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Paz y Ciencia

miércoles, 21 de julio de 2010

Reflexiones invitadas

El infierno de la persona alcohólica no es el alcohol en primer orden. Hay distintos tipos de alcoholismo y uno de los primeros obstáculos en el tratamiento es el hecho de sentirse alcohólico, saben eso de "él se puede considerar machista pero que no se lo digan...". El alcohólico, dichosa mención y rótulo implacable que cronifica la poca esperanza que tiene en una recuperación.
El problema es más profundo, tiene que ver con el self, un problema de identidad y de un estar-en-el-mundo heideggeriano en el que el alcohol se convierte en el elixir que a corto plazo evita el malestar de la cultura y el dolor lacerante de lo intrapsíquico. Recuerdos, culpa, experiencias tempranas desagradables, una biografía que se quiere olvidar, y que se ahoga en etanol. Primero es una copa y luego la euforia sigue a otra copa hasta que se acaba convirtiendo en un refugio donde el goce no tiene cabida sino ser un salvapantallas del dolor propio. El entorno es muy importante, tener una fuente de apoyo sostenible es imprescindible para que la resiliencia sea posible, llegar a un lugar donde la esperanza se vislumbre es una manera de salir de ese pozo líquido.
"Mi problema no es el alcohol", cuando escuchamos esto, paradójicamente, estamos oyendo la voz interior de ese niño que se esconde y se enmascara en el alcohol.
Detrás del "alcoholismo" hay un sufrimiento que poca gente se detiene a escuchar, también por la dificultad de la persona para conectar con sus problemas psíquicos y problemas de los profesionales para conectar con la persona. Pensemos en los cuadros de patología dual, cada vez más estudiados y más frecuentes en las estadísticas. Quizá ese sea el futuro, atender a la persona, no a la sustancia que consume la persona. Aunque no obviemos ninguna variable, claro está.

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