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Paz y Ciencia

miércoles, 26 de agosto de 2015

Reseña del libro: Pioneros de la Psicosis


Reseña del libro “Pioneros de la psicosis” de Vicente Palomera | Vilma Coccoz

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Vicente Palomera ha escogido, para la tapa de su último libro,Pioneros de las psicosis (1), un fragmento del Mapa de la Ternura (Carte du Tendre, citado por que Lacan en el Seminario III). Se trata de un “mapa del amor” que se difundió en las novelas del siglo XVII a partir de Clélie, histoire romaine de Madeleine de Scudéry.
Es un país imaginario, país del amor cortés que concibieron Las Preciosascon el propósito de civilizar los impulsos sentimentales a través del discurso galante, el humor y el cortejo. Constituye una representación topográfica y alegórica del tránsito de la corriente de afecto que puede surgir hacia otra persona figurado con el fluir de un río semejante al Nilo, llamado Inclinación (Inclination sur I) hasta su desembocadura en el Mar peligroso (Mer Dangereuse). Aparecen señalados, a la derecha, el lago de la Indiferencia y, a la izquierda, el mar de la Enemistad. Son peligros que amenazan el curso del afecto. También se localizan tres capitales, Inclinación, Estima, Gratitud. Y otros sitios, diversas poblaciones, vinculados a los afluentes del río, todos ellos con nombres alegóricos. Esta toponimia viene a representar las etapas y conflictos de la vida amorosa.
La nueva amistad es el punto de partida desde donde pueden emprenderse tres rutas que conducen a tres ciudades de amor diferentes.
La vía más rápida conduce al amor impulsivo (Tendre sur I), siguiendo el camino de la inclinación sin ninguna parada intermedia, sucumbe al peligro de la pasión ciega.
Para llegar a Amor en estima (Tendre sur E) es preciso atravesar los pueblos de Gran Espíritu (Grand Esprit), Bonitos Versos (Jolis Vers), Notas Galantes (Billet galant) y Notas dulces (Billet Doux). Pasados estos pueblos se accede a Sinceridad (Sincerité), Gran Corazón (Grand Coeur), Honradez (Probité), Generosidad (Generosité), Respeto (Respect), Exactitud (Exactitude) y Bondad (Bonté).
El peligro consiste en que, si bien el paisaje al llegar a Gran Espíritu (Grand Esprit) parece tentador, se debe evitar el desvío hacia Negligencia (Négligence). Esa ruta conducirá desde la Desigualdad (Inégalité) al Olvido (Oubli) atravesando Tibieza (Tiedeur) y Ligereza (Légéreté) en el camino. Finalmente, el trayecto concluirá en las calmas aguas del Lago de la indiferencia (Lac d’Indiference), homologado al aburrimiento.
Si se prefiere como destino la ciudad Amor por reconocimiento (Tendre sur R), se debe elegir la ruta que lleva de Complacencia (Complaisance) a Aceptación (Soumission), Pequeñas Atenciones (Petites Soins), Asiduidad (Assiduité), Decisión (Empressement), la pequeña aldea de Grandes Servicios (Grandes Services), Sensibilidad (Sensibilité), Ternura (Tendresse), Obediencia (Obéissance) y ya, cerca del destino, Amistad Constante (Constante Amitié).
El peligro acecha, nada más partir de Nueva Amistad, por lo que se ha de prestar atención para evitar la desviación hacia Indiscreción (Indiscretion), porque el camino desde allí puede desembocar en dos indeseadas opciones: el solitario monte de Orgullo (Orgueil) o la ruta que pasa por Traición (Perfidie), Maledicencia (Médisance) y Malicia (Méchanceté), hasta llegar al agitado Mar de la enemistad (Mer de l’Inimitié).
Parece muy apropiado haber escogido esta cartografía del amor como metáfora del delicado recorrido que supone el tratamiento de las psicosis bajo transferencia. El libro de Palomera constituye un mapa de orientación clínica, una verdadera guía para extraviados y una invitación al debate, a la puesta a punto de nuestras categorías a partir de una reconstrucción del itinerario de las dificultades que atravesaron Freud y sus discípulos y que todo analista reconocerá habérselas topado en su práctica.
La Carte du Tendre consiste en un tratamiento del goce. La maniobra en la transferencia también lo supone. Recientemente Jacques-Alain Miller ha dado una versión resumida de la clínica diferencial señalando que, finalmente, neurosis y psicosis pueden ser consideradas como dos modos diferentes de gozar. En la primera, el goce se revela afectado por la castración a partir de la distinción del objeto a y menos Phi; en la segunda, la ausencia o forclusión del falo revela el goce extremo, excesivo, sin límite.
La problemática del goce como obstáculo al vínculo transferencial está presente desde las primeras observaciones de Freud, cuando afirma que “Los psicóticos aman su delirio como a sí mismos.”
La frontera entre el orden que organiza la relación al cuerpo, al mundo y a los objetos al que se refiere la Carte du Tendre se muestra, en la psicosis, alterada, rota, “astillada”, según el término de Vicente. Lo que se traduce en fenómenos que afectan esas dimensiones en forma de pasiones y que conmueven la tranquilidad del curso de la palabra pudiendo precipitarse directamente en el Mar Peligroso, cuando la transferencia vira a la persecución o a la erotomanía.
Una segunda observación temprana de Freud: “en las psicosis el inconsciente está a cielo abierto” es retomada por Palomera para decir que en el cielo de la psicosis no está el Edipo.
Ambas anotaciones, la relativa a la libido y la relativa al inconsciente inauguran la exploración freudiana en un lento recorrido que tendrá, como punto de inflexión “la campaña de la paranoia”, título de uno de los capítulos.
