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domingo, 10 de enero de 2021

Filosofia y Prisión

 



Empeñados en dotar de herramientas filosóficas a todos, a todas, y especialmente a quienes más lo necesitan (porque quizá nunca oyeron hablar sobre tal cosa), un grupo de investigadores con José Barrientos-Rastrojo a la cabeza están inmersos en la aventura de llevar la filosofía a la prisión. Este es el relato de su experiencia. 

La filosofía, la importancia del pensamiento crítico… Muy bien, en las universidades lo saben. Y en los institutos y en los colegios también o, al menos, deberían saberlo. Pero no basta con eso. La filosofía es aventura y riesgo serio. No es una sentada de horas de estudio, sino un empujón. A Eduardo Vergara, licenciado en filosofía, pero sobre todo militante de esa rama del conocimiento, el empujón le hizo llevar la filosofía las cárceles. Su proyecto se materializó en 2007 en las prisiones de Mairena del Alcor y de Alcalá de Guadaira (Sevilla, España). Allí empezó todo gracias al apoyo de José Barrientos pionero y experto en filosofía aplicada e impulsor del grupo ETOR (Educación, tratamiento y orientación racional) que había surgido a principios de los 2000 al calor de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Él es el director de este proyecto y quien lo explica pormenorizadamente y de primera mano, en este artículo. Resumido muy brevemente consiste en llevar a cabo talleres de filosofía para presos que realmente tengan una repercusión en su vida, su actitud y comportamiento y cuyos efectos sean, a ser posible, cuantificables. En la actualidad el proyecto ha cruzado el charco y, en su versión llamada BOECIO, se desarrolla en México y Brasil y tiene objetivos ambiciosos de ampliación.

Antes de comentar en detalle la especificidad de estos talleres, una matización importante: «El peligro de hablar de diferencias de aquellos que están en prisión
–explica Barrientos– es incentivar la estigmatización social al atribuirles características por naturaleza vinculadas con la violencia, o con deficiencias cognitivas o de socialización. Muchos reclusos se encuentran en prisión por sentencias que se acaban demostrando que no eran correctas o, aún más grave, por venganzas personales procedentes de poderosos, por falta de recursos económicos para afrontar un proceso justo o por ideología del sistema (por ejemplo, conocemos casos de mujeres en prisiones latinoamericanas con penas largas por un delito que cometieron junto a su pareja masculina y ellos están fuera de prisión). Esta reflexión no desea exculpar a todos los internos, sino que quiere evitar valoraciones simples en una situación que es muy compleja y que requiere matizaciones que no siempre aparecen en los medios». Dicho esto –prosigue Barrientos-Rastrojo– el filósofo no trabaja en prisión para imponer justicia, hacer valoraciones éticas y menos desde una conciencia de las actividades previas del alumno. De hecho, una de las primeras máximas del filósofo aplicado es superar estas etiquetas para empezar a restituir al delincuente, devolverle su posibilidad de ser algo más amplio que una categoría devaluadora que lo distinga respecto a los seres normales, como se explica en Vigilar y castigar o en obras de Juan Pablo Mollo».

«El filósofo no trabaja en prisión para imponer justicia ni hacer valoraciones éticas», explica Barrientos-Rastrojo

Con todo, hay diferencias y estas empiezan por las más básicas: entrar en una cárcel no es lo mismo que entrar en cualquier otra institución. Un acto en teoría tan sencillo se puede convertir en una hazaña por culpa de rituales burocráticos pesados y enrarecidos: «Entrar en prisiones españolas como voluntario depende de pasar el filtro de las asociaciones que copan el trabajo dentro o de contacto de personas que llevan mucho tiempo desarrollando talleres». Y aprovecha para dar las gracias a todas aquellas personas que les han ayudado en su empeño. Por otra parte, hay dificultades técnicas, deudoras de la propia situación de encierro. «Primero, hay ciertos objetos que no se pueden introducir en prisión o requieren semanas y meses para hacerlo. En prisiones latinoamericanas, la pobreza conduce a tener dificultades para tener los rudimentos más básicos como una pizarra. Asimismo, la frecuencia en la asistencia a un proyecto de siete meses puede ser problemática puesto que hay traslados repentinos, personas que entran en aislamiento u otras circunstancias que no siempre aseguran la continuidad. Por otro lado, los talleres pueden cuestionar ideologías útiles para el sistema creado dentro y que manipula como el pensamiento de que asesinar es un mecanismo de elevación en el ranking masculino. Esta es una auténtica acción de pensamiento crítico con posibles consecuencias cercanas a lo que sucedió a Sócrates o Séneca. Sin embargo, saca a la filosofía de ser una mera impostura, transforma al filósofo de mero dandy crítico y abúlico a un comprometido pensador que se enfrenta al sistema de forma real». 

La filosofía es un gimnasio 

Los talleres son largos, de entre cinco y siete meses, y no consisten en dar una clase de filosofía y debatir sobre los temas propuestos, no. La tarea del conductor es dotar de herramientas filosóficas a los internos para el desarrollo de su pensamiento crítico, el gobierno de sí y de sus emociones. Pero esto corre por su cuenta, de modo que lo que importa no es la atención prestada a la sesión semanal, sino lo que el recluso hace con aquello que ha apuntado o que ha escuchado durante la semana. «BOECIO no es un curso que proponga contenidos, sino que crea escenarios para que los internos crezcan filosóficamente. Este crecimiento les ayuda a que sean ellos los que generen sus propios pensamientos. Así, se rompe la estructura unidireccional de la enseñanza de la filosofía puesto que el interno ha de ser el agente de su cambio (si lo desea). Nosotros solo le proporcionamos los pinceles: la obra de arte de su vida es responsabilidad suya.

