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Paz y Ciencia

domingo, 5 de junio de 2011

Historias Zen

Historias zen para ti


Desterrando a un fantasma

La esposa de un hombre estaba muy enferma. En su lecho de muerte le
dice, "¡Te amo demasiado!, no quiero dejarte, y no quiero que me
traiciones. Promete que no verás otras mujeres cuando yo muera o
volveré para rondarte.

Durante varios meses después de su muerte el marido evitó a otras
mujeres, pero conoció a alguien y se enamoró. En la noche que se
comprometieron, el fantasma de su difunta esposa se le apareció. Ella
lo acusó de no cumplir con la promesa, y volvió todas las noches para
atormentarlo. El fantasma le recordaba todo lo que habían pasado él y
su prometida ese día, hasta el punto de repetir, palabra por palabra,
las conversaciones que habían tenido. Esto lo trastornó tanto que no
pudo dormir nada.

Deseperado buscó el consejo de un maestro Zen que vivía cerca del
pueblo. "Este fantasma es muy listo", dijo el maestro luego de oir la
historia del hombre, "¡Lo es!", contestó el hombre. "Recuerda cada
detalle de lo que dije e hice. ¡Sabe todo!" El maestro
sonrió. "Deberías admirar a un fantasma así, pero yo te diré que
hacer la próxima vez que aparezca."

Esa noche el fantasma regresó. El hombre hizo exactamente lo que le
había dicho el maestro. "Eres un fantasma muy sabio", dijo, "Sabes
que no te puedo esconder nada. Si puedes responderme una pregunta,
romperé el compromiso y permaneceré soltero por el resto de mi
vida". "Haz la pregunta", contestó el fantasma. El hombre sacó un
puñado de frijoles de una gran mochila que estaba en el piso, "Dime
exactamente cuantos frijoles tengo en mi mano".

En ese momento el fantasma desapareció y no volvió nunca más.


El Maestro campana

Un nuevo estudiente se aproximó al maestro Zen y le preguntó como
podía prepararse para su aprendizaje. "Piensa que soy una campana",
explicó el maestro. "Dame un golpe suave y tendrás un pequeño sonido.
Golpeame duro y recibirás un repique fuerte y resonante".


Libros

Había un reconocido filósofo y docente que se dedicó al estudio del
Zen durante muchos años. El día que finalmente consiguió la
iluminación tomó todos sus libros, los llevó al patio y los quemó.


Buda cristiano

Uno de los monjes del maestro Gasan visitó la universidad en Tokio.
Cuando regresó, le preguntó al maestro si alguna vez había leido la
biblia cristiana. "No", respondio Gasan, "por favor léeme algo de
ella". El monje abrió la biblia en el Sermón del Monte de San Matías,
y empezó a leer. Después de leer las palabras de Cristo sobre los
lirios en el campo, se detuvo. El maestro Gasan permaneció en
silencio durante un largo tiempo. "Sí", dijo finalmente, "quien haya
pronunciado estas palabras es un ser iluminado. ¡Lo que acabas de
leerme es la escencia de todo lo que he estado tratando de enseñarte
aquí!"


Persiguiendo dos conejos

Un estudiante de artes marciales se aproximó el maestro con una
pregunta. "Quisiera mejorar mi conocimiento de las artes marciales.
Además de aprender contigo quisiera aprender con otro maestro para
aprender otro estilo. ¿Que piensas de esta idea?"

"El cazador que persigue dos conejos", respondió el maestro, "no
atrapa ninguno".


Una situasión tensa

Un día mientras caminaba a través de la selva un hombre se topó con
un feroz tigre. Corrió pero pronto llegó al borde de un acantilado.
Desesperado por salvarse, bajó por una parra y quedó colgando sobre
el fatal precipicio. Mientras el estaba ahí colgado, dos ratones
aparecieron por un agujero en al acantilado y empezaron a roer la
parra. De pronto, vió un racimo de frutillas en la parra. Las arrancó
y se las llevó a la boca. ¡Estaban increíblemente deliciosas!


Concentración

Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y jactancioso
campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como
arquero. El joven demostró una notable técnica cuando le dió al ojo
de un lejano toro en el primer intento, y luego partió esa flecha con
el segundo tiro. "Ahí está", le dijo al viejo, "¡a ver si puedes
igualar eso!". Inmutable, el maestro no desenfundo su arco, pero
invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso
sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto
de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por
un frágil y tembloroso tronco. Parado con calma en el medio del
inestable y ciertamente peligroso puente, el viejo eligió como blanco
un lejano árbol, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y
directo. "Ahora es tu turno", dijo mientras se paraba graciosamente
en tierra firme. Contemplando con terror el abismo aparentemente sin
fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer
el tiro. "Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el maestro, "pero
tienes poca habilidad con la mente que te hace errar el tiro".


