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miércoles, 17 de marzo de 2021

Mentes Inquietas: Bipolar

 



Introducción (**)

A lo largo de la historia de la humanidad se ha observado un profundo y significativo cambio en relación a las clasificaciones psiquiátricas en el campo psíquico, incluyendo entre ellas el Trastorno afectivo bipolar [1]. En la Antigüedad, la Manía y la Melancolía eran consideradas perturbaciones del alma, la una independiente de la otra. Permanecieron así, como enfermedades separadas, que en ocasiones podrían alternarse. Hasta principios del siglo XIX, no se establecía relación entre las crisis de Melancolía y de Manía. Posteriormente, comenzaron a ser examinadas como una sola enfermedad, recibiendo la denominación de Psicosis maníaco-depresiva.

Con la llegada de la Psiquiatría moderna, este problema fue rebautizado con el nombre de Trastorno afectivo bipolar, por no presentar necesariamente síntomas psicóticos, o mejor, porque en la mayoría de las ocasiones estos no aparecían. A partir de esa denominación, la bipolaridad dejó de considerarse una perturbación psicótica para ser vista como una perturbación afectiva. Elisa Alvarenga [2] en el artículo Objeto a nas variações de humor sostiene que hoy lo que se denomina Trastorno afectivo se refiere a las variaciones de humor que oscilan entre Depresiones levesmoderadas y graves, con o sin síntomas psicóticos, y que, antes, la clasificación separaba Depresiones neuróticas y Psicosis maníaco-depresiva.


El melancólico freudiano y la manía

Libre de la red imaginaria que lo enlaza a sí mismo y al mundo, el melancólico freudiano es el bebé rechazado por la madre, pobre Yo transformado en deyección sobre la cual cayó la sombra de un objeto malo. Ana Cleide Guedes Moreira, en su libro Clínica da Melancolía [3] cita a Freud en su Manuscrito F, incluido en la Carta del 18 de agosto de 1894, señalando que Freud usaba repetidamente los términos de depresión y estado de ánimo típicamente melancólico para la misma observación clínica. En su lectura constata que Freud no tomaba en cuenta una diferencia de la naturaleza psíquica entre Melancolía y Depresión, considerando que el uso de uno u otro término, sería tan solo una cuestión de elección. Freud también aseveraba que la Psiquiatría no había alcanzado una única definición de la Melancolía.

En la Melancolía, además de la tristeza profunda, hay una invasión sofocante de culpabilidad. En la Manía, por el contrario, la exaltación del humor tiene un tono de alegría excesiva e incontrolada, además de una aceleración del curso del pensamiento y desestructuración del discurso. En la primera, existe una aniquilación de la vida social, mientras que en la segunda, una transgresión de la misma. Las dos formas clínicas se presentan con disfunción en relación a la regulación de la culpa y de la responsabilidad en lo que se refiere al objeto.

En la Melancolía, la invasión de la culpa no lleva a una subjetivación de la responsabilidad, mientras en la Manía existe también una incapacidad de esa subjetivación; por lo tanto, en ambos los casos, existe una imposibilidad de responder a las exigencias del Otro social.

Freud [4] en Duelo y Melancolía propone que, en el cuadro clínico de la Melancolía, la insatisfacción con el Yo constituye la característica más importante. Freud advierte que al escuchar las variadas acusaciones de un melancólico, se observará que las más violentas están dirigidas a alguien que el paciente ama, amó o debería amar. Estas autorrecriminaciones son recriminaciones que, hechas a un objeto amado, fueron desplazadas de ese objeto hacia el Yo del propio sujeto. Para Freud, esto se deriva del hecho de que la libido libre, resultado del destrozo de la relación objetal, no se dirigió a otro objeto, sino que volvió al Yo que se identificó con el objeto destrozado; es decir, “la sombra del objeto cayó sobre el Yo” que quedó alterado por la identificación. Y, de este modo, en vez de la pérdida objetal lo que resultó fue la pérdida del Yo.

Lo que causa extrañamiento al bipolar es que la Manía, como la otra cara del Trastorno, a diferencia de la Depresión, se manifiesta con mucha excitación, reducción del sueño, euforia, mayor interés sexual, habla rápida y compulsiva, irritabilidad, agitación y un sentimiento de mucho poder.