La misión de quienes imparten los talleres no es proponer contenidos, sino conseguir que los internos crezcan filosóficamente y lleguen a generar sus propios pensamientos: así se rompe la unidireccionalidad de la enseñanza de la filosofía

Por pertinentes que pudieran parecer asuntos como la esperanza o el perdón «el temario no se centra en contenidos, sino en habilidades prácticas. Por ejemplo, dos sesiones del proyecto se centran en la diakrisis, es decir, en aprender a distinguir (1) lo que depende de mí y puedo cambiar y (2) lo que no depende de mí y debo aprender a aceptar. Este taller ha levantado temas como la esperanza y el perdón, pero lo que se buscan no son las respuestas o sistemas generados, sino mejorar las capacidades de los asistentes para incentivar su autonomía para darse respuestas, para que estas les lleven a la acción o para que acepten sus descubrimiento, según el caso». 

Ejercicios filosóficos

Junto a la mencionada diakrisis, en los talleres se llevan a cabo otros ejercicios como la desensibilización óntica o visión cósmica. Se trata de saber distanciarse de un problema para llevar a cabo un mejor autogobierno. Al ser capaz de pensarse o verse a uno mismo desde fuera de las situaciones de conflictos cambia de inmediato la percepción del problema y también las reacciones y sus efectos. Por ejemplo: hay una bronca en el patio, me empujan y respondo con un puñetazo; pero si viera el lío desde uno de los corrillos o desde una ventana, ¿reaccionaría igual? Seguramente no entraría o no bajaría a pegar a nadie.

Otro de los ejercicios es la premeditatio malorum, un ejercicio estoico que trata de adelantarse a lo que ocurra y pensarlo sobre todo en términos negativos: imaginar que somos ciegos o que no podemos ver los colores tiene repercusiones sobre la conciencia y el valor que damos a lo que tenemos al tiempos que nos prepara por si alguna de esas desgracias ocurriera.

Querencia estoica

Como se deja intuir a través de los ejercicios, los estoicos son los filósofos de cabecera de este proyecto. «Recurrimos a trabajos de Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, Crisipo o Musonio Rufo. Pero, además, añadimos textos de otros autores que sirven para el despliegue de las tareas como Boecio, María Zambrano, Husserl, Honneth o Baudelaire. En cualquier caso, volviendo al gimnasio mencionado anteriormente, no es tan importante el nombre del autor del libro que nos ayuda a desarrollar los bíceps, sino el mecanismo necesario para llevarlo a término y su ejecución diaria. La filosofía es más importante que los filósofos, aunque intentamos sujetarnos a los filósofos para evitar perder la naturaleza de la disciplina que, después de todo, nos llega a través de sus autores».

Resultados empíricos

Lo que diferencia a BOECIO de otras iniciativas similares es su ambición por la cuantificación de los resultados. El hecho de haber sido financiado por una fundación estadounidense por medio de la Universidad de Chicago exhortaba a la verificación empírica de los resultados. Y esta llegó. En palabras de Barrientos-Rastrojo, se obtuvo «una mejora de la regulación emocional de un 15,2%, en la apertura mental de un 14,3% y de las capacidades para enfrentar los conflictos y dificultades con humor de un 23,4%. Este último dato coincide con la idea de Séneca de que un mecanismo para disminuir la violencia y la ira pasaba por tomar las agresiones desde el filtro de la broma y la ruptura de la seriedad belicosa».

Y prosigue Barrientos: «Desde la perspectiva cualitativa, hemos descubierto la disminución de las ideas suicidas en muchas reclusas, un mayor control de las propias pasiones o de la capacidad para tomar las riendas de la propia existencia. En este último sentido, había presos que hacía años que no se comunicaban con su familia y, después de las sesiones, decidieron telefonearla y tener contactos por iniciativa propia. En una prisión donde los funcionarios recibieron con escepticismo los talleres nos solicitaron que los realizásemos con ellos. Varias mujeres de una de las prisiones se inscribieron en la carrera de Filosofía. Otros internos que finalizaban la condena y pensaban volver a delinquir puesto que solo tenían vida entre rejas nos han agradecido los talleres porque han aprendido a generar nuevos horizontes de sentido fuera del reclusorio. Por último, algunos casos nos han generado conflictos y riesgos graves, por ejemplo cuando han abandonado el consumo de drogas y quienes las suministraban decidieron pasar a la acción contra nosotros».

Los efectos de las sesiones de filosofía llegaron a poner en compromiso en ocasiones a quienes los impartían, como cuando algunos reclusos dejaron el consumo de drogas y aquellos que las suministraban decidieron pasar a la acción contra los profesores

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Zaragoza. Psicología Clínica. Psicoterapeuta. Zaragoza. Gran Vía 32, 3° Izquierda. Teléfono: 653 379 269.  Página Web: Psicólogo Zaragoza.      Instagram: @psicoletrazaragoza

miércoles, 18 de octubre de 2017

¿Las cárceles sirven para convertir en mejores personas?


Idea de Jeremy Bentham en 1971. Panóptico

Supongamos que aceptamos la premisa de que si las cárceles siempre han tenido siempre un gran número de reincidentes, tal vez este hecho conlleve a un cierto beneficio para la sociedad. ¿Cuál podría ser?
Bueno, la gente que es adepta a la vida criminal podría, en cualquier caso, ser causante de graves problemas. Podrían, por ejemplo, entrar en política. Las cárceles están llenas de ladrones insignificantes que roban repetidas veces a gente probablemente tan pobres como ellos. Sin el sistema penal como educación en esa vida, algunas de estas personas podrían generalizar sobre sus problemas, y teorizar sobre la validez de la noción fundamental de propiedad privada. Algunos organizarían reuniones, motines o reuniones políticas. Pero, en lugar de eso, aquellos que no aceptan la ideología dominante, son conducidos sistemáticamente a una historia de vida que cualquier penalista conoce de memoria: el reincidente indeseable, es el delincuente permanente.

