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Paz y Ciencia

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Se Débattre


se débattre


El silencio amanecía y en el centro de la plaza estaba la joven llorando, la lluvia se deslizaba por su rostro, el frío le empapaba, la vida quedaba en la oscuridad, fijada con los pies a tierra volaba entre las negras nubes que descargaban llantos de angustia y memoria lacerante.

Allí, sentado, frente a ella un mendigo, un bocadillo mojado en su boca, sus manos sucias, acaso templadas por la lluvia no parecían importunarle. El mundo no tenía más que ese sentido, sentirse algo indescifrable.

El temor acallaba las voces de la amargura, el olor de la lluvia daba un halo de esperanza, sin embargo esas sensaciones pasajeras no podían dejar de lado a la muchacha que sola se debate entre dos posturas vigorosas de duda, vivir o morir, sufrir o luchar. Dos tendencias que arrastraban al filo de la vida.

El mendigo seguía allí, mirándola, con su bocadillo. Comía con educación, buenos modales y tranquilidad, la muchacha era la extraña en esa situación donde la lluvia arrastraba la suciedad a otro sitio, limpiando las calles, los poros, la luna.

La muchacha no sabe que hace allí, parece estar flotando en otro lugar, sólo siente la lluvia, como caricias de Dios deslizándose por su cuerpo, sintiendo el crujido de la muerte sobre ella.

El mendigo se levanta, la muchacha corre, la muerte se avecina, el miedo frena, qué hace el miedo sino alertar del valor de la vida, pero qué sentido tiene estar viva con ese miedo. La muerte, la vida, el mendigo, el crujido y la lluvia, elementos efímeros que no pueden callar las voces de una dama que sufre, sin saber por qué, acaso es la muerte, acaso la lluvia, el mendigo o todo ella, tal vez sea la idea de estar viva en un mundo necio, absurdo, rodeada de bestias.

La lluvia cesa, el mendigo prosigue con su alimento, un plátano algo blando se lleva a la boca, se seca la cara, mira a la muchacha, la vida se apaga, se siente sucia, la vida está allí, llena de cáscaras por todas partes. Su líquido interno desparramado, confundido con el agua, dispersa y diluida, casi muerta entre la vida superflua de lo que le rodea, el mendigo parece contento. La vida no tiene más sentido que ese.

Decide coger la cartera, echar mano de lo que ha sobrado, se dirige a casa, es tarde. Su visita al alienista ha dejado las huellas de su tormento en contacto con la atmósfera, mañana será otro día. Un día de desencanto, de incomodidad, de hastío, de fatiga, de euforia tal vez, en la coctelera de los sueños, donde solo ella y acaso otros iguales, como su alienista, pueden capturar por un instante la huella en su camino, una señal de vida, de existir, un centrifugado para su lavadora, que limpie, brille y de esplendor a la cosmética de la vida, llena de prozac y dudas.

La noche empieza y con ella, las contorsiones y muecas de desagrado por los recuerdos, capaz es de verter sus sueños y darles formas, así quizá tomen tonos y texturas distintos, el sabor es diferente cuando se puede cambiar. La noche trae el descanso de la muerte para poder seguir viviendo.

Dedicado a aquellos que se mojan.

1 comentario:

simalme dijo...

Qué fecundidad, qué maravilla. Aunque no siempre pueda comentar, leo, leo. Y, con tu permiso, he adoptado algo para mi blog.