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Paz y Ciencia
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lunes, 8 de agosto de 2016

Marcuse

"Frente a una sociedad en la que el bienestar va acompañado por una creciente explotación, el materialismo combatiente adopta una actitud negativa y revolucionaria: su idea de felicidad y de liberación sólo puede realizarse mediante la praxis política, cuyo objeto, desde el punto de vista cualitativo, es la creación de nuevas formas de existencia humana".
Prólogo: "Cultura y Sociedad"

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Herbert Marcuse: Biografía y Actitud



Nació en 1898 en Berlín, Alemania. Sirvió en el ejército germano en la Primera Guerra Mundial. Estudió en la Universidad de Friburgo, donde se doctoró en Literatura en 1922. Seis años más tarde volvió a la Universidad para estudiar Filosofía con Martin Heidegger, que dirigió su tesis sobre Hegel. En 1933 se trasladó a Francfort, para trabajar en el Institut Sozialforschung, identificándose con los proyectos interdisciplinares del instituto, con el desarrollo de la teoría crítica, cerca de figuras como Horkheimer y Adorno. En 1934, su condición radical y el origen familiar judío le llevó a huir del nazismo, exiliándose en los Estados Unidos, donde se reencontraron los pensadores del Institut, dando vida en la Universidad de Columbia a la Escuela de Francfort. Allí, durante una década, trabajó en la divulgación del pensamiento dialéctico en los Estados Unidos, con una significativa influencia en el espacio académico.
En 1941 se integró en los servicios secretos del Departamento de Estados norteamericano, guiado por su compromiso político contra los fascismos europeos. Después de la Segunda Guerra Mundial trabajó en el Instituto de Investigaciones sobre Rusia, de la Universidad de Harvard. Regresó a la producción intelectual con la edición de Eros y Civilización (1955) y Marxismo Soviético(1958).
Dejó la Universidad de Harvard, por discrepancias de la dirección con sus trabajos, y, en 1958, comenzó a impartir docencia en la Brandeis University, que también abandonó, en 1964, tras la publicación de El hombre unidimensional. Ingresa entonces en la californiana Universidad de Berkeley, que pasaba por ser la más liberal de los Estados Unidos. Allí se convierte en el referente ideológico de los movimientos estudiantiles.
En los últimos tiempos de su vida regresó a Alemania, donde falleció en Stamberg en 1979.
Sus principales libros: Reason and Revolution, Oxford University Press, New York, 1941; Eros and Civilization, Beacon Press, Boston, 1955; Soviet Marxism, Columbia University Press, New York, 1958; One Dimensional Man, Beacon Press, Boston, 1964; Negations, Beacon Press, Boston, 1968; An Essay on Liberation, Beacon Press, Boston, 1969; Counterrevolution and Revolt, Beacon Press, Boston, 1972; Studies in Critical Philosophy, Beacon Press, Boston, 1973; The Aesthetic Dimension, Beacon Press, Boston, 1978.
EL PENSAMIENTO
Marcuse reformula desde el pensamiento crítico una teoría de la liberación individual y social, de ruptura con los moldes represivos de la cultura burguesa, como expresión humanizada de las ideologías de emancipación social, que la URSS había desvirtuado en las prácticas del proyecto socialista. Marcuse, que se mueve entre los pensamientos de Marx y Freud, denuncia la teoría cultural de Freud por pesimista, y entiende la cultura no como sublimación represiva, sino como la libre expresión del eros, el principio del placer y de la dimensión lúdica. Su visión estuvo estrechamente relacionada con los movimientos generacionales y contraculturales de los años 60.
Para Marcuse, los medios de comunicación y las industrias culturales, así como las expresiones de la publicidad comercial, reproducen y socializan en los valores el sistema dominante y amenazan con eliminar el pensamiento y la crítica. Los efectos de esta orientación mediática crean un escenario cultural cerrado, 'unidimensional', que propicia una especie de pensamiento único y determina la conducta del individuo en la sociedad. Los medios crean una estructura de dominación, bajo la apariencia de una 'conciencia feliz' que inhibe la posibilidad de cambio hacía la liberación. Los medios de comunicación, a través de un lenguaje informal, no dan explicaciones ni ofrecen conceptos, sino que aportan imágenes. Descontextualiza, niega la referencia histórica. Lejos de moverse entre la verdad o la mentira, se limita a imponer un modelo.
Las posiciones y propuestas de Marcuse suscitaron amplias críticas en América y Europa, tanto desde los planteamientos ideológicos conservadores como desde el pensamiento marxista y anarquista.
En 1941 se integró en los servicios secretos del Departamento de Estados norteamericano, guiado por su compromiso político contra los fascismos europeos. Después de la Segunda Guerra Mundial trabajó en el Instituto de Investigaciones sobre Rusia, de la Universidad de Harvard. Regresó a la producción intelectual con la edición de Eros y Civilización (1955) y Marxismo Soviético(1958).
Dejó la Universidad de Harvard, por discrepancias de la dirección con sus trabajos, y, en 1958, comenzó a impartir docencia en la Brandeis University, que también abandonó, en 1964, tras la publicación de El hombre unidimensional. Ingresa entonces en la californiana Universidad de Berkeley, que pasaba por ser la más liberal de los Estados Unidos. Allí se convierte en el referente ideológico de los movimientos estudiantiles.
En los últimos tiempos de su vida regresó a Alemania, donde falleció en Stamberg en 1979.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Eros y Civilización: Herbert Marcuse