Rodrigo Córdoba Sanz, 18 de octubre. Zaragoza.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Guillermo Borja



Guillermo Borja: "La Locura lo Cura".

El mejicano Guillermo Borja (1951-1995) pertenece a un linaje de excepción, el de los terapeutas malditos, el de los psiquiatras enloquecidos, cuyo rasgo distintivo consiste en dejarse exasperar por la fascinación de la locura que habita a todo psicoterapeuta. Pasar del deslumbramiento
a la posesión. Wilhelm Reich, David Cooper, Sandor Ferenczi, comparten con Borja este poco envidiable privilegio, inevitablemente acompañado de persecución, ensañamiento y martirización. Su libro "La Locura lo cura. Manifiesto Psicoterapéutico" (Ediciones del Arkan, México, 1995) fue escrito
en el penal de Almoloya, en el que cumplió una condena de cuatro años por "atentado contra la salud ". En verdad el libro fue grabado, luego transcripto por un preso psicótico, sin ortografía ni puntuación, y más tarde corregido por Felipe Agudelo. 


"Fui invitado por la subdirectora a que le ayudara a trabajar con los enfermos psiquiátricos ya que ella tiene mucho contacto con la medicina, ella es abogado pero tiene una relación muy estrecha con los enfermos. Me invitó, y dijo que iba a ser muy difícil. Era un edificio abandonado con 72 psicóticos, desnudos, con infecciones en el cuerpo, no tenían tratamiento psiquiátrico, y los pocos medicamentos que tenían los vendían a los otros presos (lo que me parecía muy sano, que no se tomaran esas porquerías). Y andaban perambulando por todo el penal desnudos, la población los violaba, los usaba, los ponía a lavar la ropa, no tenían protección de los custodios; los médicos no iban, el área de psicología tenía miedo, y ese edificio era el que tenía más alto índice de violencia, de suicidios y muertes, En cada celda, que es para una persona, vivían cuatro. No había agua. Todo el edificio estaba pintado con excremento. Entonces, cuando yo vi eso, dije: ¡Madre María purísima! ¿Qué es esto? Era un manicomio del siglo XVI, lo único que no se aplicaba ahí era los electro-shocks, porque no había. Cuando llegué no había vidrios, era un cosa horrorosa. Cuando vi como estaba, eso me senté en la puerta en una situación de desconcierto. Y ¿Qué voy a hacer yo aquí? ¿Qué se hace? Y me senté un mes en la puerta, y dije: no entro hasta que se me quite el miedo. A trabajar el miedo. Y un mes me tarde. Cuando entré, yo tenía, al principio, mucho miedo de que me asesinaran. Los locos no tienen ese tipo de inhibiciones. Desde que empecé a trabajar allí, no conocía a nadie, no sabía sus nombres.Pensé: lo único que puedo hacer y no sé si es psicoterapia, es bañarlos, pelarlos. Mandé comprar una maquina para cortar el pelo. La primera cosa para cualquier ser humano, es limpiarlo; rompí las navajas al cortarles el pelo, no sé qué tenían. Mandé traer una para perro, y esa funcionó. Quería quitarles los piojos. Los locos estaban locos y pelados parecían más locos, declarados, de manicomio. Después, vestirlos, bañarlos, cortarles las uñas de los pies, de las manos, y empezar a promocionar ropitas para ellos-calzoncillos, zapatos ... Era muy apoyado por la licenciada. Esta señora me apoyó muchísimo. El trabajo comenzó a crecer y yo no podía con tanta gente. Se me ocurrió un equipo de apoyo. Era muy bonito pensar que me iban a apoyar pero no se me apareció ninguno. Pensé que la patología canalizada se podría tornar pedagogía. Aquí fue donde más usé el eneagrama. El rasgo, teniendo un buen empleo, iba a producir, y así lo hice. A cada rasgo iba condicionando actividades. Los emocionales en unas actividades artísticas, expresión corporal, música, baile, teatro, creatividad, poesía; los intelectuales eran los maestros de la escuela, de disciplina de gimnasia, de tai-chi. Los que entrenaban eran de la población general para ayudara los psicóticos. Tenía un equipo de 18 de ellos. A diario tenían clase. Les llamé "los maestros". Empezaron a dar clases académicas. Era un programa de 14 horas al día muy intenso. Después fuimos creciendo y empezamos una hortaliza, que era parte de lo que comían. Ellos mismos sembraban, cosechaban. Después hicimos una granja de gallinas, de patos. Luego tuve animales como coterapeutas, eran mis perros, una media docena de gatos y otros. Era muy interesante como