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Paz y Ciencia

jueves, 5 de junio de 2014

Melanie Klein: Mujer y Analista revolucionaria



Las revolucionarias teorías de Melanie Klein
La obra de Klein nació de la observación clínica dentro de un encuadre psicoanalítico particular, establecido para facilitar la conducta espontánea de los niños, valiéndose sobre todo del instrumento dado por el juego libre con determinados objetos preparados ad hoc y de las concomitantes verbalizaciones de los chicos, así como de los dibujos que éstos realizaban en el curso del tratamiento (17). En este encuadre los pequeños ponían en marcha una rica y compleja fantasía, que contenía la expresión de variadas temáticas pulsionales (especialmente agresivas) conectadas a los objetos significativos para el niño (tanto objetos internos como externos), con la consiguiente ansiedad y la necesidad de una serie de defensas para su control. Estos hechos exigían, para su explicación, de la presencia de un yo y un superyó precoces, capaces de elaborar tales procesos, lo que obligaba a apartarse de los presupuestos metapsicológicos freudianos, donde tales instancias se consideraban de aparición más tardía.
La hipótesis central kleiniana mantiene que si bien lo psíquico nace desde lo instintivo (sobre todo del "instinto" de muerte y sus derivados), su máxima expresión acontece en la fantasía (phantasy), donde se muestran las relaciones que el yo infantil establece con sus objetos internos, cosa que determina en un grado mayor o menor las posteriores relaciones con los objetos externos, sin que a lo que realmente suceda o haya sucedido en la interacción con éstos se le dé especial importancia. Dado el carácter destructivo de tal fantasía por la presencia predominante de la pulsión de muerte y la acción de un superyó muy sádico, se sobreañade una intensa ansiedad, que necesita de la acción de particulares defensas puestas en marcha por el yo. Todo este conjunto permite el establecimiento de unas peculiares relaciones tanto con los objetos internos como con los objetos externos, marcando dos posiciones básicas, la posición esquizoparanoide y la posición depresiva (5). A partir de ello, según Klein, se van conformando dos núcleos peculiares en el psiquismo humano, dependiendo su destino caracterial y conductual de cómo se controlen y resuelvan las ansiedades que tienen lugar cuando el niño se desenvuelve en tales posiciones básicas (18).
En cuanto a la angustia, motor básico del desarrollo humano, supone un producto que nace de la acción de un superyó, igualmente precoz (que no es asumido por los freudianos), que, por así decir, recrimina cruel y severamente los deseos sádicos presentes en las fantasías, obligando a la transformación defensiva de esos deseos por parte del yo. En este marco, la ansiedad es explicada por Klein como un producto del temor a laretaliación (ojo por ojo, diente por diente), dado el sadismo infantil presente: los objetos atacados se transforman en objetos vengadores, tanto desde fuera (el objeto malo externo) como desde dentro (el objeto malo interno, primer núcleo del superyó) (19).
Un concepto central de la doctrina kleiniana es el de posición. Este término no es equivalente a etapa o fase, implicando una configuración específica de relaciones con los objetos, así como ciertas ansiedades y defensas, configuración que persiste de alguna forma a lo largo de toda la vida, a diferencia de la etapa o fase que es algo transitorio: la inicial posición esquizoparanoide nunca es completamente reemplazada por la posterior posición depresiva, mostrando una y otra su presencia durante toda la vida del sujeto, fundamentalmente a través de las manifestaciones de la ansiedad paranoide y de la ansiedad depresiva, respectivamente. Ahora bien, si el desarrollo ha sido adecuado, ambas angustias se irán atemperando y modificando favorablemente.
Klein (20, 21) describió primero la posición depresiva y con posterioridad la posición esquizoparanoide, conformando todo ello la teoría de las posiciones, que incluye una peculiar conceptualización de las relaciones que el sujeto establece con sus objetos internos y externos (teoría de las relaciones objetales). Según Segal (18), la posición esquizoparanoide (primero denominada por Klein posición paranoide y luego por influencia de Fairbairn posición esquizoparanoide) se caracteriza por el hecho de que el bebé no reconoce el objeto total (la madre como una persona), sino que por la acción de la escisión (splitting) se crean dos objetos parciales (prototipo de los cuales es el pecho materno), uno estimado como bueno y otro como malo, aunque en ocasiones patológicas hay más de dos objetos. A esta defensa precoz se suman en un momento dado otras, como la identificación proyectiva, la negación mágica omnipotente y la idealización (22).
