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Paz y Ciencia

lunes, 31 de diciembre de 2007

La niña de los Sueños. (II)

El muchacho algo cansado de hablar, se dio media vuelta no sin antes acariciar el dorso de la mano de la muchacha, con el gesto se llevó también el colgante de oro del estilizado cuello de la dulce e indefensa joven. Poco después, en un rictus de asco forzado, el joven se dio media vuelta rumbo al puerto. Se despidieron con un insoportable y leve gesto.

Cuando regresó la doncella a Palacio y dejó en el establo a su corcel notó en falta el colgante, dibujó una tenue sonrisa, casi alegrándose por imaginar que con ese ostentoso collar podría nutrirse de libros y pan durante semanas. Se le había olvidado preguntar al muchacho la edad. A su parecer tenían los mismos años, aunque en aras de la verdad, el muchacho parecía más vivido, como decía ese abuelo suyo para referirse a su cruento paso por la guerra.

Se filtraron los días en blanco, la muchacha jugaba con sus hermanos pero no daba muestras de estar compartiendo su diversión, ella dejaba volar, detrás de las palomas su espíritu. Solía navegar por una zona mixta, como le decía a su sirvienta, entre lo apabullante de sus pasiones y lo tiránico de sus preceptos. Allí residía un terreno fértil, lleno de ensoñaciones, imágenes, cuentos, seres inimaginables y también emociones de intensísimo valor y distinta cualidad, desde la más exultante alegría hasta la cruel e inagotable pena.

Mientras tanto, en otro lado, acurrucado en la puerta de atrás de una granja, el muchacho intentaba robar una gallina. Llevaba varios días queriendo colocar el “regalo” de la enigmática muchacha para comprar unos libros y comer algo caliente. Pensaba que aunque fuera capaz de negociar con el usurero, de poco serviría su frágil y sucia presencia. Sucumbió al placer de robar, al negocio fácil, al bocado rápido y gratuito. Le gustaba correr delante de sus perseguidores, en cualquier caso pensaba que poco a poco esa sensación estaba bloqueando el paso libre y fluido de su felicidad, captores, delatores y policías era cuanto él tenía, la cárcel, el cobijo más seguro que podía disfrutar y las manos de la joven doncella lo más calido y tierno que podía soñar. Entonces decidió cerrar los ojos…

1 comentario:

Anónimo dijo...

SUEÑOS.
Te llevaré soñando,
sin soñar
Sobre el oleaje blanco
de la mar
Navegaré despacio,
sin cesar
Hasta arribar al puerto
de la paz.