Destino

Durante una batalla, un general japonés decidió atacar aún cuando su
ejército era muy inferior en número. Estaba confiado que ganaría,
pero sus hombres estaban llenos de duda. Camino a la batalla, se
detuvieron en una capilla. Luego de rezar con sus hombres, el general
sacó una moneda y dijo, "Ahora tiraré esta moneda. Si es cara,
ganaremos. Se es seca, perderamos. El destino se revelará".

Tiró la moneda en el aire y todos miraron atentos como aterrizaba.
Era cara. Los soldados estaban tan contentos y confiados que atacaron
vigorosamente al enemigo y consiguieron la victoria. Después de la
batalla, un teniente le dijo el general, "Nadie puede cambiar el
destino".

"Es verdad", contestó el general mientras mostraba la moneda al
teniente, que tenía cara en ambos lados.


Soñando

El gran maestro Taoista Chuang Tzu soño una vez que era una mariposa
revoloteando aquí y allá. En el sueño no tenía conciencia de su
individualidad como persona. Era sólo una mariposa. De pronto, se
despertó y se encontró ahí acostado, una persona otra vez. Pero
entonces pensó para sí mismo, "¿Era antes un hombre que soñaba ser
una mariposa, o soy ahora una mariposa que sueña ser un hombre?"


Egoísmo

El Primer Ministro de la Dinastía Tang fue un héroe nacional por su
éxito como estadista y como líder militar. Pero a pesar de su fama,
poder, y salud, se consideraba un humilde y devoto Budista. A veces
visitaba a su maestro Zen favorito para estudiar con él, y parecía
que se llevaban bien. El hecho de ser primer ministro parecía no
afectar su relación, que parecía ser la de un venerado profesor y un
respetuoso alumno. Un día, durante su visita usual, el Primer
Ministro le preguntó al maestro, "¿Su Reverencia, qué es el egoísmo
de acuerdo al Budismo?" La cara del maestro se volvió roja, y con una
voz condecendiente e insultante, le respondió, "¿qué clase de
pregunta estúpida es esa?" Esta respuesta inesperada impactó tanto al
Primer Ministro que se quedó callado y furioso. El maestro Zen sonrió
y dijo, "ESTO, Su Exelencia, es egoísmo".

Obra maestra

Un maestro calígrafo estaba escribiendo algunos caracteres en un
trozo de papel. Uno de sus estudiantes especialmente perceptivo
estaba mirándolo. Cuando al calígrafo terminó, le pidió la opinión al
estudiante - que inmediatamente le dijo que no estaba nada bien. El
maestro intentó otra vez, pero el estudiante criticó su trabajo de
nuevo. Una y otra vez el calígrafo redibujó cuidadosamente los mismos
caracteres, y cada vez el estudiante lo rechazaba. Finalmente, cuando
el estudiente se distrajo en otra cosa y no estaba mirando, el
maestro aprovechó la oportunidad para borronear los caracteres. "¡Ahí
está! ¿Cómo está ahora?", lo preguntó al alumno. El alumno se dio
vuelta para mirar. "¡ESO... es una obra maestra!" exclamó.

La Luna no se puede robar

Un Maestro Zen vivía la forma más simple de vida en un pequeña cabaña
al pie de una montaña. Una noche, mientras estaba fuera, un ladrón
entró a hurtadillas a la cabaña sólo para encontrar que no había nada
para robar. El Maestro Zen volvió y lo encontró. "Has hecho un largo
camino para visitarme", le dijo al extraño, "y no deberías regresar
con las manos vacías. Por favor, toma mis ropas de regalo." El ladrón
estaba asombrado, pero tomó las ropas y escapó. El Maestro se sentó
desnudo, observando la luna. "Pobre hombre", murmuró. "Hubiera
querido darle esta hermosa luna."