los gatos y los perros por sí solos iban acercándose a un psicótico determinado y se adoptaban mutuamente, tanto el gato o el perro como el psicótico. Y yo veía cosas impresionantes en muchos de ellos.Me acuerdo de uno que era catatónico, con una violencia impresionante, nos pegó a todos; llegaba a fracturarnos. Lo curó un gato. A1 principio el psicótico sacaba a patadas al pobre gato, y después se fue metiendo, metiendo, y el gato pasó a ser su hijo. Lo socializó, se encariño de el, y desapareció la violencia. ¡Impresionante! Después yo tenía un perro. Eran el gato y el perro. E hicieron milagros el gatito y el perrito. Mucho más que el psiquiatra y yo. Ese psicótico pasa de antisocial y totalmente catatónico al ser el jefe de ventas de ciertos productos el día de visita, y se manejaba muy bien. El jefe de custodios tenía miedo de que el golpeara a alguien allí, Y yo creía que no, el peligro eran los otros, los normales, y era cierto. Cada sábado había golpes. Unos vendían una cosa, otros hacían otra, Claro, pedía ropa entre los amigos pero la gran mayoría de los locos ya se compraba muchas cosas, zapatos, etc. Era una comunidad, funcionaba como tal, ellos mismos ya se cuidaban. Cuando llegaba la comida, nadie entraba a darles la comida. A1 comienzo el loco más fuerte se llevaba la mejor carne, no había mucho. Todo eso se fue trabajando hasta que ellos tenían que hacer un rol de servir, de recoger. Muy bonito, muy buen avance. Teníamos taller de reparación de ropa, algunos cosían, otros ayudaban. Teníamos el departamento de secretarios que escribían a maquina. Era muy bonito. Lo que a mi más me importaba, eran dos cosas: la primera, poder integrar mis enfermos a la población general. Eso era algo que me parecía imposible porque iban a estar afuera, y habría las violaciones, etc., y por otra parte había los enemigos hacia mí, las envidias, las diferencias que se veían con los más enfermos. No pasó ni lo uno ni lo otro. Los internos, la población de presos me fue teniendo cariño, respeto; yo era "Doc".
C.N.: "Yo veía, cuando venía a verte que al mencionarse tu nombre los guardias ponían cara de mucho respeto".
Borja: "Ellos sabían perfectamente que les quité de encima un trabajo que ninguno de ellos quería: ser custodio de los locos. Era un área con muchos conflictos. Tardaron mucho, el área de psicología, la social, y el psiquiatra, en estar en su clínica, en estar en la comunidad, ver que allí era su trabajo. Yo los invitaba, pero el psiquiatra tenía una actitud de menosprecio hacia mí, por ser "delincuente". ¿Cómo iba yo a enseñarle a él? Y le dije: Yo no quiero enseñar a nadie, simplemente quiero mostrarte lo que hago. Y la psicóloga igual. Pero tenían miedo; terror de estar allí. El estaba asustadísimo, no entendía qué hacía yo, pero veía que funcionaba. Eso es lo primero que me dijo. Lo segundo es que nunca, en todos los hospitales psiquiátricos, privados, caros o no caros, estaba así de funcional y de bonito, con un jardín hermosísimo, y locos meditando. Los profesionales no sabían ni lo que era la meditación. Entonces el psiquiatra se fue metiendo; estaba entre asustado y curioso. Claro, cuando empecé a trabajar allí, ponía cara de idiota. ¡Yo trabajando bioenergética! Se asustaba, no entendía nada. ¡Tanto odio que se expresa! No le decía nada. Y así fuimos, hasta que me dijo:¿Me puedes enseñar? Y yo le dije: "No". El replicó, "Pero yo veo que sabes muchas cosas" Entonces empecé a prestarle libros tuyos. El decía: No entiendo nada. Yo: es qué esas cosas no entran por allí. El: entonces ¿por dónde entran? Yo: por el culo, hay que mojarse el culo. El: que hago. Yo: la única forma de yo enseñarte es que seas mi paciente, un garrotazo al ego. Y le dije: te voy a dar clases. Durante dos meses llegaba a las cuatro de la tarde a sentarse con su cuaderno, y yo nunca le dije nada. Lo que hacíamos era tomar café y coca-cola; esas eran las clases. Me hace gracia que él todavía no les tenía cariño a mis locos, y eran también los locos de él nada más que a él le pagaban y a mí no. Miedo. La distancia profesional del psiquiatra: ¿Cómo se iba a relacionar con un loco?. Todos esos prejuicios horrorosos. Y así fuimos. El hacía terapias de grupos, después lo mandé a más entrenamiento fuera, y los logros son buenos, "sorprendentes".  


