1. Biografía
Soy del tiempo y de la ciudad de Freud, pero no pienso como él.
Viktor Frankl
Viktor Emil Frankl (médico, psiquiatra, neurólogo, filósofo, escritor, alpinista, dibujante hábil, dramaturgo de una sola obra) nació en Viena el 26 de marzo de 1905 en el seno de una familia judía practicante. Desde los tres años expresó su deseo de ser médico. También a muy temprana edad mostró una inclinación particular por la reflexión filosófica, ante lo cual fue llamado por algunos «el pensador», e incluso «señor filósofo».
Un tema recurrente en él desde sus años escolares fue la pregunta por el sentido de la vida, que por lo demás ha sido una de las preguntas que se ha planteado la humanidad desde lo más antiguo de la historia, con lo cual podemos ver la importancia elemental de dicho cuestionamiento. A los 16 años Frankl impartía conferencias y compartía sus reflexiones al respecto.
Adolescente aún, solía allegarse al Prater, un famoso parque de Viena, junto con sus compañeros de escuela, con quienes entablaba discusiones sobre temas que le apasionaban —como la filosofía, la psicología aplicada y la experimental, el psicoanálisis, etc.—. Asimismo leía sobre estos temas y acudía a conferencias, charlas y clases nocturnas de psicología en la escuela para adultos, por lo que podemos suponer que este periodo es el antecedente primigenio de su deseo por encontrar las relaciones entre psicología y filosofía.
Por aquellos años (1921-22), Frankl comenzó a tener comunicación epistolar con Sigmund Freud, quien decidió publicar en la Revista Internacional de Psicoanálisis en 1924 un artículo enviado por el joven estudiante. Un año después, tras el desencanto por lo que él consideraba la estrechez y los reduccionismos del psicoanálisis, Frankl traslado sus intereses a la otra opción terapéutica de que podía echar mano: la psicología individual de Alfred Adler, con quien se formó como psicólogo individual, obteniendo su certificado a los 21 años. En esta escuela terapéutica Frankl se sintió más a gusto y comenzó a desarrollar su pensamiento, el cual incluía, ahora de manera explícita, la reflexión entre psicoterapia y filosofía. Un antecedente de esto se puede encontrar en el artículo publicado por la Revista Internacional de Psicología Individual en 1925.
En el seno del grupo adleriano, Frankl conoció a los médicos Rudolf Allers y Oswald Schwarz, a la postre sus maestros y amigos, quienes tuvieron una influencia decisiva en su formación médica, experimental, psicoterapéutica y, muy importante de resaltar aquí, filosófica. Allers fue un reputado filósofo escolástico, fenomenólogo y, a decir de algunos, precursor legítimo de lo que hoy conocemos como análisis existencial; Schwarz era reconocido por sus conocimientos de urología y filosofía existencial, iniciador de la medicina psicosomática.
Debido a diferencias irreconciliables en la perspectiva antropológica, ese mismo año, Allers y Schwarz se separan de Adler, poco tiempo después lo haría el propio Frankl. A partir de entonces comienza a desarrollarse la que posteriormente será reconocida como la Tercera Escuela Vienesa de Psicoterapia: el análisis existencial y la logoterapia. (La primera escuela era la psicoanalítica y la segunda la de la psicología del individuo).
A más de lo que pudo aprender directamente de la perspectiva filosófica de estos maestros, en el año de 1927 Frankl entró en contacto con el pensamiento de un filósofo que es fundamental para comprender el análisis existencial y la logoterapia frankliana: Max Scheler, a quien reconoce como «mi gran maestro (…) fue entre todos el que más influyó en mí». De cualquier manera, el encuentro con el filósofo muniqués supuso un bálsamo para Frankl, quien por entonces atravesaba un periodo de alta angustia existencial (una de sus primeras “neurosis noógenas”), debido al predominante cinismo y nihilismo de la época. La obra de Scheler le condujo a una «reevaluación del proceso por el que atravesaba». Particularmente, dos obras schelerianas marcaron esta fase de pensamiento de Frankl: la Ética —la cual llevaba consigo a todos lados «como una Biblia» — y De lo eterno en el hombre.
La influencia del pensamiento scheleriano (con su fundamento del poder de oposición espiritual con el que la persona puede hacer frente a la realidad atroz) sirvió para ayudar a Frankl a sostenerse de pie en una de las vivencias más desgarradoras de su vida: el internamiento en los campos de concentración y exterminio de los nazis durante la segunda gran guerra.