Más no es suficiente

Había una vez un cortador de piedra que no estaba satisfecho consigo
mismo y con su posición en la vida.
Un día pasó por la casa de un rico mercader. A través del portón
abierto, vio muchas riquezas y visitas importantes. "¡Qué poderoso
debe ser ese mercader!" pensó el cortador de piedras. Se puso muy
envidioso y deseó poder ser como el mercader.
Para su sorpresa, repentinamente se transformó en mercader,
disfrutando más lujos y poder que los que jamás pudo imaginar, pero
era envidiado y detestado por aquellos con menor riqueza que él.
Pronto un alto oficial pasó por allí, llevado en andas en un trono,
acompañado por lacayos y escoltado por soldados sonando gongs. Todos,
sin importar su riqueza, tenían que inclinarse ante la
procesión. "¡Qué poderoso es ese oficial!" pensó. "¡Quisiera ser un
alto oficial!"
Entonces se transformó en un alto oficial llevado a todos lados en
andas en su adornado trono, temido y odiado por toda la gente de los
alrededores. Era un caluroso día de verano, por lo tanto el oficial
se sentía muy incómodo en el trono. Miró al sol en lo alto. El sol
brillaba orgulloso en el cielo, inmutable ante su presencia. "¡Qué
poderoso es el sol!" pensó. "¡Desearía ser el sol!"
Entonces se transformó en el sol, brillando con fuerza sobre todo el
mundo, abrasando los campos, insultado por granjeros y trabajadores.
Pero una enorme nube negra se movió entre el y la tierra, como para
que su luz no pudiera brillar sobre todos ahí abajo. "¡Qué poderosa
es esa nube de tormenta!" pensó. "¡Desearía ser una nube!"
Entonces se convirtió en una nube, inundando los campos y poblados,
escuchando los gritos que todos le proferían. Pero pronto encontró
que era alejada por alguna fuerza poderosa, y se dio cuenta que era
el viento. "¡Qué poderoso que es!" pensó. "¡Desearía ser el viento!"
Entonces se convirtió en el viento, volando tejas de los techos de
las casas, sacando árboles de raíz, temido y odiado por todos. Pero
despues de un rato arrasó contra algo que no se movía, sin importar
la fuerza que hiciera al soplar. Una enorme roca. "¡Qué poderosa es
esa roca!" pensó. ¡Quisiera ser una roca!"
Entonces se convirtió en una piedra, más poderosa que cualquier otra
cosa en el mundo. Pero cuando estaba allí, escuchó el sonido de un
martillo golpeando un cincel sobre la dura superficie, y sintió que
lo estaban cambiando. "¿Qué puede ser mas poderoso que la roca?"
pensó.
Miró y vio delante de sí la figura del cortador de piedra.

La enseñanza más importante

Un renombrado Maestro Zen dijo que su mayor enseñanza era esta:
Buddha es tu propia mente. Impresionado por la profundidad de esta
idea, un monje decidió dejar el monasterio y retirarse al campo a
meditar sobre este pensamiento. Allí pasó 20 años como un hermitaño
poniendo a prueba la gran enseñanza.
Un día se encontró con otro monje que estaba viajando por el bosque.
Rápidamente el monje hermitaño se dio cuenta que el viajero también
había estudiado con el mismo Maestro Zen. "Por favor, dime lo que
sabes sobre la gran enseñanza del Maestro". Los ojos del viajero se
encendieron, "Ah, el Maestro ha sido muy claro sobre esto. El dijo
que su mayor enseñanza es esta: Buddha NO es tu propia mente."

Mente en movimiento

Dos hombres estaban argumentando sobre una bandera flameando en el
viento. "Es el viento lo que realmente se mueve", afirmó el
primero. "No, es la bandera lo que se mueve", aseguró el segundo. Un
maestro Zen, que caminaba por allí, escuchó el debate y los
interrumpió. "Ni la bandera ni el viento se mueven", dijo, "es la
MENTE que se mueve".

Belleza de la naturaleza

Un sacerdote estaba a cargo del jardín dentro de un famoso templo
Zen. Se le había dado el trabajo porque amaba las flores, arbustos, y
árboles. Junto al templo había otro templo más pequeño donde vivía un
viejo maestro Zen. Un día, cuando el sacerdote esperaba a unos
invitados importantes, tuvo especial cuidado en atender el jardín.
Sacó las malezas, recortó los arbustos, rastrilló el musgo, y pasó un
largo tiempo juntando meticulosamente y acomodando con cuidados todas
las hojas secas. Mientras trabajaba, el viejo maestro lo miraba con
interés desde el otro lado del muro que separaba los templos.
Cuando teminó, el sacerdote se alejó para admirar su trabajo. "¿No es
hermoso?", le dijo al viejo maestro. "Sí," replicó el viejo, "pero le
falta algo. Ayúdame a pasar sobre este muro y lo arreglaré por tí".
Luego de dudarlo, el sacerdote levanto al viejo y lo ayudó a bajar.
Lentamente, el maestro caminó hacia el árbol cerca del centro del
jardín, lo tomó por el tronco, y lo sacudió. La hojas llovieron sobre
todo el jardín. "Ahí está", dijo el viejo, "puedes regresarme ahora".

