JUNG EN SU FACETA MÁS CONTROVERTIDA
C. G. Jung
[…] Por amigable y bien dispuesto que su eros sea, la mujer, cuando está gobernada por su animus no se deja conmover por ninguna lógica del mundo. En muchos casos, el varón siente -y no se equivoca mucho- que únicamente seduciéndola, apaleándola o violándola lograría «con-vencerla». Él no sabe que tan dramática situación llegaría inmediatamente a un final de trivialidad sin incentivo, con sólo abandonar el campo y dejar la continuación a cargo de otra mujer, la suya por ejemplo. Pero rara vez o nunca se le ocurre esta saludable idea, pues ningún varón puede entrar en contacto, así sea por el lapso más breve, con un animus, sin caer inmediatamente en dependencia de su anima. Quien entonces tuviese bastante humor para escuchar el diálogo con objetividad, quedaría estupefacto ante la abrumadora cantidad de lugares comunes, perogrulladas torcidamente esgrimidas, frases de periódico o novela, tópicos invendibles de toda laya, junto con ordinarios insultos y una estremecedora falta de lógica. Es un diálogo que, independientemente de quiénes sean sus ocasionales participantes, se repite millones de veces en todas las lenguas del mundo y es siempre el mismo en sustancia.
Este hecho aparentemente asombroso se funda en la circunstancia siguiente. Cuando animus y anima se encuentran, el animus desenvaina la espada de su poderío y el anima instila el veneno de su seducción y engaño. El resultado no es necesariamente negativo, pues ambos pueden igualmente llegar a amarse (un caso especial de amor a primera vista). Ahora bien; el lenguaje del amor es asombrosamente uniforme y se sirve, con la mayor devoción y fidelidad, de formas de general preferencia, con lo cual ambos participantes vienen a encontrarse en una situación colectiva trivial. Pero viven con la ilusión de que su modo de relación mutua es individual en máximo grado.
Por el lado tanto positivo como negativo, la relación animus–anima es siempre «animosa», vale decir, emocional, y por lo tanto colectiva. Lo emocional baja el nivel de la relación y la aproxima a la base general instintiva, que ya no tiene en sí nada de individual. Por eso no es raro que la relación se establezca por encima de sus portadores humanos, quienes después no saben cómo ha ocurrido.
Mientras que en el varón la obnubilación animosa es sobre todo del orden de la sentimentalidad y el resentimiento, en la mujer se manifiesta por modos de ver, insinuaciones, interpretaciones y malas interpretaciones, que tienen el objetivo -y a veces el resultado- de cortar la relación entre dos seres humanos. La mujer, como el hombre, está envuelta en las redes de su avieso demonio familiar, que la transporta, como a la hija que sólo ella comprende a su padre (es decir, que siempre tiene razón), a la tierra de las ovejas, donde deja que su pastor anímico, o sea el animus, la paciente.
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