Herbert Marcuse (Berlín, 19 de Julio de 1898- Starnberg, Baviera, 29 de Julio de 1979), es el intérprete principal e inspirador- para, por lo menos la casi totalidad de los críticos- de aquella corriente filosófica y de pensamiento en la cual se reconocieron posteriormente los promotores de los fermentos del movimiento estudiantil. Este movimiento llevó con vehemencia al escenario mundial, por medio de manifestaciones participativas,  escritos y acciones varias…a partir de 1968, año que luego devino símbolo de una nueva manera de concebir y  considerar la sociedad, aquella ya existente y aquella a construir y reconstituir, y de una nueva forma de considerar y edificar el rol del Hombre al interior del contexto en el que conduce su propia existencia.   Marcuse es el autor de numerosos escritos y ensayos: uno de los más célebres es sin duda Eros y civilización (con este título, escribe el filósofo en el prefacio de su escrito, editado en 1967, “trataba de expresar una idea optimista, eufemística, incluso concreta, la convicción que los resultados logrados por las sociedades industriales avanzadas pudiesen consentir al hombre transformar el sentido de marcha de la evolución histórica, romper el nexo fatal entre productividad y destrucción, libertad” término que a menudo Marcuse duda en usar, “porque  justamente, en nombre de las libertades son perpetrados crímenes en contra de la humanidad”- “y represión”), un volumen complejo y estructurado en más partes, publicado por primera vez en los Estados Unidos de América en 1955, llegando a ser un texto fundamental de lo que se llamó, no sin cierta suficiencia de parte de algunos “contracultura juvenil”.
El libro se desarrolla como un árbol de múltiples ramificaciones, partiendo de las raíces, sólidamente hundidas en la llamada filosofía social de Sigmund Freud (Frieberg, 6 de Mayo de 1856-Londres, 23 de Septiembre de 1939), la cual se basa en un supuesto fundamental. Para el célebre intelectual, padre del psicoanálisis, hay de hecho una insalvable incompatibilidad entre felicidad y civilización, y el motivo es profundo: la represión de las pulsiones, la renuncia a la felicidad, la sumisión y el sofoco de Eros son la linfa vital del progreso, lo que lo alimenta, lo nutre, consiente a ello la existencia misma. Sin embargo Marcuse va más allá de estas premisas, puesto que tampoco no puede no tener en cuenta ni la sugestiva y exterminada tradición romántica, sobre todo en área de habla germana y centro- europea, de la que su texto parece estar significativamente impregnado, ni mucho menos de lo que fue la enseñanza de Karl Marx, quien, como se sabe, partiendo de la consabida “izquierda hegeliana”, fundó su propio estructurado sistema filosófico con nítidas implicaciones de carácter social, económico y político; Marcuse no retrocede ante la pregunta que parece urgente, que emerge del sustrato de consideraciones desde las cuales irrumpen su análisis y la propia especulación, que se implican en una interrogante muy precisa, es decir, acaso sea lícito o no proponer la posibilidad de una sociedad no opresiva para el hombre (“Las pulsiones son extraídas de la órbita de la muerte”, escribe Herbert Marcuse), una sociedad en la cual la felicidad finalmente encontrada  del Eros se siga al bienestar que deriva del consumo, un bienestar que, por su naturaleza, no es nada más que engaño.
Marcuse toma pues, tal como se ha dicho, las iniciativas de Sigmund Freud, el cual ha descrito la mutación del sistema valórico  que subtiende el logro de las metas que el hombre se fija previamente como “la transformación del principio del placer en principio de realidad”, y que descubrió “el desarrollo de la represión en la estructura pulsional del individuo”, puesto que ”el destino de la libertad y de la felicidad del hombre es decidido mediante la lucha de las pulsiones: literalmente una lucha por la vida o por la muerte, en la cual participan soma y psiquis, naturaleza y civilización”.  El estudioso subraya cómo en la primera fase de la teoría freudiana, la concepción de la sexualidad está lejos de ser la que considera al “Eros como pulsión de vida”. “Inicialmente-sostiene-la pulsión sexual (Freud fue leído, a menudo poco y mal, como banalmente un emancipador y un sustentador de vigorosas instancias de rebelión hacia las múltiples y polimorfas moralidades de la iglesia) y tan solo una de las varias pulsiones específicas –o más bien un grupo de pulsiones-avecindadas a las pulsiones del yo (o de auto-conservación), siendo determinada por su génesis específica, por su fin específico y por su objeto particular: el principio del placer aparece entonces como una tendencia operante para una función precisa, cuya tarea específica es la completa liberación del aparato psíquico de cada una de las posibles excitaciones y fuentes de excitación.  Pero la percepción de la libertad total es un estado “que cesó definitivamente con el inicio de la vidala tendencia a un equilibrio de las pulsiones es por lo tanto, en definitiva, una regresión más allá de la vida misma” y también el primado del mismo principio de Nirvana, la “aterradora convergencia de placer y muerte, se disuelve en el momento de su establecimiento”.