Cuando el bebé llega a reconocer a la madre como un objeto total, estará ya conformando la posición depresiva, donde predominan la integración, la ambivalencia, la culpa y la ansiedad depresiva, así como una serie de defensas específicas, como la reparación (maníaca y no maníaca) y otras, además de las, ya más organizadas, defensas de la posición esquizoparanoide.
Para Klein, pues, el conflicto intrapsíquico no es fruto del enfrentamiento entre el deseo pulsional y la defensa (o entre el ello y el yo/superyó), sino más bien una encarnizada lucha entre las pulsiones de amor y odio respecto a los objetos, lo que aboca en el establecimiento de las dos posiciones básicas del primer año de la vida, las cuales quedan definidas por sus particulares deseos, ansiedades y defensas, conduciendo a unas específicas fantasías, que expresan las más variadas conflictivas tanto con los objetos internos como con los externos. En tal marco, el complejo de Edipo es aceptado como un elemento que aparece en la posición depresiva, de forma que la estructura delimitada por Freud en la fase fálica no sería sino una expresión tardía del mismo. Además, se mantiene que el superyó es previo a tal complejo, al contrario de lo que Freud había expresado.
La construcción fuera de la mente del bebé, es decir en la realidad externa, de un objeto ideal y de un objeto persecutorio, se ocasiona por la acción de la escisión, la desviación y la proyección, con el fin de atemperar la angustia. En un momento dado, tales objetos parciales externos serán introyectados con fines defensivos, creándose así los primeros esbozos del superyó, los cuales han de ser considerados como especie de objetos internos (23).
Sobre la base de la proyección de las propias partes malas en uno de los objetos parciales, el bebé sentirá a una porción de su madre (habitualmente el pecho) como destructiva y perseguidora, de forma que la primitiva ansiedad frente a la propia pulsión de muerte se transforma en ansiedad persecutoria, lo que trata de controlar por medio de la agresividad con que el yo infantil se quedó en parte tras la proyección parcial de la pulsión tanática. Lo mismo acontece con la pulsión erótica, de forma que el niño se relacionará en su fantasía con objetos internos y externos tanto buenos como malos, los cuales constituyen una especie de fantasmas (23).
Paulatinamente, en el curso del desarrollo, se producirá una integración de los fantasmas externos, por un lado, y de los fantasmas internos, por otro. Además, la introyección del objeto bueno fortalecerá el incipiente self (que es asimilable al uno-mismo, como el cuerpo, el yo como instancia del aparato psíquico, etc., en oposición a lo que no lo es) y aumentará la tolerancia a la ansiedad, dejando de ser precisa la proyección de lo destructivo propio, con la consiguiente disminución de la ansiedad persecutoria, favoreciéndose de esta forma las integraciones que acontecerán en la inmediata posición depresiva, la cual se superpone en sus inicios con los momentos finales de la posición esquizoparanoide.
Las características de la posición esquizoparanoide exigen, para su mejor entendimiento, de la aclaración de la función de otras dos defensas: idealización y negación mágica omnipotente. La primera se caracteriza por un aumento exagerado de los rasgos positivos y protectores del objeto parcial bueno, sirviendo tal defensa como elemento compensador de la ansiedad persecutoria. En Envidia y gratitud (15), la función de la idealización se amplía considerablemente, entendiéndose como una tendencia inherente al ser humano a buscar la gratificación perfecta, debiéndose tener en cuenta que desde entonces la envidia es considerada por Klein como un sentimiento innato relacionado con el hecho de creer en la existencia de un pecho extremadamente bueno que se desea destruir a toda costa. La negación mágica omnipotente, cuando actúa en el proceso defensivo para contrarrestar la angustia autodestructiva y la angustia persecutoria, tiene como misión el quitar de en medio las fantasías cargadas de temáticas dañinas contra el sujeto, lo que aboca en una especie de estado maníaco (precisamente por efecto de las defensas omnipotentes y mágicas), del que antes o después habrá que salir, si es que el desarrollo sigue una línea sana.
