En Palacio, en su habitación, la Sala de la Princesa. La doncella de turbulenta estancia real se agita la máscara. Sembrado ha quedado, atrás, la sombra de lo que ensayó en secreto. Su canto y el sonido de la flauta. Los campesinos vivían unos días de luminosidad, de esperanza. La presencia de aquella mágica figura esbelta les había hecho pensar que detrás de toda esa inmundicia, avaricia y otros vicios escolásticos había una ingenua e inquietante presencia ajena al devenir de una Ciudad poblada de penurias. El muchacho hacía sus conjeturas, pensaba en quién podría ser esa imagen divina. No era el único, de hecho el fenómeno se había adueñado de las conversaciones, desde las tascas hasta la Biblioteca Real, lugar poco frecuentado hasta el momento. Ahora unos pocos curiosos se agolpaban buscando pergaminos sobre Leyendas relacionados con el suceso de aquella noche.
La Institutriz miraba con ojos rasgados a "su señora". Esta confidente del Rey contestaba a las preguntas avasalladoras de un Jefe de Gobierno enfadado por tal algarabía. El Monarca acostumbrado a un permanente desequilibrio económico y a ver a sus súbditos a su antojo sin más ilusión que agradar, sentía descontrol. Eso le molestaba, le enojaba, le entristecía.
Mientras tanto la muchacha, cuidadosamente, con cariño y sin demasiada práctica intentaba tejer una suerte de antifaz para no ser descubierto. De ser así, acabaría con sus singladuras nocturnas y con el amor que había catalizado en los campesinos. Cuando terminó a mitad de noche de hacer el último remiendo, dobló la tela fina y sedosa y la escondió en su baúl, sólo donde sabía que nunca mirarían, entre sus ropas antiguas. Le gustaba ser dueña de sus recuerdos.
Inspirado por JC.R.C.
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