De la melancolía a la manía

Sérgio de Campos [5] en su artículo Considerações acerca do transtorno afetivo bipolar destaca la siguiente frase de Freud, de 1917: "La característica más notable de la Melancolía, y aquella que necesita más explicación, es su tendencia a transformarse en Manía."

En la Manía, el sujeto tiene la sensación de ser la mejor persona del universo, el más poderoso, capaz de cualquier tipo de realización, que va desde la adquisición de objetos tales como un coche sofisticado y de alto valor de mercado –sin las menores posibilidades económicas de hacerlo− hasta la compra compulsiva y en cantidad ilimitada de gadgets, pequeños objetos desechables, además de innumerables realizaciones en el campo de los negocios, de las artes y otros. El sujeto, en un episodio de Manía, es capaz de hablar indefinidamente causando incomodidad a los que están a su alrededor. También es un período marcado por grandes secuelas, deudas enormes que no se pueden solucionar. Tras esa fase, se presenta nuevamente la Depresión, que puede perdurar por meses. En esta etapa la persona deja de hablar, llora mucho y no encuentra salida para los problemas que se presentan; muchas veces imagina que la única solución es su desaparición, llegando a planear distintos modos de suicidio. Elisa Alvarenga, en el artículo ya mencionado, distingue entre el suicidio del melancólico y el del deprimido, mostrando que en el primer caso, se trata de una separación del Otro, y en el segundo, una invocación a Él. 


La melancolía en la visión de un cineasta

El director de cine danés, Lars Von Trier [6], en su película Melancolía, ve al melancólico como un sujeto en desacuerdo con las determinaciones de la sociedad, y la melancolía como una expresión de la pérdida del sentido de la vida, al concluir que la melancolía es un indicador de síntoma social. Maria Rita Khel [7] en su artículo Flânerie Bipolar denomina "Planeta Melancolía" a una "luna incansable cuya órbita desgobernada la está acercando cada vez más a la Tierra indefensa, hasta provocar una colisión devastadora."

La intimidad y la percepción de Von Trier, para lidiar con factores psíquicos de elevada sensibilidad, quedan expresados en los sentimientos de Justine (Kirsten Dunst), la protagonista de la película, y en su reacción frente al encuentro amoroso con un hombre con el que iba a casarse, quien se esforzaba por todos los medios para dejarla alegre y satisfecha. Los acontecimientos se desarrollan con tranquilidad hasta el momento en el que su futuro marido incluye entre sus privilegios la promesa de felicidad eterna, provocando en Justine gran perplejidad y una crisis inconmensurable, con mucho desajuste, que culmina en la destrucción del papel que le había sido reservado para aquella noche, en la que debía producirse su petición de matrimonio en una cena pomposa, organizada y ofrecida a ella por su hermana, en un castillo en Suecia.

Justine empieza a desesperarse y abandona la cena repentinamente. En una sola noche acaba con todo: con el compromiso amoroso, con su fiesta de boda y con su trabajo. Esa misma Justine, que ve demasiado por no saber fantasear, incapaz de mirar el mundo por el velo del fantasma, ante la amenaza de una gran catástrofe, se va a mostrar en condiciones de manejarse con mucha serenidad en la perspectiva inminente de tal calamidad. No teme la llegada del planeta Melancolía, aun sin ilusiones en cuanto al ineludible final. Al mismo tiempo, se da cuenta de que, en ese momento, es el único sujeto en condiciones de proteger a su sobrino.

De manera firme, se pone en la posición de protectora de un niño abandonado a su propia suerte ya que sus padres se encuentran aturdidos. Si la personalidad de Justine no le permitía fantasear o metaforizar, no por ello le impedía poner en práctica sus ideas creativas y, entonces, llama al sobrino y empiezan juntos a planear la construcción de un espacio mágico, que se transformará en un refugio original y frágil para protegerlos, mientras esperan la explosión de la luz traída por la colisión con Melancolía. Los demás personajes sucumben de diferentes maneras. John, cuñado de Justine, se suicida después de haber pretendido creer que podría defenderse de lo inevitable, y su hermana Claire sigue representando la vida envuelta en el velo de su fantasía: organiza y prepara una fiesta íntima con vino y música para la llegada de Melancolía.