sábado, 10 de mayo de 2014

Comunicado de Guillermo Borja

Guillermo Borja, alias "Memo"





Guillermo Borja- Prisionero de mí mismo

En el verano de1993, Memo nos hizo llegar este escrito suyo, para que saliera en el boletín de la A.E. T.G. Por la calidad y lo impactante de la experiencia que encierra, es más que obvio queeste relato cabía muy especialmente en el número de la revista dedicado a la educación.
No pudo ser y ahora más que nunca siento que Memo no haya tenido la satisfacción de verlo publicado, tal como era su deseo. Al texto original que viene a continuación reproducido en su integridad añadí los puntos y las comas que faltaban, corté y arreglé algunas frases a fin de facilitar la lectura. En todo momento mi preocupación ha sido no traicionar el espíritu de Memo, aquella manera tan suya de decir las cosas, el tono coloquial, rotundamente humano que dejaba chata y cursi cualquier jerga científica o literaria.
Espero haberlo conseguido y deseo de todo corazón que lo que aquí nos cuenta, quede comotestimonio imborrable de su generosidad, de su maestría y de la excepcional tarea terapéutica que él llevo a cabo durante su estancia en la cárcel.

(Annie Chevreux).- Publicado en Boletín 16 de la A.E.T.G. Febrero de 1.996


"Voy a intentar narrar cómo pensaba que me podría relacionar en la cárcel. Empezaré por cómo me imaginaba yo que era una población de delincuentes. No había tenido nunca ni a ningún nivel, ni tan sólo una hora o un minuto, ningún contacto con la cárcel.
Como bien se sabe, desde que la Policía Judicial le da a uno la bienvenida, el trato es a base de golpes. Además, son tales las técnicas de opresión en los países tercermundistas y subdesarrollados que uno acaba por firmar cualquier acto que no cometió.
A partir de ahí, uno se va volviendo o no paranoico porque no se trata de paranoia sino de realidad. ¿Quién no tiene núcleos internos de contenido paranoico sin tocar?. Yo creo que todo el mundo, y aquella realidad los potencia aún más. Entonces, cuando uno cae en manos de ellos, empieza el caos. Un caos en el cual la amenaza constante y presente es la de la muerte.
Por lo que uno oye, ve, por lo que te hacen, por tus compañeros y la gente que está ahí no se trata de muerte psicológica sino de muerte real, de la muerte en vida. Después de pasar por las dependencias judiciales la llegada al Penal es fácil. Cuando supe que me tocaba una cárcel de 1.300 personas, me figuraba, deducía, (no por necesidad de investigar sino de saber) que la estructura de un delincuente es la de una persona rebelde, fóbica al miedo y por lo tanto enmascarada de violencia y agresión como mero mecanismo de subsistencía.
En un ambiente como aquel no ser violento propiciaría que me sometieran no porque me falte capacidad para ser agresivo y violento sino porque no me convencía aquello de pagar con la misma moneda. Era gente de un nivel cultural muy bajo, sin ningún conocimiento personal, con esa costumbre tan propia de los penales de querer dirigir a los demás, de vivir a través del otro dándole seguridad, protegiéndole.
Dentro de la cárcel, dentro de los dormitorios, existe un inframundo independiente de los vigilantes y de la dirección. Aquellas normas y valores de los delincuentes estriban en el reconocimiento del que más robó, asesinó o violó. Al peor de todos se le considera el jefe mayor.
Yo, al no tener ninguna de esas conductas delictivas de la cual presumir delante de ellos, sino todo al contrario, fantaseaba que el orden, el silencio y el hablar bien podía ser una provocación.
Me angustiaba el cómo dar el primer paso, no esperar a que se acercaran sino ir yo hacia ellos. No sabía quiénes eran mis compañeros de celda. El robo es algo corriente en la cárcel. Por mi propia patología, soy exagerado en todo. La austeridad no es mi fuerte, y me imaginaba que esto podría representar una mayor provocación. Lo que sí tenía claro era que no respondería a ninguna agresión. Así podría dar pie a que no siguieran manteniendo el mismo tipo de diálogo. Mi edificio agraciada o desgraciadamente era el peor, el más ruinoso, violento y con mayor nivel de drogadicción. Tuve la suerte o la desgracia de caer allí.
Había otra alternativa que nunca quise coger: consistía en acercarme a la dirección para que me dieran la oportunidad de trabajar en algo. En estosmomentos, me sentía muy mal internamente por la pérdida de la libertad.
El medio ambiente era muy agresivo, muy hostil.
Los compañeros de edificio son invasivos, intentan tomarle el pelo a uno. No se quieren sentir menos que uno, y entoncestodo nuevo tiene que pasar por la novatada, y la novatada es explotarlo a uno. Lo primero que hice no conscientemente, por lo menos no creo que lo haya tenido calculado fue no perder el centro de atención sobre mí, mantenerme lo más posible alerta; no como vigía paranoide sino atento a mis respuestas, a mis palabras,al contenido de mis palabras, atento a mi respiración, atento, atento a mí.
Al estar tan ocupado en aquello, no me daba tiempo de ver el exterior, ponerme a analizar, a cuestionar a los demás. Me era más productivo estar conmigo, más sano que buscar disculpas fuera: las había y en abundancia si las quería encontrar, porque en un ambiente como éste existen todos los factores de provocación. Opté por no perder mi centro de gravedad, y cuando digo gravedad me refiero al presente, al estar consciente. Un estar consciente de la cárcel, de no ponerme la etiqueta de superioridad económica, intelectual o psicológica, sino de ser sencillamente uno más.
Era posible e imposible serlo porque no teníamos nada en común. Lo único que compartíamos era la pérdida de la libertad. Yo asumía el por qué estaba aquí y veía que en el fondo ninguno de ellos aceptaba
la cárcel en el sentido en que no se responsabilizaban de los actos que provocaron el ingreso en ella. Veía en las manifestaciones de destrucción de la institución, la misma rebeldía, y en el reclamo y en la demanda la
no-aceptación de haber delinquido.
