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Paz y Ciencia

sábado, 18 de octubre de 2008


El Señor de los Monos: INSTINTO.


Hace poquito en una cadena nacional privada tuve oportunidad de volver a ver Instinto, una película protagonizada por el mago de "malos", Anthony Hopkins. En dicha película él es un primatólogo-antropólogo, Doctor de una Universidad de los EE.UU.
Este buen señor viaja a África y allí estudia a los primates en su hábitat, confundiéndose entre ellos.
Los americanos tienden a ponernos los argumentos muy evidentes en ocasiones con frivolidad. En una de las primeras escenas Cuba Gooding Jr. Que hace de psiquiatra en una sala con un espejo unidireccional, entrevista a una buena señora que defiende con convicción que el papa ha sido secuestrado. Éste le pone tras un cuestionamiento socrático ante un camino sin retorno. Le coloca ante ella una hoja de una revista con la posibilidad de que en el reverso exista la posibilidad de que el Papa esté vivo y libre. Mira al espejo, donde están los estudiantes y su mentor y sonríe con displicencia. Una escena francamente terrible.
El primatólogo ha sido capturado y acusado de varios homicidios en África. Está cautivo en una cárcel de enfermos mentales, con un régimen ciertamente deconcertante donde los funcionarios son quienes llevan el manejo de los casos y el psiquiatra ocupa un solapado plano.
Interesado por el caso del primatólogo, el buen psiquiatra, ruega a su mentor que le deje atender al buen “Señor de los Monos”, como podríamos decir si Freud estuviera entre nosotros. D.E.P.
En una serie de entrevistas poco ortodoxas, marcadas por el contexto y el ambiente nada propicio para una evaluación seria y cálida, el buen psiquiatra intenta seguir con firmeza los principios de la entrevista psiquiátrica, lleva su grabadora, papel, lápiz y otra serie de artilugios. Esto es visto con sorpresa por el “equipo médico” y los funcionarios quienes no ayudan a que se sienta cómodo el “señor de los monos”.
En una de las entrevistas, fundamental para el “insight” del psiquiatra, digo bien, el “psicópata” a priori y a efectos prácticos amordaza al buen psiquiatra y le roba su libertad, entregándole aquello que él y otros sienten, transfiriéndole lo que vivió en la jungla. Le advierte si será capaz de acompañarle en ese camino. El mentor Dr. de la Universidad le alerta al buen psiquiatra sobre esa situación en la que el psiquiatra parece no tener el control. El CONTROL parece ser uno de los motivos últimos del pesar y la ansiedad persecutoria del Señor de los Monos. Su agresividad y su violación del derecho de los otros es un instinto que ha socavado principios que pertenecían a terceros. Sobre eso ronda la trama de la película. Aunque no sea exactamente una obra de arte galardonada que pase necesariamente a la posteridad.
Poco a poco el consternado psiquiatra se ve inmerso en el mundo del primatólogo, eso facilita la apertura del Antropólogo, quien parece invertir por momentos los papeles, dando él las clases y las sesiones al joven psiquiatra. Esto resulta ser un fenómeno alarmante desde un punto de vista técnico pero no necesariamente invalidante de un proceso de cura. Esto es una película, no olvidemos.
En sus “clases”, el Dr. en Antropología y primatología le explica a al psiquiatra, a quien le llama cariñosamente “Doctor tonto” en lengua nativa africana, quienes son los SAQUEADORES. Palabra clave de la película. Incluso el primatólogo (Ethan Powell) dibuja en las paredes de su celda la “historia de la humanidad” en una perspectiva dividida entre saqueadores y saqueados. Decir que tiene muchos guiños robados a Gorilas en la Niebla. Y se suceden las imágenes del primatólogo, a través del recuerdo en la memoria compartida con Theo Caulder, el buen psiquiatra. Son momentos serenos, quizá de demasiada sensiblería en la que un humano se fusiona con sus hermanos los primates y éstos le tienden la mano y le arropan como uno más. El antropólogo explica que allí de verdad y por primera vez se pudo sentir libre y por tanto el verse sometido a las condiciones de una sociedad tecnócrata y un método médico de interrogación y cierto sometimiento no ayuda a que le deje de ver como un Doctor tonto y saqueador. El doctor Theo Caulder sigue desconcertado solicitando ayuda a la hija del antropólogo quien parece sorprendida porque haya empezado a hablar tras el mutismo prolongado de su padre.
El intento del Doctor Theo Caulder por un juicio en el que se alegara el estado mental del primatólogo para cambiarle de prisión o acaso darle algún tipo de libertad procura ser catalizado con una visita al zoológico. Allí Ethan se encuentra con un primate que capturó él, cuando “era demasiado joven e inexperto”. Entre esas jaulas termina de explicar al otro doctor qué sucedió aquél día con los saqueadores y cómo tuvo que defender a su familia (los primates con los que había vivido) de los disparos.
Antes del juicio, cuando el buen psiquiatra ya tenía cierto material para argumentar su evaluación Ethan defiende de nuevo a su familia, esta vez ante los golpes de un funcionario, la víctima era un compañero de prisión. Después regresa al mutismo.
Al final, el buen psiquiatra le explica a Ethan entre jadeos y lágrimas que es su “ultima sesión” y que es “caso cerrado”, se procura despedir. El buen psiquiatra le dice lo que ha aprendido, entre otras cosas, que llevaba toda su vida intentando caer bien a los demás, haciéndose el simpático, halagando y ensalzando a personas poderosas.
Ethan mantiene su silencio mientras se mueve rítmicamente de lado a lado en un vals de muerte con el mundo externo. Cuando el buen Doctor se va de la sala, el antropólogo se gira, mira conmovido a la puerta y saca el bolígrafo del psiquiatra para continuar extrayendo el candado de la ventana, salvoconducto de su libertad.


Rodrigo Córdoba Sanz, 18 de Octubre de 2008.

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