Con ese cambio de posición de los personajes frente a la contingencia de lo real, el director nos propone reflexionar sobre la tenuidad existente entre lo que la sociedad denomina saludable y/o patológico. Justine, al encontrarse con las promesas idealizadas de su novio, sucumbe y reacciona típicamente como un sujeto melancólico que no sabe fantasear. Khel [8] registra que "Algunos melancólicos, para soportar los altibajos de su temperamento y dar algún destino a su excentricidad se dedican a intentar comprender su mal".


El caso: Kay Redfield Jamison [9]

En un relato autobiográfico denominado Una Mente Inquieta, escrito en 1996, Jamison cuestiona el significante Trastorno bipolar para denominarlo Enfermedad maníaco-depresiva. Lo considera ofensivo, como si oscureciese y minimizase la enfermedad que supuestamente representa, mientras la denominación   maníaco-depresiva, por el contrario, le da la impresión de captar tanto la naturaleza como la seriedad de la enfermedad, en lugar de intentar encubrir la realidad de su condición. Jamison considera que la mayoría de los médicos y de los pacientes suponen que el significante trastorno bipolar es menos estigmatizante, pero para ella la precisión del significante bipolar está circunscrita a la posibilidad de destacar que el individuo sufre tanto de manía como de depresión, en oposición a aquellos que sufren solo de depresión.

En la depresión, el bipolar entra en un estado de culpa y autocensura, con desánimo profundamente penoso, desinterés por el mundo externo, pérdida de la capacidad de amar, inhibición de toda y cualquier actividad, mucha tristeza, disminución del apetito y reducción de la autoestima seguida de autorrecriminación. Para Jamison [10], la Psicosis maníaco-depresiva tiene en un gen la responsabilidad por el desencadenamiento de la enfermedad. En el ámbito de la Psiquiatría, es considerada la enfermedad en la que el determinismo genético se muestra más evidente.

En el campo científico, el conocimiento de Jamison está dirigido al circuito de la biología molecular, las expresiones cognitivo-comportamental y temperamental de la Psicosis maníaco-depresiva. Aun así, en sus enunciados enfatiza de modo claro la subjetividad del sujeto al llamar la atención acerca de la cuestión de la singularidad. Jamison se hizo conocida por su postura ética, la seriedad de su trabajo y la calidad de su práctica clínica. Siempre insistió en avalar la legitimidad de que un sujeto portador de una enfermedad mental tenga permiso para tratar de pacientes.

Se comprometió con determinación en utilizar sus dones intelectivos para revelar al mundo "el peligro y la fascinación de esa forma de locura". Antes de los 40 años ya fue reconocida como autoridad internacional en enfermedad maníaco-depresiva, alcanzando una posición brillante y de gran respetabilidad en el ámbito de la Psiquiatría.

Su testimonio personal es un relato extraordinario de la lucha que entablaría contra su enfermedad desde los 17 años de edad, momento en el que sufrió el primer ataque  a partir del cual su vida tomó un nuevo rumbo. Jamison revela con detalles su interés en esa guerra contra la Psicosis maníaco-depresiva, enfermedad que la acompaña desde el período de la facultad, durante el posgrado y en el trascurso de sus vivencias amorosas. Para ella, la enfermedad maníaco depresiva genera mucha aflicción e incertidumbre y solo la "la paciencia y la delicadeza pueden contribuir a reunir los pedazos de un universo horriblemente fracturado"[11].

El uso de medicamentos -litio, anticonvulsivos, antidepresivos, y antipsicóticos- ayuda, pero el principal requisito para el tratamiento del Trastorno bipolar "es la competencia y el respeto, considerando que ninguna pastilla tendrá el poder de ayudar a aquel que no desee tomarla” [12]. Y este es un comportamiento recurrente en el sujeto portador de Trastorno bipolar. La propia Jamison tardó 10 años para darse cuenta de la imposibilidad de una vida normal sin el litio. Creía que podría enfrentar la enfermedad sin medicamentos. Pero después se convenció de que el litio evitaba sus euforias seductoras y desastrosas, amenizaba sus depresiones y eliminaba las telarañas de su pensamiento desordenado, aunque, a pesar de esas ventajas, afirma:  “De un modo inefable, es la Psicoterapia quien cura" [13].