En los campos de concentración Frankl perdió a toda su familia (padre, madre, hermano, cuñada, esposa; sólo le sobrevivió su hermana quien logro huir antes del internamiento). A su regreso a Viena unos meses después de la liberación de los campos, Frankl busca reconectarse con sus antiguos amigos, con otros colegas, con su profesión, con algo que le permitiera afrontar el dolor por la pérdida de sus seres queridos. Frankl necesitaba contención y la encontró. A través del servicio y de retomar sus escritos inconclusos fue como pudo sostenerse en el dolor y encontrar un sentido a todo aquello. En este periodo sucedieron dos acontecimientos que cambiaron el rumbo de su vida para siempre: escribió el libro que hoy conocemos con el título de El hombre en busca de sentido y conoció a Elly, la mujer que, a decir de él mismo en una nota póstuma, lo convirtió de «un hombre que sufría en un hombre que amaba»
A partir de entonces —todavía 1945— Frankl se dedicó a difundir el mensaje de la logoterapia, a pesar de todo, sí a la vida… el cual sonará aún más necesario en aquellas épocas en que mucho había quedado destruido, sobre todo la esperanza y la responsabilidad humanas. En lo personal, Frankl denominó el periodo de encierro en los campos de concentración como su experimentum crucis. Ahora liberado, podía dar testimonio vívido, constatar sus intuiciones juveniles, a partir de sus vivencias y observaciones de la vida en los campos, de que la vida tiene sentido bajo cualquier circunstancia, no importando lo trágica y absurda que parezca; y aún más, Frankl confirmó que, entre sus compañeros de encierro, los que tuvieron más oportunidad de sobrevivir, entre muchas otras cosas fueron los que vislumbraban una misión particular hacia el futuro, un sentido que la vida les anunciaba, con lo cual se hacía realidad palpable la frase de Nietzsche tan citada por nuestro autor: «Quien descubre un para qué vivir, es capaz de soportar casi cualquier cómo». Sentido y actitud ante la vida, sean cuales sean sus circunstancias, suenan como campanas anunciantes de una vida plena.
Ya en 1946, al haber reelaborado su manuscrito fundacional sobre logoterapia, Frankl lo presenta como trabajo de oposición para obtener la plaza de docente de la Universidad de Viena. Asimismo, por intermediación de un amigo, logra convertirse en Director del Hospital Policlínico de Viena, puesto que ocuparía durante veinticinco años.
Además de la dirección del hospital y de la publicación de sus libros, Frankl comenzó a ser solicitado como conferenciante alrededor del mundo. Era conocido por muchos como un orador nato, convincente y apasionado; y también se comenzaba a conocer y difundir su obra, y mucha gente estaba dispuesta a escucharlo. Comenzó así el periplo de Frankl en los cinco continentes, recorrió el mundo en varias ocasiones, siempre para difundir el mensaje de la logoterapia y el análisis existencial.
Resultado de su obra, recibió más de veinte doctorados honoris causa por prestigiosas universidades en todo el mundo. Hablo casi en cualquier rincón del mundo, desde América hasta Oceanía, con múltiples escenarios en África, Europa y Asia.
Sus propuestas no fueron siempre tan bien recibidas y reconocidas, pues para algunos el debía tomar posturas diferentes, sobre todo respecto al holocausto y a sus perpetradores. En este sentido Frankl siempre se mantuvo firme, sostuvo que él no estaba de acuerdo en cualquier propuesta que implicara un señalamiento colectivo del pueblo alemán. Sostenía que sólo podíamos reconocer dos tipos de seres humanos, los decentes y los que no lo eran, y que todos ellos se encontraban en personas de cualquier raza, credo o postura política. Por ello, siempre defendió a personas que eran perseguidas para ser juzgadas tan sólo por su pasado nazi, incluso escondiéndolas en su propia casa, pues él las consideraba personas «decentes» que pese a su afiliación habían siempre defendido y asistido a quienes los necesitaban, sin importar su raza o credo. Esta fue una de las tareas que Frankl se trazara aún estando en los campos de concentración, se dijo a sí mismo que si sobrevivía haría lo posible por ayudar a quienes él consideraba dignos de esta ayuda.
Después de los campos de concentración, Frankl vivió todavía 52 años más, durante los cuales se dedicó fervorosamente a fundamentar, sistematizar y comprobar científicamente sus intuiciones y hallazgos respecto al sentido, a la responsabilidad humana y a la facultad de esta humanidad para hallar y desear tal sentido.
En 1997 Viktor Emil Frankl fue intervenido para una cirugía de corazón, la cual soportó a sus 95 años, sin embargo, jamás logró regresar a la conciencia, y el 2 de septiembre murió. Podríamos sintetizar su vida como él mismo lo reconociera alguna vez, de la siguiente manera: «Encontré el sentido de mi vida en ayudar a otros a encontrar el suyo sentido».
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