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Paz y Ciencia

martes, 29 de enero de 2008

La Niña de los Sueños (XI)

Una voz lírica sonaba en medio del bullicio, los borrachos se agolpaban en las tabernas, la gente se había refugiado ya en su hogar. Desde una atalaya una bella joven cantaba una melodía, oda al amor y la esperanza. Las notas quedaban como un perfume sobre ese mar de sombras colmado de alcohol. La joven, casi desnuda llevaba un vestido fino, demasiado frío para esas fechas. Los vecinos fueron saliendo a balcones y ventanas. Un canto a la vida, una invitación a seguir adelante. Un oasis de paz y cariño en ese ambiente cargado, lleno de miradas, de envidia, codicia, celos y amargura. Una sensación oceánica de plenitud, ingenuidad medida por la métrica de una canción auténtica. Un verdadero llanto de alegría y exaltación que fue abrazando, uno a uno, a los miembros de la comunidad. Vecinos de todas las clases y condiciones, todos unidos en sus ventanas, en los marcos de sus puertas, familias enteras dejándose trasladar a otro lugar, quizás no lejos de allí. Un espacio donde ellos podían recordar aquellos momentos vitales más dulces, reparar otros más ásperos y vibrar con el presente, regado por el timbre de esa voz. Mientras salían de sus casas rumbo a la atalaya, partitura que sostenía la obra, andaban en silencio, cogidos de la mano, en familia, unidos. La joven seguía cantando, con variaciones que repasaban los vericuetos del alma. Un lugar que empezaba a parecer con más color, con más texturas, con más matices, con más amplitud y riqueza. Personas singulares, familias cogidas de la mano, y algunas tiernas parejas abrazadas, miraban absortas al cielo. Allí, entre las estrellas y rodeada de madera una sola persona, un solo ser, una forma de alzarse al cielo haciendo una sola cosa, cantar. Con pasión inefable los congregados empezaron a sentir la curiosidad de subir al altillo donde esa figura emitía esos sonidos. Tan cercana había estado siempre esa construcción de madera y , sin embargo, tan difíciles de asir esas intelecciones y evocaciones sin dejar que los sentidos y la imaginación crearan sobre la figura dada una forma de vida, aunque fuera por un instante, verdadera y emocionante.
Comenzaron los aplausos espontáneos, de repente interrumpidos por el sonido de una flauta. Una flauta con una música popular pero distinta, ardiente pero segura. Increíble. Prosiguió el sonido de la flauta, epitafio de un instante vital que dejaba a cada bocanada de aire, un poquito de esa música fantástica dentro de sí, nutriendo el ambiente interno de cada uno de ellos de paz y armonía. Orden y alegría, vida y pasión. Un poso se acomodó en los cuerpos de los reunidos, en el fondo música y la vívida imagen de una bella joven que con su flauta y su evanescente desaparición dejó boquiabiertos y paralizados a los devotos y corrientes.

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