El deseo es un flujo psíquico vigilado por prohibiciones, sometido a impulsos energéticos, tasador por la realidad, invocado por la fantasía, regulado por el placer y modulado por la respuesta de los demás. Censura, fuerza, realidad, imaginación, goce y amistad son, por lo tanto, los seis dueños del deseo cuyo difícil acuerdo nos exige compromisos que pueden ajustar o enrarecer el equilibrio personal [...]
Cuando falla el discurrir natural del deseo, siempre amenazado y vacilante, aludimos a distintos tipos de perturbaciones que irrumpen intempestivas. En unos casos, la mala distribución de los deseos se debe a conflictos internos, a una dinámica perturbada por fuerzas que se contraponen y que se avienen mal con la realidad, con la moral y las ambiciones. Se habla entonces de neurosis. Otras veces, en cambio, el deseo se muestra desbocado, sin control, desvirtuado por el exceso o mala distribución de su energía, ajeno por su propia desmesura al marco de los compromisos. Decimos entonces, para ilustrar este desorden, que hay un trastorno pasional o una patología impulsiva. También llega a mostrarse, en sentido contrario, disminuido y hasta agotado, bien sea por escasa fortaleza o por mala economía, empadilecido, entonces, por el mal que genéricamente se ha llamado melancolía.
Por último, puede verse excluido de la escena psíquica porque ha perdido parcialmente la protección del lenguaje con el que obligadamente convive, quedando sustituido por manifestaciones pulsionales y circunscrito por el delirio. Si así sucede, desembocamos en el campo de la locura, en el terreno de la locura, en el territorio de la psicosis. En unos casos, por lo tanto, se altera la vida íntima del deseo. En otros, la fuerza que lo impulsa o el tamiz que lo refrena y filtra. En los últimos, finalmente, fracasa su asociación con el lenguaje que lo humaniza en compañía.
Fernando Colina: Deseo sobre Deseo.
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