Otras consideraciones acerca del Trastorno Afectivo Bipolar

Es importante registrar que, a pesar de que el Psicoanálisis nunca haya estado en la vanguardia de la investigación sobre la Psicosis maníaco-depresiva, Freud [14] ya hablaba de la relevancia de la aplicación del Psicoanálisis en la clínica bipolar, pues el método utilizado por él había conseguido la mejora de diversos pacientes. En esa misma dirección, Sérgio de Campos [15] dijo: "El Psicoanálisis busca no solo aclarar, sino rodear a través de lo subjetivo lo que hay de real que pueda desencadenar y mantener la crisis, sea de Manía o de Melancolía". Esa desestabilización simbólica e imaginaria, hace que el vínculo con el discurso se torne tenue y fragmentado y que el sujeto se revele con dificultades en asumir compromisos con el Otro social.

El Trastorno bipolar se hace cada vez más presente en lo cotidiano de nuestra práctica clínica, imponiendo al Psicoanálisis la necesidad de acoger al sujeto que lo porta, ofreciéndole una escucha sistemática para regular el exceso de la pulsión mortífera que la experiencia de la sexualidad provoca, a lo largo de un proceso amoroso, en el que se identifica claramente una fuerte aplicación de libido objetal.

Como se ha dicho anteriormente, son formas clínicas con disfunción en relación a la regulación de la culpa y de la responsabilidad en lo que se refiere al objeto. En la Melancolía la invasión de la culpa no lleva a una subjetivación de la responsabilidad, mientras que en la Manía hay una incapacidad de esa subjetivación y, por lo tanto, consecuentemente, una incapacidad de responder a las exigencias del Otro social. En la contemporaneidad esto viene agravándose a partir de la invención, promoción y el éxito médico-farmacológico del significante depresión que viene al encuentro de una demanda social que no desea incluir la responsabilidad del sujeto en el malestar que lo agita.

[*] Economista y Psicoanalista. Miembro de la EBP - Escola Brasileira de Psicanálise y de la AMP - Asociación Mundial de Psicoanálisis.
[**] Nota de la Redacción de El Psicoanalítico: Recomendamos la lectura, en relación con este artículo, del número 2 de nuestra Revista: DSM-Vx1 no va a quedar ninguno (sano)


sábado, 26 de mayo de 2012

Testimonios sobre Afecto y Locura: Kay R. Jamison





En solución de continuidad con respecto al post anterior, que se sitúa debajo de este, seguiré el relato de Jamison. Psícologa, especialista en Bipolaridad y su relación con la Creatividad. Este "post" comienza con un bipolar genial, Shumann, estudiado, junto a otros por Jamison, en la beca que recibió de Oxford. Actualmente trabaja en Los Angeles como docente de la Facultad de Medicina, impartiendo clases para psiquiatras.
El fragmento que comparto con ustedes forma parte de la introducción. Si quieren hacerse una completa composición de su trabajo lean lo anterior o bien accedan al libro: Kay R. Jamison: "Una mente inquieta. Testimonio sobre afecto y locura". Tusquets, 2011, Barcelona. 
Así comienza su narración (Rodrigo Córdoba Sanz):