Mi situación era ir limpiándome lenta y claramente porque directa o indirectamente yo había optado por estar aquí. Podría disculpar la forma y la situación en que ocurrió pero era muy consciente de haber decidido estar aquí.
Eso me tranquilizaba, me daba la posibilidad de no estar en el exterior, de no perder el tiempo en el reclamo. Por tantas cosas qué digo, por la agresión a través de la violencia, me era difícil relacionarme con mis compañeros y también con el área de vigilancia.
Me parece evidente que cualquier trabajador se identifique consciente o inconscientemente con el lugar en el que trabaja. Lo que intento decir,es que los custodios (las personas que trabajan en un penal) tienen una
maldad reactiva convertida en bondad, y que tienen los mismos pensamientos y la misma reacción puesta del lado de la pseudo-bondad.
Me costó aceptar que la autoridad nada tenía que ver con losconocimientos intelectuales, económicos o de crecimiento personal. El aceptar la autoridad por la autoridad no era congruente con mi situación pseudo- evolucionada, y que un patán, un ignorante, alguien grosero,violento e inhumano pudiera ejercerla fue todo un trabajo para mí, me confronté con que yo no podía hacer otra cosa que integrar lo que sentía y lo que pensaba. Me descubría constantemente escabulléndome en interpretaciones y justificaciones de lo que me rodeaba. De no haber proseguido con la auto-observación constante, hubiera caído en las tentaciones que se me presentaban y esto es una jungla de tentaciones. Se trataba ante todo de no ponerme en la actitud de desvalorizar a los demás,descalificarles por ignorantes.
Lo primero que hice en este edificio (que ya comenté que era el peor, por rebeldes, por antisociales, por agresivos, por fármaco dependientes, por reincidentes, con una población nada uniforme sino muy diferente en delitos y personalidades), lo primero que hice fue localizar a los líderes, saber quiénes eran los que gritaban más fuerte, los que de una manera u otra llevaban la batuta. No era premeditado, sino que iba percibiendo mis intenciones sobre la marcha. No me costó localizarles ni comunicarme con ellos. Ya sabían porqué yo estaba aquí, ya tenían la información de mi caso por periódicos de mucho escándalo y me creían un pez muy gordo.
Fui acusado de narcosatánico. Me parece que ellos no me la creyeron y pensaron que era parte de una estrategia montada por mí.
Durante mucho tiempo, insistieron en que les contara qué hacía yo con los cadáveres y las magias negras. Cuando les dije la verdad hubo encuentro. Hablé por separado con cada uno de ellos. Siempre he creído que la palabra va a la mente, y que la gente pregunta desde la cabeza y ese preguntar es pura satisfacción narcisista, egocéntrica. Yo intentaba llegarles al corazón, que mis respuestas tuvieran la capacidad suficiente
como para llegar a la esencia de ellos: al corazón.
Contestar con la verdad y que ellos tuvieran el derecho de creerme o no, pues es difícil en el imperio de la mentira que me la creyeran a mí a la primera; Yo sabía que esto lleva tiempo, pero sucede que merecer la confianza es toda una labor: se gana con la actitud, no a través del convencimiento intelectual, que confíen en mí me llevaría mucho tiempo.
Por mi propia seguridad tenía que actuar de inmediato. Estaba atento a no intentar dar un doble mensaje y no despertar fantasías. Era muy consciente de que lo que sembrara se me iba a rebotar. Al saber ellos que
yo era terapeuta me vieron como alguien en quien confiar. Empezaron a hacerme preguntas, a preguntarme sobre su familia, ellos creían que yo era abogado), a consultarme como médico hasta que (y eso me costó mucho trabajo) les logré aclarar que mi trabajo era ser terapeuta: es decirestar en el lugar más adecuado, en el imperio del sufrimiento. Les decía que yo estaba en el lugar idóneo, en el campo más fértil para trabajar. Les solía leer y contar historias a menudo. Les acostumbraba a que se escucharan hablar, a que se dieran cuenta de cómo se traicionaban y se delataban a sí mismos, cómo eran ellos mismos cómplices o traidores en la relación con la policía tanto como con sus compañeros de banda o de cárcel. Les invitaba a que despertaran a que abrieran los ojos, a que vieran qué mal se engañaban a sí mismos.
Me gané su confianza siendo uno de ellos pero sin victimizarme. No quitarme el saco sino dejármelo bien puesto, cosa que les desconcertaba porque veían que yo no negaba mi posición de delincuente.
Ese desconcierto en lugar de provocar en ellos inseguridad e incertidumbre hizo que yo fuera bien recibido. No tenían porqué desconfiar de mí. No tenía ni la conducta ni las características de un delincuente y eso les hacía confiar. Poco a poco, al relacionarme con ellos, iban reflexionando sobre el por qué de su estancia en la cárcel, ¿por qué repetían tanto? ¿por qué provocaban tanto a los custodios y a las áreas? ¿por qué buscaban inconscientemente todas las disculpas posibles para poder seguir siendo retenidos o para seguir siendo castigados?
Hicieron un buen trabajo. Muchos lograban captar cómo se trampeaban a sí mismos en esta aparente lucha intelectual de que lo único que les importaba era su libertad, cuando eso era mentira, porque terminaban haciendo lo imposible un día antes de salir para quedarse.
Era como el síndrome del niño golpeado que termina identificándose con el objeto opresor. Lo cual era ya una perversión. Yo les explicaba que al identificarse con el opresor terminaban negándose a sí mismos.
Tenía que hacerlo con mucha sutileza y claridad para no ser malinterpretado, ya que esto iba aparentemente en contra de su manera de pensar. Les hacía notar que el trabajo es sano y saludable y que el lugar donde vivimos es donde estamos, no donde queremos estar; que es nuestra casa y nosotros la hacemos casa o cárcel. No se podía negar que esto fuera cárcel pero yo no creo que la pérdida de la libertad física sea el valor más grande sino que la cárcel estriba en el impedimento de la libertad de expresión.
La invasión de tanta violencia del exterior, la violencia tan gratuita de mis compañeros, tanta agresión, tanto descontento, tanto resentimiento, para mí eso sí que era cárcel y lo sigue siendo.