En cuanto a la posición depresiva, supone una nueva organización de la vida mental del bebé, implicando las claves para el logro de la salud mental. Sus notas características, son (20, 21): a) una particular ansiedad culposa sostenida por los presuntos daños realizados al objeto (ansiedad depresiva); b) una relación en la que el objeto externo ya no es parcial, sino total, dándose paralelamente una integración en el self y en los primitivos objetos internos; y, c) un predominio de la defensa llamada reparación, que se hace presente cuando es apropiada la evolución de las conflictivas de esta posición y de la esquizoparanoide.
Aunque en la instauración de la posición depresiva son necesarias ciertas experiencias gratificantes con el objeto externo y que tales hechos predominen sobre los frustrantes, para Klein lo que más cuenta está en las condiciones internas y constitucionales, como son los potenciales relativos de la pulsión erótica (gratitud) frente a los potenciales de la pulsión tanática (envidia). En todo caso, si el yo infantil se percata, por así decir, de la mayor fuerza del objeto ideal respecto al objeto persecutorio y del predominio de la pulsión de vida sobre la pulsión de muerte, tales circunstancias conducen a una identificación del yo con el objeto ideal, aumentando las posibilidades para enfrentarse a la ansiedad persecutoria sin tener que echar mano de defensas inadecuadas, como la escisión patológica y otras.
La paulatina disminución de la ansiedad paranoide permite la integración del self y de los objetos internos y externos, disminuyendo la necesidad de las proyecciones defensivas, todo lo cual va facilitando una mejor distinción entre dicho self y el objeto externo, estableciéndose la imprescindible identidad. Consiguientemente, a lo largo de la posición depresiva no predomina la protección narcisista del self, sino de los objetos externos e internos, teniendo lugar un enfrentamiento constante entre el amor y el odio. Ello permite un cambio en la vivenciación de la realidad subjetiva y objetiva, reconstruyéndose la integridad de los objetos que habitan en ambos espacios, dejando de ser percibidos tales objetos como parciales, apareciendo la tolerancia al dolor psíquico y el aumento del control de los impulsos agresivos.
Todo ello se favorece gracias a la simbolización, proceso que Klein conecta con la elaboración del duelo (21): el objeto perdido crea un duelo, que se resuelve por medio del reemplazo de aquél por sustitutos simbólicos (pensamientos, recuerdos, etc.). Ahora bien, el primer paso mediante el que se trata de superar la ansiedad depresiva es por la acción de las denominadas defensas maníacas: triunfo, control omnipotente y desprecio en las relaciones con el objeto (18). Junto a tales defensas actúa la reparación, permitiendo la reconstrucción y superación de la posición depresiva. Y, si no es así, acontecerá una regresión a la posición esquizoparanoide, o bien se instaurará un núcleo defensivo de naturaleza depresiva, lo que dará la cara en forma de psicosis esquizofrénica o psicosis maniaco-depresiva en un momento dado de la vida.
Lo descrito se acompaña de nuevas ansiedades, derivadas de la creencia de que los propios impulsos agresivos presentes hayan destruido o lleguen a destruir al objeto amado, del que tanto se depende. Tal dependencia se acrecienta en la posición depresiva, al captar el niño que el objeto, por su autonomía, puede alejarse e incluso perderse. Esto se intenta evitar por medio de nuevas introyecciones, con el fin de hacerse con el valorado objeto y guardarlo dentro de sí, protegiéndolo también de la propia destructividad. Pero tal introyección coincide con un estado acusado de las pulsiones sádicas (canibalísticas), lo que conlleva nueva angustia por el temor a destruir lo que por otro lado se desea conservar. Surgen de aquí nuevos sentimientos depresivos, como el duelo, la nostalgia, la culpa y la desesperación en conexión a los daños o pérdidas del objeto.
Ahora bien, la posición depresiva supone así mismo la aparición de intensos procesos reparadores de lo destruido, procesos que nacen de la pulsión erótica y de la omnipotencia entonces presente, lo que aboca en una reconstrucción de los objetos internos y externos, debilitándose la escisión y la proyección, que se sustituyen por la represión, inhibición y desplazamiento, de modo que las defensas psicóticas ceden su lugar a las defensas neuróticas, lo que se ve muy favorecido por la aparición de la capacidad de simbolización.