Pero el mundo del bienestar puede, para Herbert Marcuse, encaminarse a ser algo completamente distinto, diametralmente opuesto a ese universo fundado en la represión de la esfera pulsional del hombre, a la cual se refería Freud, puesto que estaban presentes en ciernes, las premisas para una revolución de carácter primariamente cultural capaz de llevar a término la era del trabajo alienado- la dimensión es, sin duda, utópica, pero las modalidades de expresión que utiliza el filósofo son sorprendentes y fascinantes- que había sido sustituida por la posibilidad, para el género humano y para la sociedad civil, de apertura hacia una nueva dimensión, espontánea, ligada doblemente al goce, fuese este estético, de tipo narcisista o más inmediatamente sensual: una liberación pues, en el futuro, un hedonismo que lleva en sí mismo las connotaciones sugerentes de la subversión, el dominio del principio de realidad llega entonces a ser superado, abandonado, también por el hecho que la realidad constituida presenta para Marcuse, innegables y notorios límites de carácter histórico (las pulsiones son “históricas” para Freud, puesto que “fuera de” la estructura histórica, ninguna de ellas puede ser de tipología instintiva, sino que la distinción al interior de la historia, estratificada sobre el plano filogenético-biológico, no puede no ser mantenida).
En lo que concierne a lo que es definida como “la dialéctica de la civilización”, Herbert Marcuse escribe: “La cultura exige una sublimación continua: y con lo cual ello debilita al Eros, constructor de la cultura. Y la de-sexualización, debilitando al Eros, “desata” los impulsos destructivos. De este modo, la civilización se ve amenazada por una de-fusión de las pulsiones, en la cual la pulsión de muerte lucha para conquistar el dominio sobre las pulsiones de vida. Con su origen en la renuncia, y desarrollándose sobre progresivas renuncias, la civilización tiende a la auto-destrucción”. Pero este razonamiento es demasiado depurado para ser verdadero. Surgen varias objeciones. En primer lugar, cada trabajo no implica una de-sexualización, tampoco cada trabajo es desagradable, ni es renuncia. En segundo lugar, las inhibiciones impuestas a la cultura tocan también- y quizás incluso principalmente- a los derivados de las pulsiones de muerte, la agresividad y los impulsos destructivos. A este respecto por lo menos, la inhibición de la cultura debería acrecentar las fuerzas del Eros. Además, el trabajo, en la civilización, es en sí mismo y en gran medida una utilización social de impulsos agresivos, de manera tal que es trabajo al servicio del Eros.  Una discusión adecuada de estos problemas exige que la teoría de las pulsiones se libere de su orientación exclusiva en el principio de prestación, y que la imagen de una civilización no represiva (que justamente es sugerida por la conquista del principio de prestación) llegue a ser estudiada en su sustancia. De hecho, para Marcuse “las fuentes y recursos psíquicos del trabajo, y su relación con la sublimación, constituyen uno de los campos más descuidados de la teoría psicoanalítica”.
En este contexto, que preconiza cumplidamente una nueva dimensión estética, en la cual la sexualidad se transmuta en Eros, ligado en doble vínculo con su contrario, Thanatos. Un vínculo similar al que nos cuenta el mito desde la noche de los tiempos, con Orfeo y Narciso, quienes reconcilian Eros y Thanatos, y aun antes, con Prometeo, quien nada menos, tuvo la audacia- que le costó un eterno suplicio- de osar robar el fuego al divino.  Son los “héroes civilizadores” que siguen viviendo en la imaginación como símbolos de actitudes y acciones que han determinado el destino de la humanidad. Y aquí, al inicio, nos golpea enseguida el hecho de que el héroe civilizador predominante es el bandido, el sufriente rebelde contra los dioses, aquel que crea la civilización pagándola con penas eternas. Él es el símbolo de la productividad, del esfuerzo incesante para dominar la vida; pero en su productividad, maldición y bendición, progreso y fatiga, están ligados inextricablemente. Prometeo es el héroe arquetipo del principio de prestación. Y en el mundo prometeico, Pandora, el principio femenino, la sexualidad y el placer, aparece como una maldición disgregadora, destructiva: “[…] la belleza de la mujer, y la felicidad que ello promete, son elementos fatales en el mundo de trabajo de la civilización. Si Prometeo es el héroe civilizador de la fatiga, de la productividad y del progreso mediante la represión, los símbolos de otro principio de realidad deberán ser buscados en el polo opuesto”.Orfeo y Narciso, analizados desde una óptica que se aleja de la freudiana, que toma como modelo de comparación el jovencito enamorado de sí, dando acceso a una larga serie de imágenes particulares (como Dionisio, con el cual ellas tienen afinidad: el antagonista del dios que sanciona la lógica del dominio, el reino de la razón) son los exponentes de una realidad muy distinta. No  se ha vuelto los héroes civilizadores del mundo occidental- su imagen es de alegría y cumplimiento: “La voz que no comanda sino que canta; el gesto que ofrece y recibe; la acción que es paz y que concluye el trabajo de conquista: la liberación del tiempo, que une el hombre al dios, el hombre a la naturaleza”