Transformar a 1.300 era toda una odisea. Lo único que quería era vivir un poquito más en paz, que pudieran escuchar un poco de música clásica(la que ellos escuchaban no hacía más que reforzar la misma angustia, ansiedad y violencia). Intentaba que a través de la música se pudiera descansar y estar en silencio. El silencio aquí es casi imposible por los mismos niveles de angustia en que se vive, pero se logró bastante.
Hay que cuidarse de esos 1.300. Si te golpean y subes a dirección, te consideran un traidor, entonces no sólo te castigan sino que te rechazan dentro de la población y pierdes su confianza. Hay una ley general abajo: que si eres robado tú tienes que recuperar esa prenda (incluso a golpes) pero no puedes apoyarte ni en los vigilantes ni en la dirección, porque has traicionado a la población, a las normas delincuenciales por decirlo de alguna manera. Es necesario andar con mucho cuidado, lograr establecer buena relación con los líderes, con los compañeros.
Otra cosa que yo necesitaba era mantenerme, no perder la libertad, no disolverme entre todos, no perder mi centro, mi yo, mis ideales, mis pensamientos. La regla de oro para mí era rogarle a Dios que no me volviese duro, que no perdiera la capacidad de sentir, de amar, aunque eran grandes las tentaciones. Yo no quería ser violento, duro, insensible, demandante.
Otra preocupación mía era que mis ojos no perdieran la capacidad de llorar y así lavar mi alma. El precio a pagar por negar el sufrimiento y el dolor era la muerte en vida, por eso no quería endurecerme, convertirme en una piedra, volverme insensible. Sentir que en la mente tenía un mantra (OM NAMA CHIBA YA) fue una gran ayuda, un gran apoyo. Prefería decir Om Nama Chibaya que sentir latigazos, devolver las agresiones o querer aplastar a alguien. Luego, por las tardes, reflexionaba sobre las muchas posibilidades que tiene uno de no hacerse responsable de su situación. Hay cosas que dependen de uno y otras que no, pero sí tenía conciencia de que yo tenía que responsabilizarme porque era el único que podía hacer algo ahí. Este era el lugar más adecuado para hacerme la cárcel más cárcel o hacerme un proceso de crecimiento. El lugar también más difícil para ver de qué tamaño soy, de qué tamaño era yo y cuáles eran mis límites y mis capacidades. Era una revisión general y tenía disculpas de sobra para justificarme pero no se volvería a repetir esa oportunidad para aprender. Darme cuenta de eso fue importante. De otra parte, querer ser uno más era pura pretensión. No tenía nada que ver con mi realidad interna.
Era algo falso, soberbio, pues al no sentirme uno más por mis conocimientos era precisamente como yo podía servir a los demás.Me hubiera podido quedar empachado de lo poco que sabía pero era más útil ayudar a los compañeros y así ayudarme también a mi mismo.
¿A qué conclusión quiero llegar con todo eso? ¿Tenía esta visión de las cosas cuando me internaron? Hay una sola respuesta: que ha sido la cantidad de años de tratamiento terapéutico personal. Vi la inversión, la generosidad de ese proceso, el regalo que ha sido para mí, aunque puede parecer un poco loco decir que los frutos de la terapia fueron la capacidad de estar en la cárcel.
Pero es cierto: gracias a mi proceso, a mis maestros, a mi maestro Claudio Naranjo era capaz de asimilar, de aceptar, de comprender que tenía que pasar por ahí, y hacerlo del modo más limpio y auténtico posible.
Gracias al proceso terapéutico, se generaba el encuentro entre el dolor y la aceptación. Por un lado, estaba inmune a tantas provocaciones que en ese momento no me tocaban, y por otro lado me sentía vulnerable ante tanto sufrimiento. La enfermedad es la incapacidad de aceptar el dolor, el dolor entre humanos. Aunque suena loco decirlo, es bello el trabajo que se puede hacer aquí, el trabajo que se tiene que hacer aquí, por eso cada día siento menos deseos de salir.
La vida es donde uno está y es cierto que para vivir cualquier lugar es bueno. Los obsesivos del movimiento solemos creer que la libertad física es la que nos otorga la capacidad de satisfacemos y de placer. Cuando uno se da cuenta de que eso es así sólo en apariencia, encuentra la paz, la tranquilidad consigo mismo. Con ese eterno ir, escapar de uno, cuesta trabajo dar con el lugar donde uno tiene que anclar. Por lo menos a mí me sucedió que era un descanso muy merecido abdicar, huir de mí, no oponerme.
El segundo paso fue también importante. Me impuse participar en las actividades del centro. Ir a la escuela me daba mucho gusto. Quería hacer todo el recorrido de la escuela. El grado mayor que hay es bachilleres.
Yo no tenía ganas de ir a bachilleres. Tenía ganas de ayudar a hacer un trabajo muy especial. Sentía que aún no era el momento de dar la cara. No me sentía todavía limpio y me apunté a primero de enseñanza primaria. Recordaba que la primera y única oportunidad que tuve de cursar primaria fue cuando era pequeño. En aquel entonces me sentía torpe, tonto, feo, bobo y aterrado por haber sido separado de mi madre. Ahora quería ir a la escuela seguro de mí mismo, sin terror, sin ser forzado. Quería aprender por
voluntad y deseo propio.
Tuve la gran suerte de conocer a esas maestras pedagogas que son a la vez sanas y naturales. Para mí fue un verdadero encuentro con los conocimientos. Me pareció de una gran permisividad el no ponerme trabas
para el aprendizaje. Quería aprender. Tenía ganas de saber. Veía las dificultades que tenía antes con las tablas de multiplicar y recuerdo también los tablazos de mi padre. Las tablas no eran responsables de la fobia que les tenía. Todas las reglas gramaticales iban entrando y colocándose con la facilidad y memorización extraordinarias. También los planetas y la biología. Era tal el hambre de aprender que parecía que se despertara después de cuarenta años. Ahora la libertad de aprender la veo como algo natural en el ser humano, y esa mujer fue el paso siguiente y necesario. Fue cuando empecé a escribir, a leer, a comprender muchísimas cosas. El orden, la autoridad no eran un orden infra-humano sino un orden cósmico, el orden de un sistema necesario para un buen vivir en este planeta, en este país, en la tierra.
