunos temas que implican la diferencia lógica que se pone de manifiesto entre la pubertad y la infancia. Así mismo, a partir de un cuento de Clarice Lispector, "Los desastres de Sofía", Paula Larotonda en "Salvación por el pecado", piensa -con mirada winnicottiana- los mismos sucesos, es decir, el momento en que el juego infantil encuentra sus primeras conmociones.http://www.espaciopotencial.com.ar/elpatio/finde.html

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