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Paz y Ciencia

viernes, 22 de febrero de 2008

La Niña de los Sueños XVI

Con el vestido de la Institutriz a modo de túnica, con el viento meciendo su sedoso cabello, púrpura a efectos de la noche, con las botas que daban paso al contacto certero con la realidad de La Ciudad, con la ilusión de sentir que su piel estaba un poco más cerca del mundo externo, de la realidad extramuros, con el envolvente epidérmico de su conciencia dispuesto a una inmersión y posterior expresión. Con ilusión y una máscara necesaria para continuar su camino desprendió de su sujección a su flauta y comenzó a cantar la obra que celosamente había compuesto días atrás, noches insomnes, libres de fantasía y originalidad dispuesta por su propia persona, sin condicionantes.
De nuevo, las luces de las casas, con sus gentes desguardadas del frío y el peligro de las calles se iluminó. A medida que ella compartía el Adagio de su Sinfonía se sentía envuelta de colores y calor, a pesar del viento y la inclemencia del cielo. Era la segunda parte de su Sinfonía titulada "La Verdadera Existencia", claro que ese dato no llegaría fácilmente a manos de la gente de La Ciudad.
Agazapado detrás de unos arbustos el joven del Mercado espiaba con la boca abierta a aquella figura de ensueño. Podía ver por el fino tejido de su vestido las trasparencias de una piel cuidada, el mero hecho de tocarla suponía para él un regalo divino. La veía mover su brazo sosteniendo la flauta, acompañando el ritmo de su melodía suave y dulce. Así imaginaba el rostro de la muchacha, quizás aquélla que le miró a los ojos, con cariño y tristeza, como un acto de comunión de afectos e historia.
Resultaba sumamente atractiva y sin duda que era un humano por aquellas botas de montar, eso ya lo había visto antes. Sin embargo, no era propio de un ser de este mundo el colorear el viento de aquellas notas que abrazaban a las familias y sostenían a aquéllos más necesitados. El ruido del gentío se acercaba, el respeto era infinito, nadie excepto el muchacho era capaz de acercarse. Sólo él sabía que detrás de esa presencia mágica había una niña, que como él quería construir, aunque fuera por un sólo instante una realidad distinta, ofrecer a los otros un guiño de esperanza y poder, acaso, reunir para distraer de la terrible situación de La Ciudad.
Curiosa estampa la de la muchacha que ahora acompañaba el eco de su voz con la flauta, unos pocos que se sentían formar parte de lo que la muchacha mostraba hacían palmas rítmicas y otros muchos seguían atentos, sin pestañear. El muchacho estaba ya subiendo por las escaleras cuando la doncella se percató de la presencia cercana de alguien que no figuraba en el guión de su Ópera. Se dio la vuelta dejando ver a los ciudadanos su cabello, un pelo familiar, de este mundo, pero quizás engendrado por un ser mitológico y un humano en las altas montañas.
Al ver al muchacho, la muchacha se ruborizó y sus pechos mostraron una reacción de excitación. El muchacho aguardó a mitad de escalera inmóvil, escuchando la continuación de la música.
La música siguió, los ciudanos estaban cogidos de sus manos, abrazados y juntos, como un solo cuerpo. A finalizar y antes de que algún curioso se acercara siguió cantando mientras bajaba la escalera, allí aguardaba el muchacho al que besó en la mejilla y cogió con premura de la mano para llevarlo a un lugar más seguro.

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