Psicología Grupal

viernes, 26 de septiembre de 2014

Herbert Marcuse



(Berlín, 1898 - Starnberg, 1979) Filósofo y sociólogo alemán. El pensamiento de Marcuse, fundamentado en elementos procedentes del marxismo y el freudismo, constituye una crítica de la sociedad industrial, cuyo carácter represivo y alienante acaba por incorporar a la clase obrera conformándola y convirtiéndola a su vez en explotadora indirecta de las clases marginadas de los países pobres. Influyó en la formación de la llamada "nueva izquierda" estadounidense y lo consagró como el ideólogo de las revueltas estudiantiles de los años sesenta.

Herbert Marcuse
Después de estudiar en su ciudad natal y en Friburgo, se licenció en la Universidad de esta última ciudad en 1922, con una tesis sobre Heidegger. En 1928 se hizo cargo de la publicación de una bibliografía schilleriana. Durante la década de 1920 se interesó por la sociología, y recibió la influencia deMax Weber, aunque se orientó finalmente por un marxismo crítico, que translucía la gran influencia de la Historia y conciencia de clase de Lukács.
En este período también se interesó vivamente por Dilthey y por la fenomenología de Husserl. Participó en los trabajos para la edición crítica de los escritos de juventud de Marx, cuyo análisis le inspiró el planteamiento del ensayo Neue Quellen zur Grundlegung des historischen Materialismus, que data de 1932. Entre 1928 y 1932 colaboró en algunas revistas, entre ellas Philosophische HefteArchiv für Sozialwissenschaft y Die Gesellschaft, y fue durante algún tiempo director de la última de ellas.
Su marxismo crítico, de base antipositivista y ligado a la dialéctica hegeliana, sufrió una experiencia decisiva al entrar en contacto con el pensamiento de Max Horkheimer, influencia que se tradujo en una verdadera transformación de su pensamiento, que se libró gracias a ello de la huella hegeliana. Esta influencia se percibe todavía en la monografía que le dedicó el autor en 1932: Ontología de Hegel y teoría de la historicidad, que es una de sus obras mejor construidas.
Asumió como suya la horkheimeriana "teoría crítica de la sociedad", y realizó una serie de investigaciones y análisis que tenían como objetivo la recuperación, en sentido marxista, de la dialéctica hegeliana para plantear de forma correcta la relación entre "teoría" y "praxis". Su marxismo, al igual que el de Horkheimer, tomaba como figura de referencia a Rosa Luxemburg. Como protesta por el asesinato de ésta, abandonó en 1919 el Partido Socialdemócrata.

Su colaboración con el Instituto de Estudios Sociales de Frankfurt, dirigido por Horkheimer, consistió en una serie de ensayos entre los que destacan Der Kampf gegen den Liberalismus in der totalitären Staatsauffassung (1934), Über den affirmativen Charakter der Kultur (1937) y Zur Kritik des Hedonismus (1938). Estos ensayos -junto con otros que abarcan el período entre 1933 y 1965- fueron reunidos en la obra titulada Kultur und Gesellschaft, que fue publicada en 1965. Además, colaboró con Horkheimer en sus estudios sobre la familia, que desembocaron en Studien über Autorität und Familie, publicado en París en 1936.
