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Paz y Ciencia

sábado, 27 de mayo de 2017

¿Conciencia de enfermedad como criterio de salud mental? Fernando Colina




Conciencia de enfermedad. 
Fernando Colina. Psiquiatra, Jefe de Servicio. Valladolid

No se sabe bien si, debido a la ignorancia o a la comodidad, en mi campo profesional se usa cada vez más esa bagatela conceptual que llamamos ‘conciencia de enfermedad’. Con altiva suficiencia cuestionamos una y otra vez si ha nacido o no esa forma de ‘sabiduría’ en quienes han desviado la razón de su cauce convencional, y diferenciamos el estado de las personas que nos consultan según tengan o no lo que entendemos como un conocimiento venturoso de sí mismos.

Más allá de sus excesos, este uso es bastante desconcertante. Primero, porque nos impone la idea de que los problemas mentales quedan circunscritos al criterio de enfermedad, que rige con solvencia en el campo de las dolencias somáticas pero que, se diga lo que se diga, se adapta mal a la vida psíquica. En segundo lugar, porque nos enfrentamos directamente con unos supuestos enfermos que no reconocen que lo están, lo que nos obliga a considerar si no seremos nosotros los equivocados cuando queremos corregirles haciendo que pasen por las horcas caudinas de nuestros frágiles conceptos. Reducir su modo de ser a una enfermedad parece más bien un exceso por nuestra parte del que nos deberíamos curar cuanto antes, no sea que perdamos la conciencia de nuestros males antes que ellos. Por último, también es inquietante que nuestro proceder descanse en pedir a los alienados que se declaren enfermos como primer paso para sentirse curados. En realidad, según la opinión de un compañero en relación a este equívoco planteamiento, la solicitud que se le hace al psicótico no es, en el fondo, más que la exigencia de que se identifique como tal para que se someta a nuestro pensamiento y pueda ser, de este modo, aniquilado como sujeto. A la postre, el procedimiento descubre que a menudo los psiquiatras confundimos curar con lo que sólo es sojuzgar.

Como se ve, no queda claro si lo que está en juego es que el loco recupere la razón, es decir, que asimile nuestra manera de razonar, pues la suya no la pierde nunca, o bien que el poder del psiquiatra quede a salvo gracias a la humillación que infringimos al loco imponiendo nuestro criterio. Sea como fuere, es sorprendente lo que el cuestionamiento de una simple frase, aparentemente anodina y cargada de sentido común, puede desencadenar en la práctica psiquiátrica y, sobre todo, en nuestra ideología. Pero es que llega a ser vergonzoso que se reúna a los pacientes para que se reconozcan enfermos y adoctrinarlos de paso en la necesidad de seguir a rajatabla nuestras dudosas estrategias de tratamiento.
Es cierto que reconocer los errores puede llegar a ser el primer paso para corregirlos, pero dudo que la categoría de error pueda abarcar y reducir la digna energía de muchos delirios. En todo caso, parece más sano decirle a alguien que está equivocado antes que tacharle sibilinamente de enfermo.

El Norte de Castilla, 19 de noviembre de 2011

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