La reparación es la defensa más positiva para que el desarrollo humano tome un camino sano, pues es el motor de la integración de los objetos externos e internos, del self, del yo, del superyó, etc. Al restaurarse el objeto, por ejemplo, se recupera la confianza en sí y pueden mantenerse unas relaciones gratificantes con el objeto amado, así como soportar el dolor que su inevitable desaparición periódica ocasiona, sin que nazca un odio abrumador, de modo que un aspecto importante de la reparación es aprender a renunciar al control omnipotente del objeto, asumiendo la realidad psíquica tal como es.
La reparación, sin embargo, puede tener un ingrediente maníaco, que supone una defensa, al contrario de la reparación no maníaca, ya que ésta implica el reconocimiento de la realidad psíquica, así como la aceptación del dolor que puede causar y la puesta en marcha de acciones adaptativas (en la realidad subjetiva y objetiva) para remediar lo negativo, renunciándose a la magia y a la omnipotencia. En cambio, la reparación maníaca busca resolver los sentimientos de culpa o las pérdidas del objeto por medio de la magia, la omnipotencia, la escisión, la excesiva dependencia, etc., sin que ello facilite el logro de una resolución permanente de la angustia.
Las defensas maníacas no afectan sólo a la reparación, sino a cualquiera de las defensas que ya se manifestaron a lo largo de la posición esquizoparanoide, como la escisión, la idealización, la identificación proyectiva y la negación, aunque en la posición depresiva todas ellas adquieren características más organizadas, estando dirigidas al control de la ansiedad depresiva. Como la vivencia de dependencia y ambivalencia alcanzan gran expresión en la posición depresiva, las defensas maníacas se dirigen fundamentalmente contra tales sentimientos, anulando, negando o invirtiendo la dependencia o exagerando la escisión del objeto, del self y del yo.
La relación maníaca con los objetos se caracteriza, por otra parte, por una tríada de sentimientos: control, triunfo y desprecio. En cuanto a controlar al objeto es una manera de negar la propia dependencia que se tiene respecto él; pero, al mismo tiempo, es una forma de obligarlo a satisfacer la necesidad de tal dependencia, ya que se puede contar con un objeto controlado. Respecto al triunfo, es la negación de los sentimientos depresivos ligados a las presuntas destrucciones, lo que viene acusado por la satisfacción de los fines que persigue la envidia primaria, el elemento más destructivo de la pulsión tanática. Finalmente, despreciar al objeto es negar cuánto se valora, lo que atenúa la tristeza y la culpa que conlleva su pérdida real o fantaseada (18).
Por otro lado, Melanie Klein y Anna Freud diferían radicalmente en la concepción del superyó: para Anna, el niño pequeño tiene un superyó muy débil, que se estructura tardíamente, mientras que para Melanie es precoz, severo y cruel, por lo que se impone su modificación profunda con un análisis reglado, evitando toda actuación pedagógica a modo de superyó auxiliar. En cuanto al momento de la instauración, Anna, que seguía las directrices de su padre, entendía que el superyó era una instancia relativamente tardía, fruto de la resolución del complejo de Edipo de la fase fálica, mientras que Klein sostuvo que su aparición era muy anterior, siendo el complejo edípico, en sus etapas tempranas, un resultado de su presencia y acción y no al revés.
Klein observaba en sus pacientes infantiles, incluso de dos años de edad, culpas y remordimientos conectados a fantasías de carácter agresivo, derivando de aquí la idea de una presencia temprana del superyó, cuyas actuaciones eran sádicas y crueles. Primeramente defendió que ello era evidente a los dos años de edad y más tarde opinó que había signos de tales hechos tras el primer trimestre de vida, en el momento de empezar a estructurarse la posición depresiva, es decir, mucho antes de la fase fálica. Para Klein, pues, el superyó no es un derivado de la resolución del complejo de Edipo, sino uno de sus principales causantes, resaltando que sus características determinaban el desenlace de tal conflicto nuclear y por tanto del desarrollo del self, del carácter y de la conducta (24).