Cuando se produjo la llegada al poder del nazismo, emigró a Ginebra y se trasladó posteriormente a Nueva York. En Estados Unidos se convirtió en miembro del Institute of Social Research en la Universidad de Columbia. Desde 1942 hasta 1950 trabajó en la Office of Strategic Services. Colaboró en calidad de investigador científico y de docente con el Russian Institute de la Universidad de Columbia (1951-1952) y con el Russian Research Center en la Universidad de Harvard (1953-1954). Sus estudios sobre la Unión Soviética desembocaron en la obra El marxismo soviético (Soviet Marxism), publicada en 1958.
En 1954 empezó a enseñar ciencias políticas en la Brandeis University, y más tarde se trasladó a la Universidad de California. A pesar de establecer definitivamente su residencia en Estados Unidos, mantuvo un contacto constante con Europa, viajando a menudo a Alemania, Francia y Yugoslavia. En 1969 realizó una serie de conferencias en Italia. El año anterior había participado en una convención sobre la figura de Marx promovida por la UNESCO.

Marcuse rodeado de estudiantes de
la Universidad de Berlín (1967)
También durante este período, tomando partido a favor de los estudiantes, propuso una revisión crítica del marxismo y del concepto mismo de revolución, como se desprende claramente del breve ensayo El final de la utopía (Das Ende der Utopie, 1967). Oponiéndose a una racionalidad puramente formal y tomando como referencia a Hegel y Marx, atacó la realidad que pretendía establecerse como ideología. En Razón y revolución (Reason and Revolution), que se publicó en 1941, y más tarde, en una nueva edición revisada y ampliada, en 1954, contrapuso a la visión positivista de la sociedad, planteada en su forma más completa por Comte, la perspectiva salida del movimiento de la dialéctica hegeliano-marxista.
La crítica de la civilización como represión (que implica la valoración del "poder de lo negativo" en el pensamiento entendido dialécticamente) se hizo más aguda en Eros y civilización. Una investigación filosófica acerca de Freud (Eros and Civilization, 1955), gracias al extenso estudio sobre Freud. Este libro fue una de las mayores aportaciones a la definición crítica de las relaciones entre el marxismo y el psicoanálisis.
La fama del autor se propagó después del éxito obtenido por El hombre unidimensional (One Dimensional Man, 1964), que contiene un discurso radicalmente crítico y negativo en relación con la nueva izquierda y con el movimiento estudiantil a nivel internacional. Uno de sus últimos trabajos, An Essay on Liberation (1969), presentaba, a diferencia de sus obras anteriores, un tono más confiado y optimista. Hay que citar también su colaboración en la obra colectiva A Critique of Pure Tolerance (1965), escrita en colaboración con R. P. Wolff y Barrington Moore jr.
Para Marcuse, la sociedad de consumo está esclavizada por el mismo poder liberador que posee la técnica cuando ésta sólo se utiliza como instrumento de lucro y de masificación del espíritu humano. La esperanza de una liberación debe depositarse en las capas de marginados sociales, que son los únicos que perciben la carga y el carácter insostenible de este orden, ya que la clase obrera -en los Estados Unidos en particular- se encuentra profundamente integrada en el sistema. Propone, pues, la ruptura del sistema tecnológico represivo y la utilización de la razón para hacer de la técnica un instrumento liberador de las necesidades humanas y de las relaciones sociales de los individuos dentro de la sociedad. Estas tesis convirtieron a Marcuse en el inspirador de los movimientos de izquierda, primero en América y luego en Europa.