Al mes de firmar el nombramiento como profesora asistente de psiquiatría en la Universidad de California en Los Angeles, iba ya firmemente hacia la locura. Era en 1974 y tenía veintiocho años. Tres meses después, mi estado maniaco me hacía irreconocible mientras iniciaba una larga y costosa guerra contra la medicación que, años más tarde, yo misma recomendaría efusivamente a otros. Mi enfermedad, y mis luchas contra el fármaco que terminó por salvarme la vida devolviéndome a la lucidez, habían ido forjándose a lo largo del tiempo.
Siempre fui alarmamente propensa, a menudo de forma maravillosa, a la inestabiliad afectiva. Emocional de niña, veleidosa de jovencita, severamente deprimida al principio de la adolescencia y envuelta al inciar mi vida profesional en los ciclos inexorables de la enfermedad maniaco-depresiva, me vi convertida, tanto por necesidad como por inclinación intelectual, en estudiante de estados afectivos. Ha sido la única manera a mi alcance de comprender, incluso de aceptar, la afección que padezco, así como la única manera que conozco para tratar de cambiar las vidas de otros que sufren de tales trastornos. La enfermedad que en varias ocasiones casi acabó conmigo: la mayoría son jóvenes, la mayoría muere de manera innecesaria y, muchos de ellos, son los más imaginativos e inteligentes de la sociedad.
Los chinos creen que antes de poder vencer a una bestia es preciso volverla hermosa. A mi .manera, yo he tratado de hacer lo mismo con la enfermedad maniaco-depresiva, mi enemiga y mi compañera fascinante y mortífera durante toda la vida; me ha parecido seductoramente compleja, la esencia de lo mejor y, también, de lo más peligroso que llevamos dentro. Para poder luchar contra la bestia, tuve primero que conocer todos sus estados de ánimo y sus infinitos disfraces, tuve que comprender sus poderes reales e imaginarios. Debido a que, al principio, mi dolencia me parecía ser únicamente una prolongación de mí misma -es decir, de mis estados afectivos, de mis energías y de mis entusiasmos normalmente variables-, es posible que a veces le diera demasiado cuartel. Y como pensaba que debía controlar sin ayuda de nadie mis cambios de humor cada vez más irascibles, durante los primeros diez años no busqué ningún tipo de tratamiento. Incluso después de que mi estado mental se convirtiese en una urgencia médica, rechazaba aún de manera intermitente las medicaciones que tanto mi formación como mi competencia clínica me sugerían como el único medio para combatir la enfermedad.
Mis episodios maniacos, al menos en sus fases iniciales, eran ciclos intoxicantes que producían un inmenso placer personal, un flujo incomparable de pensamientos y una enérgía inacabable que facultaba el trasvase de nuevas ideas hacia artículos cientificos y proyectos. Los tratamientos médicos no solamente terminaban con aquellos tiempos desbordantes y exagerados, sino que llevaban consigo efectos secundarios aparentemente intolerables. Necesité mucho tiempo para darme cuenta de que los años y las amistades que se pierden son irrecuperables, que el daño que una se hace a sí misma y a los otros no siempre puede ser reparado y que el escape fuera de control que impone el tratamiento pierde su sentido cuando las únicas alternativas posibles son la muerte y la locura.
La guerra que inicié contra mí misma no es algo infrecuente. El problema más grande al tratar la enfermedad maniaco-depresiva no es la falta de medicamentos eficaces -los hay-, sino que quienes la sufren a menudo se niegan a tomarlos y, lo que es peor, no buscan ningún tratamiento debido a una ausencia de información, a consejos médicos inadecuados, al estigma o al miedo a sufrir represalias personales o profesionales. La enfermedad maniaco-depresiva distorsiona el estado de ánimo y el raciocinio, incita a conductas espantosas, destruye la génesis del pensamiento racional y, muy a menudo, erosiona la voluntad y el deseo de vivir. Tiene un origen biológico, pero actúa en la esfera mental. Única en su capacidad de proporcionar ventajas y placer, empuja asimismo a sufrimientos casi insoportables y, con frecuencia, al suicidio.
Soy afortunada por no haber sucumbido a mi afección, por haber recibido el mejor tratamiento disponible y por tener los amigos, los colegas y la familia que tengo.
Debido a eso, he intentado a mi vez, de la mejor manera posible, utilizar mis propias experiencias con la enfermedad como fuente de inspiración en mis investigaciones, en mi experiencia clinica y en mis consejos profesionales. A través de la escritura y de la enseñanza, he intentado convencer a mis colegas del carácter paradójico de esta caprichosa dolencia capaz de matar y de ser creativa y, junto con otros muchos, he luchado por cambiar las actitudes sociales sobre los problemas psiquiátricos en general y sobre la enfermedad maniaco-depresiva en particular. A veces ha resulta difícil entretejer la disciplina científica de mi actividad intelectual con las más exigentes realidades de mis propias experiencias emocionales. Y, sin embargo, ha sido a través de esa fusión de emociones desnudas con el ojo distante de la ciencia médica como creo haber obtenido la libertad de vivir la vida que deseo y la experiencia necesaria para lograr una mayor conciencia pública y un ojo clínico más certero.
He tenido muchas reticencias antes de escribir un libro que relata de manera tan explícita mis propios episodios de manía, de depresión y de psicosis, así como mis angustias a la hora de aceptar la neecsidad de una medicación continuada. Por razones obvias, a la hora de obtener la colegiación y los privilegios hospitalarios de ejercer la medicina, los clínicos se han mostrado siempre poco dispuestos a confesar sus altibajos psiquiátricos. Esa inquietud se encuentra a menudo justificada. Ignoro el alcance que tendrá para mí, a largo plazo, airear estos asuntos de mi voda personal y profesional, pero sean cuales sean las consecuencias, no tienen más remedio que ser mejores que el silencio. Estoy cansada de disimulos, de retener y de malgastar energía, de conducirme como si tuviese algo que ocultar. Una es lo que es, y refugiarse tras un diploma o un cargo o una actitud, incluso si resulta necesario, no es más que deshonestidad.
Sigo teniendo dudas sobre si hago bien al hacer público mi problema, pero una de las ventajas de padecer la enfermedad maniaco-depresiva durante más de treinta años es que pocas cosas parecen imposibles de vencer. De manera similar a lo que ocurre cuando hay tormenta en Chesapeake mientras se cruza el Bay Bridge, una puede sentir terror al avanzar, pero nunca se plantea volver atrás. Es entonces cuando la pregunta fundamental de Robert Lowell me procura un consuelo inevitable: "¿Por qué no decir lo que ocurrió?"

