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Paz y Ciencia

sábado, 8 de marzo de 2008

La Niña de los Sueños XVIII

Cuando bajó las escaleras, el muchacho le miraba como si pudiera ver a través de ella, de su fina seda, un cuerpo de otra materia, desconocida para él. Se sintió agarrado por el brazo y conducido a una zona segura. Entre árboles, en un claro, la princesa le susurró al oído. El muchacho no estaba acostumbrado a hablar, ni tan siquiera a que se dirigieran a él con tanto cariño. Eso le molestaba, se sentía desguarnecido y todo su mundo se desmoronaba con la presencia de un otro que resultaba fuente de cariño e ilusión. No podía hablar y se balanceaba de un lado a otro, inquieto y timorato, la muchacha anduvo observando este hecho, ella, que tanto hubiera aprendido para comunicar no veía forma alguna de hacerle hablar. Tras largos largos minutos de espera y miradas esquivas decidió compartir con ella lo que creía unirles.
-Mira, yo vivo en el mundo Aparte, allí tengo un amigo y él es un muchacho sanote, bueno y fuerte. Él y yo queremos conocerte y creo que tú puedes ayudarnos a entender cosas de este otro mundo, tan tosco y aburrido, donde las gentes sólo tienen a sus familias, en el mejor de los casos.
Dibujó cómo era la vida en el mundo Aparte, allí no había pobreza y la gente se ayudaba, una quimera que dio origen a una identidad narrativa compartida. Con la imaginación como raíles de un vínculo reparador que fue, progresivamente sacando del ensimismamiento y la desolación al muchacho, tan magullado psíquicamente, refugiado dentro de sí mismo, capaz de crear e imaginar pero desairado en un mundo en el que él, a todas luces estaba apartado.

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