Inmersos en una cultura judeocristiana, sumidos en el apestoso olor de la culpa, presos de una supuesta moral coercitiva, sobrevivimos.
La culpa es una palabra que debería estar en textos religiosos pero no en el diccionario. La culpa supone castigo, evoca lo punitivo, el castigo.
La responsabilidad tiene que ver con hacerse cargo y reparar el daño.
Por ejemplo, si nuestro hijo rompe la nariz de un muñeco y le damos una "zurra" no le estamos educando, le estamos castigando. Nadie aprende a base de tortazos, todo lo contrario. La capacidad del joven para la rebelión es más aguda cuanto más insensata es la educación.
Un ejemplo de todos conocidos es la cárcel. Una cárcel, y esto lo sabe muy bien Foucault (Vigilar y Castigar), está construida para encerrar, hacer sentir culpa pero no para reparar el daño.
Mahatma Ghandi recibió tras muchos disturbios, después de la independencia de la India, a un compatriota que había matado dos hijos de mususlmanes por retaliación. Este hombre se quería suicidar. Ghandi le propuso que adoptara a dos niños de la calle musulmanes y que les ofreciera una educación de su religión. Esto último sirve y se llama reparación.
La culpa no sirve, el castigo tampoco, solo para llenar las babas del odio y la rabia.
Dedicado con cariño a los y las culposas.
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