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Paz y Ciencia

sábado, 28 de junio de 2008

La Niña de los Sueños XXXI

Y allí estaba ella, reclinada en esa silla de mimbre, con el laud a su lado y el piano delante. A su espalda esa cristalera que dejaba pasar la luz a raudales. Y quedó muda, escuchando el sonido del exterior, procurando abstraerse a lo de dentro, intentando atender sólo éso que venía de afuera. ¡Qué difícil empresa! Se decía en pensamientos. La verdad es que era todo bien complicado. La vida resultaba difícil, cuesta arriba, las personas ya seres sin vida, le rodeaban máquinas, por otro lado protomáquinas, robots en pruebas, humanoides que ritualizaban una vida y una y otra vez repetían lo mismo, lo curioso es que fuera con una sonrisa en la boca. Ella era distinta, tenía algo diferente, esa manera de verse le daba problemas, esa forma de verla producía monstruos. Tan sólo se tenía a ella, y por eso naufragaba en su planeta particular queriendo llegar a otro lugar, quizás otra galaxia lejana aunque sin duda eternamente insatisfecha, a veces en momentos de lucidez con carácter retroactivo llegaba a conformar la idea de un problema como algo interno. Aquéllo le desmoronoaba le producía tan desasosiego que tuvo que cerrar los ojos para no marearse, por lo que fuera manifestaba sus tensiones vía cuerpo, y esa observación le había llevado a los mejores médicos de la comarca y después del país, la solución estaba en ella y sólo la anábasis le llevaría hacia el Santo Grial, el cáliz desde donde beber la pócima de su yo para poder pensarse y reconocerse como otra, distinta, puede que ni mejor. La idea era el eterno movimiento de Heráclito de Efeso.

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