Nota de Rodrigo Córdoba Sanz: estoy francamente cansado de leer, estudiar, asistir a cursos, ponencias, congresos y demás. Este tipo de libros, ya sean de bipolaridad, de esquizorfenia, de trastornos de personalidad o de cualquier problema psicológico-psiquiátrico, para mí tienen más valor en cuanto al plano VIVENCIAL. Del mismo modo que Donald Woods Winnicott en su obra más reconocida: "Realidad y Juego" dedica a sus pacientes lo siguiente: "A mis pacientes que pagaron por enseñarme". Estoy convencido de que estas lecturas son también parte de la Ciencia. En estido estricto no es un manual científico, claro, pero se obtienen matices, dimensiones, "afectos", sensaciones, sentimientos, fantasías, experiencias, pensamientos que aportan mucho más que la simple descripción de un trastorno en cuanto a sus síntomas y el tratamiento estandarizado. Es absolutamente bochornoso que lo que llega a la mayoría de librerías son los manuales escritos por médicos que, en bastantes ocasiones, basan su tratamiento en lo medicamentoso. Esto es una forma deplorable, convierte a la persona en un agente pasivo en relación a su enfermedad.
Mi postura, y creo que es muy cercana, tal vez pareja, a la de Jamison, es que hay que luchar como un guerrero, convirtiendo la bestia en algo hermoso, parafraseando a la autora. La Psicoterapia es el tratamiento que salvó a Jamison, comenta. Desde luego que es así, por eticidad, responsabilidad y profesionalidad, también hay que comentar que un tratamiento medicamentoso es necesario para prevenir episodios psicóticos y contribuir a la estabilidad. Con respecto a esto último aquellas personas acostumbradas a la "belleza" de la oscilación sienten que la medicación les desnaturaliza. Hay que familiarizarse con los medicamentos, sin abusos, y dar prioridad a la psicoterapia como medio de encontrar una salida a las vivencias tormentosas que se experimentan en este u otros trastornos. ¡Salud!




