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Paz y Ciencia

martes, 8 de marzo de 2022

ALBERT CAMUS: POST 8.500

 


FECHA: 1957. El glamuroso París del año en que Albert Camus obtuvo el Premio Nobel de Literatura nunca fue el Paraíso soñado por el célebre autor de La peste.
LUGAR: PARÍS. Nada en la tierra le satisfizo con plenitud, por más legiones de idólatras que tuviese, o que se lo disputasen su segunda esposa Francine y las amantes.
ANÉCDOTA. Bautizado como católico el 15 de noviembre de 1914 en la Iglesia de San Buenaventura, en Argelia, aún quiso bautizarse por segunda vez antes de su muerte.

El glamuroso París de 1957, el año en que Albert Camus (1913-1960) alcanzó la cumbre de las letras universales con el Premio Nobel de Literatura, nunca fue el Paraíso soñado por el autor de El Extranjero y La Peste, por increíble que parezca. Miguel Ángel Blázquez ha compuesto ahora una joyita literaria, La última palabra de Albert Camus (Voz de Papel Premium) que sale a las librerías el próximo martes 15 de marzo y está llamada a ocupar un lugar relevante entre la copiosa bibliografía del célebre periodista y filósofo nacido en Argelia, más vivo hoy que muerto.

La deliciosa recreación, donde no sobra una sola palabra, arranca con una frase del protagonista que constituye ya de por sí una sólida pista a la que se aferra el autor para dar rienda suelta a la investigación de sus últimas horas: “Voy a seguir luchando por alcanzar la fe”, advierte Camus.

Etiquetado como existencialista, anarquista, rebelde, mujeriego impenitente, ateo, filósofo de lo absurdo o antifascista, lo cierto es que este baluarte de una parte de la izquierda ideológica condenó también en su día las atrocidades del régimen soviético, razón por la cual se enfrentó finalmente con Sartre. Hasta entonces, frecuentó la cuna dorada del existencialismo, de los cafés literarios y las cavas del Barrio Latino de París, donde se escuchaba jazz americano o a musas de la canción como Juliette Greco. Atrajo a innumerables jóvenes imantados por la bohemia y sobre todo por sus ideas, lo mismo que Sartre o Simone de Beauvoir.

Escudado en las extensas y sesudas conversaciones del pastor metodista Howard Mumma con Camus, a quien éste conoció el día en que decidió cruzar el umbral del templo americano en París al inicio de la década de los cincuenta, Miguel Ángel Blázquez aborda sin complejos esta controvertida faceta del personaje: la imperiosa necesidad que tiene el hombre de lo infinito, de Dios, si anhela ser feliz de verdad. No en vano, Camus llegó a confesarle a Mumma, en las conversaciones que éste recogió luego en su obra El existencialista hastiado, la razón de que volviese a pisar la iglesia al cabo de tantos años: “Estoy buscando algo que no tengo, algo que no estoy seguro de poder siquiera definir”, aseguró.


Blázquez recuerda el deseo expreso de Camus de bautizarse por segunda vez, como si de este modo pretendiese volver a nacer poco antes de su inopinada muerte. Había sido bautizado ya como católico el 15 de noviembre de 1914, un año después de nacer, en la Iglesia de San Buenaventura, en Argelia. Con razón, se pregunta ahora Blázquez: “¿Quién puede asegurar que Camus no tuvo una conversión previa a su muerte? Nadie conocía su alma, salvo ese Dios que su razón negaba, al que no pudo impedir hacerse presente en su conciencia o actuar en su corazón. ¿Esa negación no afirmaba implícitamente una existencia?”.


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