En Contribuciones a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos (19), Klein insiste en separar tajantemente el origen del superyó y la aparición del complejo de Edipo: el yo existiría desde el comienzo de la vida, formándose el superyó por la introyección de los objetos construidos por la fantasía infantil a partir de la relación con el objeto externo y de la proyección de las pulsiones erótica y tanática sobre él, así como de la paralela acción de la escisión.
Klein estimó que el inconsciente era como una especie de representación pulsional, de donde emergería la fantasía (phantasy) por la acción de un yo precoz, fantasía que acogía abundantes temáticas sádicas de penetración en el cuerpo de la madre, para satisfacer la curiosidad y los deseos de destruir (oral, anal o fálicamente) sus contenidos (heces, bebés y pene), con la subsiguiente culpa y ansiedad persecutoria (ser tratado según la ley del Talión por el objeto parcial persecutorio). Dicha ansiedad persecutoria conduciría a la búsqueda de alianzas con nuevos objetos, símbolos del cuerpo materno y de los contenidos fantaseados (heces, bebés y pene), simbolizaciones que serían los fundamentos del desarrollo cognitivo y de las relaciones con el mundo y la realidad (20).
La teorización en torno a la importancia de la pulsión tanática culminó con las ideas sobre la envidia primaria, que se consolidan en Envidia y gratitud (16), donde se mantiene la tesis de la existencia de una envidia innata del pecho materno, por ser fuente de vida y de experiencias gratificantes y además objeto idealizado, reservorio inagotable de todos los bienes y poderes. Frente a tal envidia describe Klein la gratitud innata (expresión de la pulsión erótica), de modo que ambos factores serían los máximos determinantes del desarrollo desde el mismo instante de nacer.
La envidia es distinguida por Klein de otros sentimientos y emociones cercanos, como los celos y la voracidad, sin negar por ello la posibilidad de su asociación. La envidia no la considera secundaria a la frustración con el pecho materno, sino una manifestación innata de la pulsión de muerte, cuya finalidad es atacar al objeto bueno y valioso, poniéndose paradójicamente en marcha cuando el niño siente que es gratificado por él: la envidia busca la posesión de las ideales cualidades del objeto bueno, y, si esto no es posible, destruirlo, porque no puede aceptarse ni tolerarse que lo bueno sea ajeno, aunque seamos los beneficiados. Los celos, en cambio, suponen un deseo de eliminar al rival que puede quitarnos la persona amada, implicando una relación triangular, incluyendo objetos totales, a diferencia de la envidia en la que basta una relación diádica, incluso con un objeto parcial. La voracidad, por último, busca extraer todo lo bueno del objeto, sin que el sujeto llegue nunca a satisfacerse, pudiendo asociarse a la envidia, llevando a la ruina y destrucción de dicho objeto.
La teoría de la envidia primaria trató de ser integrada a la teoría de las posiciones de la siguiente forma: si los impulsos envidiosos son intensos, se dirigen hacia la máxima fuente de la envidia, el objeto ideal. Esto altera el proceso de escisión normal que acontece en la posición esquizoparanoide, ocasionando una grave confusión entre lo bueno y lo malo, con las subsiguientes anomalías en las introyecciones e identificaciones de y con los objetos ideales, frenándose así el desarrollo normal al imposibilitarse la necesaria integración de los objetos parciales internos y de los objetos parciales externos, lo que impide el acceso adecuado a la posición depresiva.
La envidia puede movilizar una serie de defensas contra ella, como destruir totalmente al objeto envidiado, para así acabar con tal sentimiento; o bien desvalorizarlo (lo que de alguna forma lo preserva); o proyectar los sentimientos envidiosos en el objeto y superidealizarlo para hacerlo indestructible (aunque esto trae consigo aún más envidia). Frente a tales alternativas, la salida positiva tiene lugar si el amor y la gratitud son más potentes que la destrucción y la envidia, pudiendo ser atemperadas, lo que permite que el objeto ideal siga existiendo y pueda ser introyectado, favoreciéndose el desarrollo del yo y superyó. Sin embargo, según Klein siempre existirán restos de envidia, que se desplazarán en un momento dado desde el pecho materno al pene del padre, incrementando la rivalidad con éste; y ulteriormente a otros muchas personas que aparezcan en nuestra vida.
