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Paz y Ciencia

domingo, 10 de febrero de 2008

La Niña de los Sueños XIII

De noche, salta por la ventana ayudándose de una enredadera y del soporte que le ofrece la estructura metálica pegada al muro. Con una agilidad olvidada intenta a tientas buscar un lugar seguro donde colocar el pie, sobre ella negro y plata. Esa noche la luna está en menguante. Una tenue luz ilumina el extenso jardín. Oye el rumor del agua caer en la fuente. Unos pequeños perros custodian la periferia del jardín, ella, armada y precavida, blandiendo unos pedazos de carne cruda, usurpados para tal fin de las reservas de la Gran Cocina de Palacio. Trémulo el vibrar de los árboles por el viento, frío el que siente por su nuca, a su alrededor todo dispuesto. Sólo falta saltar el muro que separa al pueblo del Gran Jefe y poder dejar volar de nuevo y a hurtadillas sus sueños. Sentirse de nuevo en lo alto de la fortificación le excita, verse libre, rodeado por esas gentes, no por necesidad sino por amor, es algo que le atrae. Para ello, una flauta cogida con un cinto y unas botas de montar para poder caminar y no pasar frío. Encima, un vestido negro de seda cubierto por un abrigo de regalo de algún gobernante extranjero. En el bolsillo del abrigo su antifaz. Con él, el anonimato y por tanto, la libertad, una libertad condicionada a la que las normas de Palacio disponen. La realeza tiene estas cosas.

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