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Paz y Ciencia

martes, 8 de julio de 2008

La Niña de los Sueños XXIII

Y del frío helado pudo saborear la nata con los trocitos de chocolate que se deslizaban, derretidos, entre las comisuras de los labios. Sabía que detestaba el género humano, había aprendido a convivir, incluso en efímeros momentos de entelequia social a disfrutar de tiempo de un compartir con otros. Sabía que odiaba a los demás. Aun siendo así había desarrollado un agudo sentido para desenvolverse con "Los Ellos", era profesora de Universidad, daba clases de matemáticas, afortunadamente, los complejos formaban parte de sus explicaciones. El helado era frío y dulce. Fuera hacía calor, en la habitación el “hacedor de aire en movimiento” generaba una sensación de viento churruscado bien extraña, donde esté un buen abanico que se quite la generación de la máquina, por qué decía ella eso.
El helado… dulce, quizás tuviera leche, preparó un tazón de este líquido elemento, con la coartada de fumarse un cigarro, esos finos cigarros de la India, robados clandestinamente del cuarto fresco de los puros, esa asociación, además de desempeñar funciones evacuatorias daba pie a su función oral, sin tapujos, en un gesto que poco a poco se tildaba ya no sólo de poco sofisticado sino de sucio e irrespetuoso. Decidió terminarse el helado y rápido paso a beber la leche, paladeando el sabor de la nata mientras con la lengua jugaba con el chocolate del intersticio. Y así continuó, pensando, o perdiendo el tiempo, como a menudo hacía en esos ratos en los que divagaba organizando su vida, preparando sus clases, ideando los exámenes, imaginando las respuestas, organizando las estanterías de sus desorganizados esquemas mentales, frenando a algunos afectos que se colaban como el buen polvo de toda estantería, en definitiva, luchando contra alguien que era ella y que de manera invariable solía colocar fuera, en otro, en otra, en otros, en la sociedad, en el sistema, quien sabe para qué, si ella lo supiera…
Bonito era escuchar el eco de sus pensamientos al otro lado de la pared, mientras jugaba su hermano con un caballo de madera que había tallado el mismo, el piano, el violín, la flauta, todo parecía irreal, su pecho le dolía, respiraba con dificultad y la espalda parecía molestarle no encontrando posición humana posible para sentirse cómoda en un mundo diseñado para humanoides cortados con un patrón distinto, ella era rara, indudablemente rara, pero qué es eso… por qué había calado en ella tan profundamente esa denominación de origen, terminó el helado, dejó de soñar y se tumbó en la cama para satisfacer sus deseos, esta vez dormida. Y se hizo la noche, así ella despertó.

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