En lo referente al complejo de Edipo, inicialmente Klein (24) mantuvo que empezaría a dar la cara tras cumplir el niño los dos años de edad, para inclinarse finalmente por una etapa anterior, concretamente a partir de la primera mitad del segundo año de vida extrauterina, e incluso antes, como un producto secundario a la organización de la posición depresiva, de la que lo considera una parte integrante (25, 26).
Las secuencias del proceso edípico serían cuatro: a) una fase femenina, ocasionada tras la frustración del destete, que daría la cara en la primera mitad del segundo año de la vida; b) una fase masculina, producto de la represión de la fase anterior; c) una fase completa, con deseos incestuosos hacia la figura paterna de sexo contrario y odio o rivalidad respecto a la del propio sexo; y, d) una fase de resolución final, que, en los casos sanos, ocasionaría una identificación con el progenitor del mismo sexo y la búsqueda de relaciones amorosas no incestuosas con una persona de sexo contrario.
El complejo de Edipo en la niña no se considera como una forma modificada e incompleta de tal complejo en el varón, como mantuvo Freud, sino un proceso con sus propias peculiaridades. Es más, en el caso del varón se describe una fase femenina, común a la primera fase de la chica, aunque con sus matices particulares.
Tales ideas obligaron a un replanteamiento de la metapsicología freudiana, tarea en la que Klein se empeñó con ahínco desde 1934 en adelante, organizando más y más sus teorías de las posiciones y de las relaciones objetales, en torno a las cuales se conjugan las siguientes hipótesis básicas (27): a) una nueva concepción del desarrollo temprano; b) una sustitución del concepto de fase por el de posición; c) una puesta en primer plano de la relación con los objetos; d) una acentuación de la importancia de la ansiedad; e) un claro dualismo pulsional, donde el Tánatos toma primacía sobre el Eros; y, f) una nueva delimitación de la fantasía inconsciente, como expresión mental de las pulsiones ("instintos").

Las innovaciones técnicas de Melanie Klein
En lo que se refiere a las aplicaciones en pacientes adultos, según Segal (33) el análisis freudiano y el kleiniano no presentan aparentemente diferencias llamativas en los aspectos formales: un similar encuadre, proporcionando al paciente cinco o seis sesiones semanales, de cincuenta minutos de duración, estando aquél tendido en el diván con el analista tras él, respetándose las reglas tradicionales (asociación libre, atención flotante, neutralidad y abstinencia) e interpretándose el material que surge de las asociaciones libres (29). Ahora bien, cuando se acerca uno al trabajo que se lleva a cabo dentro de uno y otro encuadre, hay algunos distanciamientos entre ambas perspectivas: así, por ejemplo, las interpretaciones de los kleinianos son muy precoces y se centran en las ansiedades tempranas y defensas que las rodean, que se expresan en el aquí y ahora de la situación transferencial, sobre todo en su cara negativa. Los kleinianos intervienen en tales fenómenos, además, incluso desde la primera sesión, aunque sin tocar las defensas yoicas estructuradas. Esto se hace así para evitar descompensaciones, que aparecerían al dejar al sujeto sin tales defensas.
En el caso del análisis infantil, los analistas kleinianos son aún más peculiares, pues el niño juega con ciertos elementos preparados ad hoc, interpretándose tal actividad y las verbalizaciones y dibujos que la rodean de forma semejante a como se hace con los adultos, pero a la luz de la teoría kleiniana de las relaciones objetales, teniendo en cuenta los fenómenos descritos en las posiciones esquizoparanoide y depresiva. El contenido de las interpretaciones posee, así, unos ingredientes acordes con tales fenómenos, lo que se parece poco a lo que efectúan los freudianos, más centrados en las temáticas edípicas evolucionadas.
A la luz de su perspectiva sobre la fantasía, las tradicionales resistencias del yo son conceptualizadas por los kleinianos como defensas contra la penetración del analista, interpretándose sólo los contenidos de las ansiedades persecutoria y depresiva y las defensas precoces que se expresan en las fantasías verbalizadas o que están implícitas en los juegos y otras actividades, observables en las distintas sesiones, dejándose indemnes las defensas posteriormente organizadas, pues se estima que éstas irán diluyéndose conforme se neutralizan las ansiedades psicóticas (persecutoria y depresiva) (28).