viernes, 25 de mayo de 2012

Testimonio de una Experta en Trastorno Bipolar hablando de su bipolaridad

Acabo de leer un artículo antiguo de Ricard Ruiz Garzón, el periodista e investigador que escribió "Las Voces del Laberinto". Un libro estremecedor que refleja las vivencias de la persona "acuñada" de esquizofrenia. En dicho artículo comenta algo que me parece justo recalcar. Las personas con esquizofrenia, según la evidencia científica y la experiencia clínica, así como algún amigo con tal sufrimiento, son personas ´menos agresivas que la norma. Sin embargo, los medios de comunicación y, por ende, la gente, ha construido una imagen de la persona con dicha enfermedad como si fueran personas peligrosas. En el artículo que voy a compartir ahora con ustedes se habla de un caso desgraciadamente célebre, como aquella médico que mató en el hospital a inocentes personas. Lo que provoca el eco insensible y desinformado de los medios de comunicación es provocar miedo, odio y discriminar a estos y otros pacientes mentales. La persona a la que hace referencia en el artículo, que arrojó a una joven al metro tenía alucinaciones y un delirio megalomaniaco en el que Dios le incitaba a hacer tal cosa. Después se presentó a los policías diciendo lo que había hecho. Esta enfermedad que afecta al menos a un 1% de la población es mal entendida y "estigmatizada", y como esta, otras muchas enfermedades mentales, que se asocian con que la persona está "loca". No es consciente de sus actos. En realidad, la persona que arrojó al metro a la joven, provocándole la amputación de la pierna entre otros graves daños físicos y psíquicos necesitaba un tratamiento. La condena fue la reclusion durante once años en un centro penitenciario-psiquiátrico.
Las personas con esquizofrenia son menos violentas porque su falta de energía, su desmotivación, su "apagamiento" provoca, lo que se dice técnicamente, un afecto aplanado. Lo que hay que hacer, por responsabilidad, es que esas personas con esquizofrenia reciban un tratamiento justo, psicológico, psiquiátrico y social. Es extremadamente raro que una persona con esquizorfenia medicada con neurolépticos (antipsicóticos) pueda provocar semejante tragedia. Desde aquí le mando un profundo abrazo a la víctima, a la que seguramente le pareció poco la condena. Esto es muy, muy comprensible.
Por otro lado, denunciar la mirada altiva y de desprecio hacia las personas con problemas psicológicos-psiquiátricos graves.
No se puede confundir la parte con el todo. Es injusto, como lo que hizo el enfermo con la joven, esto último tal vez más en cuanto a que hubo daños físicos graves y la consecuente reacción emocional devastadora para la joven. Es necesario mayor educación en cuanto a la "enfermedad mental" y menos sensacionalismo hortera, hueco, vacío y patético, pensando más en los índices de audiencia que en la naturaleza del problema. El enlace citado: http://blogs.publico.es/dominiopublico/category/ricard-ruiz-garzon/

A continuación compartiré la introducción del libro "Una Mente Inquieta", de la Doctora Kay R. Jamison, licenciada en psicología por la Universidad de California en Los Angeles, es reconocida como una autoridad en los procesos maniaco-depresivos (Trastorno Bipolar). Fue coautora del texto médico que define esta enfermedad, también conocida como desorden bipolar. Ejerció profesionalmente en Los Angeles, donde dio clases en la Universidad de California, y actualmente es profesora en la Johns Hopkins University, Washington, ciudad donde vive. Gracias a una beca de la Universidad de Oxford, investigó la relación entre la creatividad y síndrome maniaco-depresivo, analizando casos como el de Van Gogh, Shumann o Lord Byron, lo que le inspiró una de sus obras más conocidas, Touched with Fire, publicada en 1993. "Lo que me ha salvado de verdad", confiesa, "ha sido la psicoterapia", lo que ella llama (como decía Freud, o como se dice en la terapia Gestalt): "la cura mediante la palabra". Únicamente el equilibrio entre el fármaco como moderador y la psicoterapia como auténtico santuario, el ejercicio de su profesión (mi profesión) y el amor de su segundo marido han podido rescatarla del horror y situarla en un estado que se parece bastante a la serenidad.

Lo que ahora voy a escribir, es la Introducción al texto mencionado. Allí aparece la parte enferma de la autora, sin embargo su prosa tiene un valor profundo y poético que le da un valor muy importante. También puede transmitir esperanza a otras personas que padezcan este u otro trastorno. Se puede trabajar, desarrollar la creatividad y conseguir una vida que merezca la pena de ser vivida. Una vida, incluso, con felicidad, aunque esté, en cierto modo, subyugada a variables psíquicas que tienen que ser sostenidas en psicoterapia y compensadas por psicofármacos como el litio, el medicamento clásico al respecto. Decir, que actualmente, se están prescribiendo otro tipo de fámacos para la bipolaridad y resultan eficaces. También decir, que la psiquiatría, una industria ligada con intereses no siempre lícitos ha expresado que el tratamiento oficial para la bipolaridad es la medicación y que la psicoterapia tiene un papel secundario. Aquellas personas que padecen trastorno bipolar, como esta autora o Eduardo Grecco (pueden leer su modo de pensar en este blog) tienen la experiencia de que lo verdaderamente importante es la psicoterapia. Pero la Medicina, la ciencia dura, es la que manda los Preceptos en función de un pensamiento un tanto escéptico con respecto a la sanación o alivio significativo de las personas con este tipo de problemas. Y ahora les dejo con la genial autora revelando una experiencia de su enfermedad que se desató, justamente en la Universidad.  Rodrigo Córdoba Sanz. Experto en Trastornos de Personalidad y Bipolaridad. www.rcordobasanz.es

Kay Redfield Jamison: "Una Mente Inquieta. Testimonio sobre afecto y locura".Tusquets, 2011, Barcelona.