La naturaleza de las cosas

Dos mojes estaban lavando sus tazones en el río cuando vieron a un
escorpión que se ahogaba. Un monje lo sacó inmediatamente y lo puso
sobre la orilla. Durante el proceso fue picado. Volvió a lavar su
tazón y el escorpión volvió a caer. El monje salvó al escorpión y fue
picado nuevamente. El otro monje le preguntó, "Amigo, ¿Por qué
continúas salvando al escorpión cuando sabes que su naturaleza es
picar?"
"Porque", respondió el monje, "salvarlo es mi naturaleza."

No más preguntas

Al encontrarse a un maestro Zen en un evento social, un psiquiatra
decide hacerle una pregunta que tenía en mente. "¿Exactamente cómo
ayudas a la gente?" inquirió.
"Las llevó donde no puedan hacer más preguntas", contestó el maestro.

No lo sé

El emperador, que era un Budista devoto, invitó al gran maestro Zen
al Palacio para hacerle preguntas sobre el Budismo. "¿Cuál es la
suprema verdad de la santa doctrina budista?" preguntó el emperador.
"Mucha nada... y ni un rastro de santidad", contestó el maestro.
"Si no hay santidad", dijo el emprador, "entonces ¿quién o qué eres
tú?"
"No lo sé", respondió el maestro.

Aún vivo

El Emperador le preguntó al maestro Gudo,"¿Qué le sucede a un hombre
iluminado luego de la muerte?"
"¿Cómo he de saberlo?" respondió Gudo.
"Porque eres un maestro", respondió el Emperador.
"Sí señor", dijo Gudo, "pero no uno muerto."

Obsesionado

Dos monjes viajeros llegaron a un río donde encontraron a una joven
mujer. Preocupada por la corriente, preguntó si la podían llevar al
otro lado. Uno de los monjes dudó, pero el otro la levantó
rápidamente sobre sus hombros, la llevó al otro lado del río, y la
dejó en la orilla. Ella le agradeció y se alejó.
Cuando los monjes continuaron su camino, el primero estaba
meditabundo y cabizbajo. Incapaz de mantenerse en silencio,
habló. "¡Hermano, nuestro guía espiritual nos enseña a evitar
cualquier contacto con mujeres, pero tu levantaste a aquella y la
llevaste!"
"Hermano," replicó el segundo monje, "Yo la dejé del otro lado del
río, mientras que tu todavía la estás cargando."


Paraíso

Dos personas están perdidas en el desierto. Estan muriendo de hambre
y sed. Finalmente, llegan a una alta pared. Pueden oir del otro lado
el sonido del agua y de los pájaros cantando. Más allá pueden ver las
ramas de un suntuoso árbol que se extiende por sobre el muro. Su
fruto parece delicioso.
Uno de ellos se las arregla para escalar el muro y desaparece del
otro lado. El otro, en cambio, regresa al desierto a ayudar a otros
viajeros perdidos a encontrar el camino al oasis.

La práctica hace a la perfercción

Un cantante de baladas dramáticas estudiaba con un estricto maestro
que insistía en que ensayara día tras día, mes tras mes el mismo
pasaje de la misma canción, sin permitirsele ir más adelante.
Finalmente, lleno de frustración y desesperanza, el joven huyó para
buscar otra profesión. Una noche, en una taberna, se encontró con un
concurso de recitación. Sin nada que perder, entró a la competencia
y, por supuesto, cantó ese pasaje que conocía tan bien. Cuando
terminó, el organizador del concurso elogió su actuación. A pesar de
las objeciones del avergonzado estudiante, el organizador se negó a
creer que lo que acababa de oir era la actuación de un
principiante. "Dime", dijo el organizador, "¿quién es tu instructor?
Debe ser un gran maestro". El estudiante se hizo conocido más tarde
como el gran intérprete Koshiji.