Los kleinianos mantienen, pues, que los fenómenos transferenciales ponen ante el terapeuta, con una expresión directa en el niño y más elaborada en los adultos, las conflictivas precoces con los objetos internos, fruto de la fantasía inconsciente, interesando analizar las relaciones e interinfluencias entre dicha fantasía y la realidad externa. Con esta forma de proceder, según ellos, no se deja al yo sin protección, por lo que puede trabajarse con niños y con psicóticos, todos ellos portadores de un yo en formación o muy débil.
En sus análisis, tanto en el caso de adultos como de niños, además, los kleinianos se atienen a interpretar el estrato en que se muestra la ansiedad, teniendo en cuenta su intensidad, procurando rastrear las fuentes pulsionales originales, poniendo en evidencia los estadios más primitivos del complejo edipiano, buscando facilitar el correcto establecimiento y superación de la posición depresiva, ayudando a la integración de las partes escindidas de los objetos, del self y del yo, superando así los restos de angustia paranoide y de culpa depresiva. En concreto, cuando Klein formuló su teoría de la posición depresiva, nos dijo que la cura implica la translaboración de esta posición y cuando fijó los criterios para la terminación de un análisis (29), afirma que el tratamiento finaliza cuando han sido suficientemente disminuidas las ansiedades y culpas paranoides y depresivas mediante la elaboración profunda de las fantasías implícitas en las posiciones psicóticas, permitiendo ello que las relaciones con el mundo interior y con el mundo exterior queden lo suficientemente fortalecidas, de modo que el sujeto puede tratar de modo satisfactorio con la realidad psíquica subjetiva y objetiva.
Por todo lo dicho, existe, a nuestro entender, una total conformidad entre las construcciones teóricas kleinianas y la técnica correspondiente: lo esencial está en la interpretación de las fantasías expresadas en las sesiones con el fin de que el sujeto logre la comprensión profunda de su realidad psíquica, poblada de ansiedades psicóticas y defensas contra ellas, fantasías que se ponen en marcha por la acción del yo sobre la pulsión erótica y la pulsión tanática, que se dirigen hacia los objetos internos y externos. No caben aquí las medidas de apoyo, el recurrir a las porciones sanas del yo o cualquier otra intervención que pueda abocar en la disociación de los aspectos amorosos y hostiles. El analista ha de respetar estrictamente la neutralidad y la abstinencia, aceptando las proyecciones del sujeto y el clima emocional que esto implica, teniendo que estar en condiciones de devolver, con sus interpretaciones, lo que las identificaciones proyectivas, las ansiedades psicóticas y las correspondientes defensas precoces conllevan. Ahora bien, en un momento dado, Klein (30), aunque insistió en que las interpretaciones deben permitir la comprensión profunda de las primitivas relaciones objetales que se expresan en la situación transferencial, también señaló que debían analizarse las fantasías inconscientes que el paciente pone en marcha en su vida actual más allá del aquí y ahora de la sesión, lo que supera posturas que sostuvo con anterioridad.
En lo referente a la contratransferencia, Klein no utilizó inicialmente este concepto, e incluso cuando un analista hablaba de ella, decía que no estaba suficientemente analizado. Cada sesión la entendía como una situación total relacionada con el analista, que se considera un representante de los objetos internos y externos del paciente. El analista ha de dejarse envolver por el clima emocional que emana de su analizado, debiendo ser receptor de todas las proyecciones que éste ponga en marcha, dejando absolutamente de lado los presuntos elementos contratransferenciales. Sin embargo, en la identificación proyectiva late de alguna forma la idea de contratransferencia, pues tal concepto supone que el paciente deposita una porción de su realidad psíquica en el analista, pasando éste a ser una parte de su self, pudiendo acontecer que el analista quede atrapado en tal situación, sin poder salir de ella, idea que mantuvo Heimann (31, 32). Por consiguiente, el analista, aun involucrándose emocionalmente en lo provocado por tal defensa, ha de adoptar una actitud lo suficientemente neutral y objetiva para devolver adecuadamente al paciente lo proyectado, lo que exige contar con la contratransferencia, para poder controlarla. Quizás por todo ello en Envidia y gratitud, Klein (16) llega a admitir de forma más explícita la importancia de la contratransferencia, aunque sin darle el papel de sus discípulos y seguidores.


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