"A veces dudo si una vida tranquila y apacible me hubiese convenido y, sin embargo, a veces la anhelo". Lord Byron.

PRÓLOGO
Cuando son las dos de la madrugada y sufres de manía, incluso en el Centro Médico de la Universidad de California en Los Angeles tiene cierto atractivo. El hospital -normalmente una fría condensación de edificios sin interés-, se convirtió para mí, aquella jornada de hace casi veinte años, en el punto de mira de mi exquisitamente interconectado y avizor sistema nervioso. Con los bigotes en tensión, las antenas desplegadas, los ojos muy abiertos y cara de mosca, lo percibía todo a mi alrededor. Estaba en plena fuga, huyendo con furia y a todo correr, revoloteando de un lado a otro por el aparcamiento del hospital para consumir una energía maniaca desasosegada y sin fin. Huía con rapidez, pero enloquecía poco a poco.
El hombre con quien me encontraba, un colega de la Facultad de Medicina, había parado de correr una hora antes porque no podía más, según dijo con impaciencia. Esto, para una mente en su sano juicio, no hubiera sonado extraño: la normal separación entre días y noches había desaparecido tiempo atrás para nosotros dos, y las horas inacabables de whisky, reyertas y carcajadas acababan de cobrarse un precio innegable, si no definitivo. Hubiéramos debido estar durmiendo o trabajando, publicando y no destruyéndonos, leyendo revistas, escribiendo tablas o dibujando gráficas científicas de las que nadie lee.
De improviso, apareció un coche de la policía. Incluso en mi poco intuitivo estado mental, pude ver que el agente tenía la mano sobre su revólver al salir del automóvil.
-¿Qué cojones hacéis dando vueltas por el aparcamiento a estas horas?- dijo.
No era una pregunta estúpida. Las pocas luces que me quedaban fueron suficientes para hacerme concluir que aquella situación iba a ser difícil de explicar. Mi colega, por fortuna, se encontraba en mejor disposición que yo para pensar y, tras alcanzar alguna parte automática de sí mismo y del inconsciente colectivo universal, respondió:
-Los dos trabajamos en la facultad, en el Departamento de Psiquiatría.
El policía nos miró, sonrió, regresó a su coche y se fue. El hecho de ser profesores de psiquiatría lo explicaba todo.

Seguiré compartiendo con ustedes lo que la autora explica en este libro. Algo que me resulta muy familiar, algo que se escucha,se lee, se ve y se comparte en la Psicoterapia. Algo que, libros como este, reflejan de manera mucho más profunda e interesante que los manuales de psiquiatría con respecto al trastorno bipolar. Reflejando, esos últimos, un deshaucio a la persona con este trastorno. Esta creativa, ilustrada, especialista y docente no es, en absoluto, una isla, sino que otros muchos, bien pudieran transmitir sus vivencias al respecto.  Sin embargo, esconderse resulta más útil en ciertos términos "mercantiles" y de autoridad con respecto a la opinión pública. Es por esto, por lo que he conectado el desafortunado incidente que explica el periodista implicado en el sufrimiento de las personas con esquizofrenia: Ricard Ruiz Garzón, con lo que expresa esta especialista de la bipolaridad, a un lado y al otro de la mesa. Platón, en "La República" decía algo así como que el buen terapeuta debía atravesar el sufrimiento del otro. Esto no suele aceptarse demasiado en ambientes ortodoxos, no obstante, es, sin lugar a dudas, algo muy importante no solo para conocer intelectualmente: un Catedrático de la Universidad de X lugar puede saber mucho sobre el tema. Puede haber escrito muchos libros, puede tener mucho prestigio, por el hecho de ser profesor, catedrático, y en su caso, clínico.
Para mí, tiene más valor este tipo de libros. Todavía más, viniendo de una psicóloga con bipolaridad, que probablemente ya haya realizado un trabajo importante y profundo para que su vida actualmente sea más estable, serena y armónica. La Creatividad, uno de sus interes, uno de mis intereses, uno de los intereses de los profesionales que atienden personas, es el "fármaco" más útil para este tipo de trastornos, y, como no, para personas que puedan ser sanas o normales, lo cual, no es lo mismo.
Seguimos en contacto, un fuerte abrazo y ánimo a aquellos lectores que se identifiquen con estas palabras pronunciadas desde el corazón.