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Paz y Ciencia

jueves, 21 de febrero de 2008

La Niña de los Sueños XV

Llegaba a la Ciudad, con los ojos tapados, una vestimenta entre lo sublime de palacio y la inmundicia del mercado. Tejidos desgarrados por el trepar y un corazón en la mano, ansiando mostrar lo que tenía que ocultar para agradar a aquel que asustado por las presencias heréticas acababa con revueltas y subversivos. El Gran Jefe.
De buena educación, había sido educada en los buenos modales, la posición femenina solícita y atenta, dispuesta a entregarse a un varón galante y adinerado. Dominadora de las artes musicales y estudiosa de la literatura y la pintura. Claro que a Palacio sólo llegaban unas pocas obras de otros Gobernantes, la mayor parte de ellas retratos y otras obras técnicamente brillantes pero algo limitadas en su impacto. Puede que huecas.
Las piedrecillas del camino le hacían cosquillas en sus delicados pies, acostumbrados a la vida tranquila, casi monástica, de entrega al otro y de abandono de sí mismo. Una ausencia que había podido lleva en tinieblas leyendo, imaginando y componiendo obras prohibidas.
Hoy era un buen día, de nuevo podría entregarse a personas que de aceptarla sería por lo que podía entregarles, no tanto por ser quien era, un cuidadoso secreto que sólo ella y quizá el perspicaz y harapiento niño del mercado sabía.
Podía ya atisbar aquel montículo donde se levantaba un vestigio de lo que intentó ser una fortaleza. Con el tiempo la pobreza había robado de esperanza a los ciudadanos y nadie era capaz de levantarse por lo establecido, aceptado, aunque objeto de mofas en todas las calles.
Subió por una antigua escalera de madera, tambaleándose llegó a su objetivo, el puesto de vigilancia número 8, como habia podido comprobar en antiguos documentos internos de Palacio.
Se recolocó la máscara y calentó la voz en cuclillas, con cierto miedo y vergüenza que no terminaba de explicarse. La noche era hermosa, la luna dejaba un lugar para reposar y las estrellas daban una oportunidad a la princesa, una niña con sueños.

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