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Paz y Ciencia

martes, 22 de abril de 2008

La Niña de los Sueños XXIII

Se dio cuenta de manera súbita, como si se cayera y rompiera en pedazos uno de esos vasos de cristal hermoso, decorado por un dorado quemado con las iniciales de la familia.
Y allí quedó cegada por el Sol que se colaba por el ventanal, era un día espléndido, su habitación le saludó completamente iluminada. Era temprano, no se oía apenas ruido, se intuía bien abajo el trajín de la cocina y la lavandería, ellos trabajaban mucho antes. Sin ellos, su hermanos, su padre y ella no podrían disfrutar de la comodidad, a veces insoportable. Llegó el día, la semana había sido aburrida, ensimismada andaba paseando por los jardines despistada procurando visualizar el momento en que volviera a subir a la atalaya para desenmascararse con la mantilla de su madre o el antifaz que diseñara ella misma. Le habían sido prohibidos los paseos a caballo. En opinión de Palacio el pueblo parecía muy alborotado y existía posibilidad de revuelta. Por esa razón tuvo que esperar pacientemente, con el único soplo de aquella noche donde el agua había cubierto el lecho de hierbas que hospedara una semana antes al muchacho del mercado y a ella misma. Meditabunda procuró sortear todo aquello que le entristecía, hizo una huelga de comida y dejó de hablar con su familia. Los otros, acostumbrados a estos repentinos e inexplicables cambios de comportamiento se lo tomaron a guasa, ella siguió dibujando en su mundo interno todo aquello que no podía ser entre esas murallas. Las rejas quedaban saltadas por su imaginación, sin embargo un profundo dolor le separaba del camino de fina piedra blanca. Parecía una hendidura, en ocasiones podía imaginar, despierta o no, quizá no hubiera demasiadas diferencias, que tras las piedras del muro había un hondo hueco, lleno de agua pútrida y animales en descomposición, con restos de animales y cuerpos humanos. Esa barrera era el límite entre una realidad que se antojaba anhelada y otra repudiada. Mientras bebía té se sentó a leer, cansada se dio cuenta que toda la inteligencia que elogiaban sus hermanos era un acicate de escepticismo y dificultad para el disfrute. Un goce tanático.

(feliz día de san jorge)

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