miércoles, 4 de abril de 2012

Herbert Marcuse: Sociedad, Cultura y Psicoanálisis



Célebre por su ensayo "Eros y civilización" (1955), y luego por la influencia que su obra ejerció sobre los estudiantes protestarios a fines de los años sesenta en Europa y Estados Unidos, Herbert Marcuse es uno de los primeros filósofos que abrió un diálogo entre freudismo y marxismo. Testigo y juez implacable de la sociedad moderna, denuncia en ella "la identificación del principio de realidad con el principio de rendimiento". Según él, el hombre está condenado, si no reacciona, a convertirse en un animal enfermo golpeado en su vida más profunda por una cultura "superrepresiva".
Herbert Marcuse nace en Berlín en 1898, y estudia filosofía en las universidades de dicha capital y Friburgo. En 1933 debe emigrar a causa de su origen judío, y se dedica a la enseñanza en Estados Unidos. Trabaja sucesivamente en las universidades de Columbia y de Harvard; más adelante, obtiene una cátedra de filosofía en la universidad de Boston y es designado profesor de ciencias políticas en la universidad de California (San Diego).
La diversidad de la obra de Herbert Marcuse refleja la evolución que lo condujo de Hegel a Freud. Después de publicar en 1932 "La ontología de Hegel y el fundamento de una teoría de la historicidad", en 1936 escribe, en colaboración con Theodor Adorno (quien fue muy importante por sus teorías acerca de la personalidad autoritaria), "Estudios sobre la autoridad y la familia". Así concluye su obra alemana. Después, aparecen en Estados Unidos "El marxismo soviético, un análisis crítico"; Eros y civilización (1955) -que le otorgará notoriedad mundial-; y "El hombre unidimensional" (1967).
Herbert Marcuse se esfuerza por demostrar que el pesimismo de Freud en cuanto al porvenir de la cultura carece de fundamento. En "El malestar en la cultura", Freud demuestra que, a pesar de sus promesas, la cultura no ha hecho feliz al hombre. Por sus exigencias, aquella impone la represión de todas las pulsiones sexuales y agresivas, obligándoles a sublimarse en el trabajo. Dicha represión, que se encuentra en el origen de la proliferación de las neurosis, no es menos indispensable para el desarrollo de la cultura. Para Freud existe una antinomia irreductible entre trabajo y sexualidad. Por otro lado, el carácter privado de la pareja no puede armonizar sin conflictos con la exigencia de un lazo social universal. De allí el desarrollo, en la sociedad moderna, del sentimiento de culpa y de la agresividad reprimida. Así, Freud considera que todo el porvenir del mundo está ligado a la lucha eterna entre la pulsión de la vida y la de muerte, entre Eros y Thánatos.
Herbert Marcuse no impugna el análisis de Freud. La etnóloga Margaret Mead, por ejemplo, ha demostrado que los indígenas de las islas de Samoa ignora la mayor parte de las represiones occidentales. Marcuse se apoya en este ejemplo y en las teorías freudianas para sostener que es posible una cultura no represiva. La cultura occidental, según él, no solo es represiva, sino "superrepresiva" sin necesidad real.
Esta posición radical condujo a Herbert Marcuse a transformarse en el adversario encarnizado de las tesis culturalistas (Karen Horney, Sullivan, Fromm), a las que reprocha haber convertido el psicoanálisis en una simple ideología de la adaptación.