Araña

Una historia Tibetana cuenta sobre un estudiante de meditación que,
mientras meditaba en su cuarto, creía ver una araña descender frente
a él. La amenazante criatura regresaba cada día, cada vez más grande.
El estudiante estaba tan asustado que fue a su maestro a contarle su
dilema. Le dijo que planeaba coloca un cuchillo sobre su falda
durante la meditación, así si la araña apareciera, la mataría. El
maestro le aconsejó que no lo hiciera. En cambio, le sugirió llevar
un trozo de tiza a la meditación, y cuando la araña apareciera, le
marcara una "X" en su panza. Y luego le contara.
El estudiante volvió a su meditación. Cuando la araña apareció
nuevamente, él resistió la necesidad de atacarla, en cambio hizo
exactamente lo que el maestro le había sugerido. Cuando más tarde le
contó a su maestro, este le dijo que se levantara la camisa y mirara
su propio vientre. Había una "X".

Plena conciencia

Luego de diez años de aprendizaje, Tenno obtuvo el rango de maestro
Zen. Un día lluvioso, fue a visitar al famoso maestro Nan-in. Cuando
entró, el maestro lo saludó con una pregunta, "¿Dejaste tus zuecos de
madera y tu paraguas en la entrada?"
"Sí," contestó Tenno.
"Dime," continuó el maestro, "¿colocaste tu paraguas a la izquierda
de tus zapatos, o a la derecha?
Tenno no supo la respuesta, y se dio cuenta que no había logrado el
estado de plena conciencia. Así que se convirtió en el aprendiz de
Nan-in y estudió con él por diez años más.

El regalo de insultos

Vivió una vez un gran guerrero. Aunque muy viejo, aún era capaz de
vencer a cualquier contrincante. Su reputación se extendió
ampliamente y muchos estudiantes se juntaron para aprender con él.
Un día, un infame joven guerrero llegó al pueblo. Estaba decidido a
ser el primer hombre que venciera al gran maestro. Ademas de su
fuerza, tenía una habilidad asombrosa para encontrar y explotar
cualquier debilidad en un oponente. Esperaría que su oponente hiciera
el primer movimiento, y así revelara una debilidad, y entonces
atacaría con despiadada fuerza y velocidad de rayo. Nadie había
durado con él en un encuentro más alla de su primer movimiento.
En contra de los consejos de sus preocupados estudiantes, el viejo
maestro aceptó gustoso el reto del joven guerrero. Cuando ambos
estaban listos para la batalla, el joven guerrero empezó a dirigirle
insultos al viejo maestro. Tiró tierra y escupió en su cara. Por
horas lo agredió verbalmente con todas las maldiciones e insultos
conocidas por la humanidad. Pero el viejo guerrero simplemente su
mantuvo en pie inmóvil y calmo. Finalmente el joven guerrero se
agotó. Reconociendo que estaba vencido se alejó sintiéndose
avergonzado.
De alguna manera desilusionados de que el maestro no hubiera peleado
con el insolente joven, sus alumnos lo rodearon y le
preguntaron. "¿Cómo pudo soportar semejante vileza? ¿Cómo hizo para
ahuyentarlo?
"Si alguien viene a ti con un regalo y no lo recibes, "replicó el
maestro, "¿a quién pertenece ese regalo?"

Yendo con la corriente

Una historia Taoista cuenta sobre un hombre viejo que accidentalmente
cayó en los rápidos del río dirigiendose a una alta y peligrosa
cascada. Los curiosos temían por su vida. Milagrosamente, salió vivo
e ileso río abajo en el fondo de la cascada. La gente le preguntó
cómo se las arregló para sobrevivir: "Me acomodé al agua, no el agua
a mí. Sin pensar, me permití ser moldeado por ella. Muy profundo en
el remolino, salí con el remolino. De esta manera es como sobreviví."

El dedo de Gutei

Cuando alguien le preguntaba sobre el Zen, el gran maestro Gutei
silenciosamente levantaría su dedo en el aire. Un chico en el pueblo
empezó a imitar este comportamiento. Cuando oía a la gente hablar
sobre las enseñanzas de Gutei, interrumpía la discusión y levantaba
su dedo. Gutei oyó hablar de las travesuras del niño. Cuando lo vio
en la calle, lo agarró y le cortó el dedo. El niño lloró y empezó a
correr, pero Gutei lo llamó. Cuando el niño se dio vuelta para ver,
Gutei elevó su dedo en el aire. En ese momento el niño se iluminó.