Una campaña sostenida en el trípode que articula la dimensión clínica, epistémica y política del Campo Freudiano, acentuando la última, porque se plantea como una toma de posición del discurso analítico respecto a la Psiquiatría. Consiste en reclamar para el campo analítico el tratamiento y estudio de la experiencia del paranoico desde su consideración de experiencia subjetiva, desde su vivencia como ser hablante.
En el aspecto clínico reconocemos el anudamiento de, por una parte, la firmeza inquebrantable de Freud respecto al diagnóstico de demencia precoz, al que consideraba un mal diagnóstico por vincularse a una posible causa neurológica. Y, por otra parte, la apertura sin prejuicios a la exploración de una tierra incógnita propiciada por el “maravilloso Schreber”, que dará lugar a una primera demostración de la causalidad psíquica.
Desde el punto de vista epistémico, se evidencia en este libro que las ideas de Freud germinaban y se modificaban en un clima de intercambio y colaboración con sus discípulos, quienes se atrevían a poner a prueba y a discutir las categorías freudianas aportando sustanciales hallazgos clínicos.
Así vemos que la pregunta por la causalidad atraviesa los textos, y podemos valorar hasta qué punto los atolladeros serán resueltos cuando Lacan proponga su tesis sobre la forclusión del Nombre del Padre como causa psíquica de la psicosis.
Sin embargo, aun con una doctrina insuficiente, estos primeros analistas percibieron muy bien que el tratamiento posible de las psicosis requería modificaciones de la técnica. Como Landauer, quien propone una “técnica pasiva”, no interpretativa. O Federn, quien capta muy bien que la operación radica en la palabra y, para el caso, en una conversación que haga posible una inscripción. Y Nunberg, quien llegará a la conclusión que, si bien el analista no ha de encarnar un amo, debe, sin embargo, constituirse en un ser de saber para el paciente.
El hilo rojo que atraviesa el libro de Palomera es la temática de las identificaciones, su variedad y funciones. A partir de la tesis freudiana de la causalidad psíquica de la paranoia que la situaba en la defensa ante un incremento de la libido homosexual en 1911, se prosigue una elaboración doctrinal que culmina en 1914, en el llamado por Lacan segundo gran descubrimiento freudiano, esto es, el narcisismo.
Será posible entonces distinguir la libido del yo y la libido objetal. Y postular la causa de la psicosis en una reversión de la libido al narcisismo, siendo, en la esquizofrenia, en grado mayor, una regresión al autoerotismo. La consecuencia de tal reversión se verifica en las identificaciones narcisistas mortificantes que otorgan su peculiaridad a la transferencia. El tratamiento consiste pues, en promover una recatectización, una nueva investidura de objeto a partir de la función de la identificación a un Ideal, el cual, al causar una pérdida, restablece el circuito pulsional.
Gracias al hilo rojo con el cual Palomera va dibujando el mapa de los pioneros y a su conocimiento de la lengua alemana tenemos ocasión de conocer, en el capítulo once, La cura espontánea de una catatonía, el caso Marie de Landauer. En la lectura de este caso se dan cita dos grandes ejes del libro, el problema del tratamiento de las psicosis, y el de la identificación narcisista. La oscilación entre dos identificaciones narcisistas mortíferas que el analista logra deducir como causa del síntoma catatónico explica también que la asombrosa salida de ese estado haya sido posible mediante otra identificación narcisista, esta vez a su compañera de habitación que intentaba escapar del encierro, mediante la cual volvió a sentirse viva.
Se comprobaría así la justeza de la tesis freudiana según la cual el objeto se recupera mediante una identificación paradójica, por venir a ocupar el lugar del sustituto del objeto “narcisista” que Lacan llamará a. De donde emana el ersatz, el atractivo que suelda al sujeto al objeto del fantasma. Se desprende de esta lectura la necesaria distinción en el texto de Freud, de dos tipos de identificaciones narcisistas.
También este caso muestra la coexistencia de una fuerte fijación al objeto y el sorprendente abandono de su investidura, con la consecuente pérdida del yo. Por eso, a pesar de las dudas, Palomera parece inclinarse por un diagnóstico de melancolía, sobre todo a partir del trastorno de la categoría del tener: “lo he perdido todo, jamás tendré hijos:” Lo cual contrasta con la demanda de un hijo al analista. Y coloca al caso en el marco de nuestros debates actuales acerca de la psicosis ordinaria, llamada “latente” por Federn.
Por eso este libro describe también el recorrido singular de la formación analítica y el lugar que ocupa la psicosis en él, dependiendo en primer lugar, del análisis personal. El mismo Freud, citado por Vicente, se interroga a partir de un lapsus, a la edad de setenta y cinco años, por su posición respecto a la psicosis en el sentido de que se le habría revelado, a través de una formación del inconsciente, un “no quiero saber nada de ello”. Porque situarse correctamente no depende de la voluntad sino de conseguir localizar la posición del sujeto en la estructura, y es lo que decide la maniobra en las aguas de la inclinación, del lazo transferencial.
Pioneros de la psicosis es pues, un mapa analítico realizado por nuestro cartógrafo Palomera. Nos une a aquellos primeros clínicos, a aquella primera Escuela Freudiana y nos invita a continuar esa fecunda interlocución, ese diálogo, en nuestra conversación clínica.
Intervención de Vilma Coccoz en la presentación del libro en la Biblioteca de la sede de la ELP, el día 10 de Junio de 2015, junto a Gustavo Dessal y Vicente Palomera y la coordinación de Luis Teskiewicz.

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