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Paz y Ciencia

jueves, 24 de julio de 2008

La Niña de los Sueños XXV

PSEUDOEXISTENCIA. Así lo había escrito en el encabezado de la hoja. El resto quedaba en blanco. Un hálito corrupto dejaba la hoja blanca cargada de monstruosas pesadillas y aliento de ajo. Era uno de esos momentos, de despertar inquieto en los que no se encontraba, miraba para dentro y veía eso que no le gustaba, en aquellos momentos no se reconocía, no se aceptaba, no se toleraba, se daba cierto asco, repugnancia, por momentos como aquellos su vida se veía teñida de ese color gris, tan habitual en esas altitudes, en esas actitudes. Y mientras su cabeza resteñaba odio para si decidió distraerse con su próximo y reparador ascenso a la colina de la fortaleza de madera, allá donde vería todo desde arriba, con su túnica de seda y sus botas de montar a caballo, quizás allá pueda sentirse viva de nuevo. Para ello, esta vez deba sortear a la guardia que su padre ha colocado para que "esos subversivos" no acaben con "el orden necesario para gobernar este pueblo". Odio, y ese vaivén no era agradable de vivir. Afortunadamente para ella, su pseudoexistencia, aunque perenne como la acacia del bosque donde se refugió tiempo atrás con el muchacho, solía oscilar con registros más dulces y los colores vivos daban una divertida sonrisa a su rostro que hacía las delicias de las personas de "las habitaciones de abajo", donde se preparaban los manjares de Palacio y limpiaban las delicadas ropas. Bien, la tormenta llegó, cesó y la sonrisá recobró nuestra princesa, quien tomó de nuevo la pluma con cariño y pudo escribir. Quedó rendida de subir y bajar, le despertó la Institutriz con la cabeza reposando sobre el escritorio, un garabato con la tinta corrida escondía lo que había debajo, una linda princesa subida en la atalaya, con el Sol a sus espaldas, dando de comer a su pueblo, una idea loca. Afortunadamente nadie lo vio.

1 comentario:

simalme dijo...

Qué maravilla¡