Hombre Santo

Se extendieron por la campiña palabras sobre un sabio Hombre Santo
que vivía en una pequeña casa en la cima de la montaña. Un hombre del
pueblo decidió realizar el largo y difícil viaje para visitarlo.
Cuando llegó a la casa, vio a un viejo sirviente dentro que lo saludó
en la puerta. "Me gustaría ver al sabio Hombre Santo," le dijo al
sirviente. El sirviente sonrió y lo dejó entrar. Mientras caminaban
por la casa el hombre del pueblo miraba ansiosamente alrededor de la
casa, anticipando su encuentro con el Hombre Santo. Antes de darse
cuenta, había sido llevado a la puerta trasera y escoltado hacia
fuera. Se detuvo y le dijo al sirviente, "¡Pero yo quiero ver al
Hombre Santo!"
"Ya lo has hecho," dijo el viejo. "Todas las personas que puedas
conocer en la vida, aunque parezcan simples e insignificantes... ve a
cada uno de ellos como un sabio Hombre Santo. Si haces esto,
cualquier problema que hayas traido aquí hoy será solucionado.

Iluminado

Un día el Maestro anunció que un joven monje había alcanzado un
estado de iluminación avanzado. La noticia causó revuelo. Algunos de
los monjes fueron a ver al joven monje. "Escuchamos que te has
iluminado. ¿Es verdad?" preguntaron.
"Lo es," contestó.
"¿Y como te sientes?"
"Tan mal como siempre," dijo el monje.

¿Es así?

Una hermosa joven del pueblo estaba embarazada. Sus padres, furiosos,
exigieron saber quien era el padre. Al principio no quiso confesar,
la inquieta y avergonzada muchacha finalmente acusó a Hakuin, el
maestro Zen que todos había reverenciado por llevar una vida pura.
Cuando los indignados padres enfrentaron a Hauin con la acusación de
su hija, el contestó simplemente "¿es así?"
Cuando el hijo nació, los padres se lo trajeron a Hakuin, que ahora
era visto como un paria por todo el pueblo. Le pidieron que se haga
cargo del niño ya que era su responsabilidad. "¿Es así?" dijo Hakuin
con calma mientras aceptaba al niño.
Por muchos meses cuidó muy bien al niño hasta que la hija no pudo
sostener más la mentira que había dicho. Confesó que el verdadero
padre era un hombre joven del pueblo que ella había tratado proteger.
Los padre fueron inmediatamente con Hakuin para ver si devolvería al
bebé. Con grandes disculpas explicaron lo que había pasado. "¿Es
así?" dijo Hakuin y les entregó al niño.

Pasará

Un estudiante fue con su maestro de meditación y dijo, "¡Mi
meditación es horrible! Me siento tan distraido, o me duelen las
piernas, o me estoy quedando dormido constantemente. ¡Es horrible!"
"Pasará", dijo el maestro con toda naturalidad.
Una semana después, el alumno volvió con su maestro. "¡Mi meditación
es maravillosa!¡ Me siento tan conciente, tan tranquilo, tan vivo!
¡Es maravilloso!
"Pasara", dijo el maestro con toda naturalidad.

Conocer a los peces

Un día Chuang Tzu y un amigo caminaban por un río. "Mira a lo peces
nadando allí," dijo Chuang Tzu, "realmente están disfrutando."
"Tu no eres un pez," contestó el amigo, "Así que no puedes saber
realmente que están disfrutando."
"Tu no eres yo," dijo Chuang Tzu. "¿Así que cómo sabes que yo no sé
que los peces están disfrutando?"

Aprendiendo de la manera difícil

El hijo del maestro ladrón le pidió a su padre que le enseñara los
secretos de la profesión. El viejo ladrón aceptó y esa noche lo llevó
a robar una gran casa. Mientras la familia estaba dormida,
silenciosamente llevó al joven aprendiz a un cuarto que contenía un
ropero. El padre le dijo a su hijo que entre al ropero y tome algunas
prendas. Cuando lo hizo, su padre rápidamente cerró la puerta y lo
encerró. Luego salio de la casa, golpeó con fuerza la puerta del
frente, despertando a la familia, y rápidamente se escapó para que
nadie lo viera. Horas más tarde, su hijo regresó a casa, despeinado y
muy cansado. "Padre", gritó enojado, "¿Por qué me encerraste en el
ropero? Si no hubiera estado desesperado por mi miedo a ser atrapado,
nunca huviera escapado. ¡Me costó toda mi ingenuidad salir!" El viejo
ladrón sonrió. "Hijo, has recibido tu primera lección en el arte del
robo

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