Había que estar simplemente atento a no molestar. Era ese orden mismo el que proporcionaba ponerse a su disposición con una buena actitud hacia él para que las cosas sucedieran y sucedieran las buenas cosas.
Ese encuentro fue muy significativo en mi vida aquí, pues donde he sentido mi libertad ha sido en la cárcel. Después de que terminé el año saqué un diez.
Nunca había acudido con tanto gusto a una entrega de diplomas. Con alegría, dispuesto, iba a recibir lo que me había costado lograr por esfuerzo propio y ese esfuerzo era muy gratificante. Tiene su gloria el esfuerzo. El ir a la escuela era para mí ir con alegría. Después, iba a seguir el segundo año de primaria.
Debo decir que en esa clase éramos un grupo de cuarenta personas, un grupo brillantísimo, un verdadero grupo que hablaba mucho del ser humano.
Yo intervenía mucho ahí. Fue un grupo modelo, un grupo de mucha cosecha como individuos que éramos. Teníamos una disciplina, un orden, una limpieza, un buen nivel académico. La gran mayoría de los que asistían a primero de primaria iban con la misma carga con la cual uno va de pequeño.
La cárcel se volvía a repetir como la primera cárcel que tuvimos, que fue la escuela al principio. Era meternos en un lugar que no queríamos (y aquí cárcel en la cárcel). Resultaba duro que lo entendieran.
Con mis compañeros nos juntábamos para hacer las tareas y los dibujos. Era bonito por la actitud de ellos y también porque yo aprovechaba aquellos momentos de las tareas para el desarrollo de la convivencia, para estar juntos, para platicar, para convivir (¡tan difícil aquí!)
Algo se transformó dentro de mí y no fue intencionado. Como consecuencia casual fui invitado a trabajar al pabellón de los psicóticos, a dar un curso de verano. Éramos sólo dos personas para un grupo de 64 enfermos mal atendidos a nivel psiquiátrico, con irregularidad total en la toma de medicinas, pero en trato, cero en tratamiento psicológico, cero en movilidad. Se les trataba mal y mal era la organización. Era la vergüenza de las vergüenzas, con todo los daños que acarrean las enfermedades crónicas o mejor dicho que se hicieron crónicas por no haber sido bien atendidas.
Cabe mencionar que se trata de patologías y contenidos patológicos algo diferentes de los pacientes tradicionales del exterior.
Normalmente los terapeutas trabajamos con sueños, pensamientos y fantasías, mientras aquí, con psicóticos delincuentes, el tabú ha sido realmente trasgredido. Es presente. Se ha encarnado. Aquí la patología abarca como mínimo parricidas, matricidas y no es lo mismo soñar con asesinar a la madre, al hijo, al padre o al hermano que haberles matado de verdad.
¿Qué alternativas les podía ofrecer yo para que se volvieran cuerdos?¿Qué otro modo más grato tenía yo para brindarles después de sacarles de donde estaban? Lo que únicamente les proponía a cambio era la conciencia de lo que hicieron y un muro alrededor.
A mí me costaba trabajo comprender eso y aceptar que les iba a sacar de un mundo muy personal (bueno o malo) a tener conciencia de sus 30 ó 40 años de cárcel, lo cual no es muy agradable. Tampoco es compensatorio vivir en la conciencia de 40 años de prisión o muy posiblemente de una cadena perpetua, ya que a esas personas sólo les puede sacar la misma familia que ellos dañaron, y por eso muchos de ellos están en una situación no explícita pero sí implícita, de cadena perpetua, de morir aquí por el abandono de sus familiares. Entonces se ponía peor todavía el negocio de la terapia y el negocio de la salud; y la negociación era precisamente ofrecerles a ellos algo muy fuerte: que esto es la verdadera prisión, no ya la interna, sino que no había más que ofrecer. Yo estaba más o menos en las mismas que ellos, en el sentido de que no hay un lugar adecuado para ser persona, sino que uno es el que hace el lugar, el que lo convierte
en algo agradable o en el infierno.
Empecé a trabajar con ellos, unos 42 que iban desde psicóticos, lesionados cerebrales por inhalantes, personas con daños congénitos, esquizofrenias de todo tipo, lesiones neurológicas, toxicómanos crónicos ...Era mucho material humano y había mucho que hacer pero yo me sentía en pañales y con total ignorancia sobre la realidad tan pesada y fuerte que tenía enfrente.
Aquí se requería de alguien que no negara el miedo y tuviera experiencia en haber caminado por los pasillos del infierno personal, conocer la locura del otro por empatía con la propia. Haberla vivido y reconocerla sería la única posibilidad de contactar con ellos, de relacionarse con ellos, gente tan mal tratada. Tenían desconfianza de la desconfianza y yo miedo del miedo.
Recuerdo que duré más de quince días en la puerta, era lo único que hacía:me sentaba en la puerta e iba revisando todos mis prejuicios, mis cobardías y mis soberbias.
Cuando me aclaré de mis prejuicios, de mi miedo principalmente, fue cuando di el primer paso, intentando no invadir su casa, el terreno de ellos, por una pretensión personal de conocimientos. Era muy consciente de que el primer paso para tocar su tierra era verles como personas. El momento que les vi como tales fue cuando ví, di el paso y me metí en ellos. Después de un añoy ocho meses, hoy es reconocida como la primera comunidad terapeútica delincuencial y propuesta en todo México. Les será evidente a todos ustedes que no sé aplicar la terminología gestáltica adecuada, pero he preferido "estar atento" en el vivir cotidiano antes que en el buen uso de lo aca-endémico.

Dr. Claudio Naranjo Cohen:


Tu hijo rebelde que con gratitud se inclina amorosamente ante tí, Maestro espiritual, que con paz-y-encia me has enseñado a "Darme Cuenta". Pues he podido ver la prisión como una abadía.
Pido a Dios por todos aquellos mis hermanos de lucha, y gracias por su generosidad.
Hoy, después de tanto tiempo, puedo decir en voz baja, que me siento tan pequeño y tan grande al mismo tiempo"

Guillermo Borja. (1.993)