Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo. Psicoterapeuta y Psicoanalista. rcordobasanz@gmail.com Zaragoza (Gran Vía) y Online. Instagram: @psicoletrazaragoza Teléfono: (+34) 653 379 269 Website: www.rcordobasanz.es
No todos los escritores, filósofos, literatos o pensadores marcan del mismo modo cuando uno los lee, sobre todo, cuando esta experiencia tiene lugar en la etapa de juventud. Algunos, simplemente, y aunque suene mal decirlo, no te ofrecen nada, pasan por ti, o tú por ellos, sin pena ni gloria. Sin embargo, hay otros, a los que queremos referirnos en este artículo, que provocan algo más que la distracción que supone pasar un buen rato de lectura, puede que te aporten alguna idea, o quizá te susciten interrogantes, o incluso que, al leerlos, los sientas como una experiencia que se arraiga en tu ser, en lo más profundo de tu persona, como si formaran parte de tu esencia desde ese momento y para siempre, asemejándose al fruto de un innatismo divino que albergara el pensamiento.
Eso sucede quizá con cualquier ilustre pensador que consiga transmitir al lector algo nuevo y con el que tenga cierta afinidad o empatía, pero hay, sin duda, algunos que consiguen llegar más lejos, marcando un punto de inflexión en la historia de tu pensamiento y, más aún, en la historia del pensamiento de toda una cultura. Son aquellos que cuando los lees, dejas de ser tú para empezar a ser otra persona. Ejemplos de esta proeza artística en la historia de mi pensamiento, como en la de muchos otros aprendices de filósofos, son los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer. Esto seguramente se debe a la manera en que entendieron e interpretaron la vida, dándole un significado principal y convirtiéndola en el elemento o eje central de su propuesta filosófica. No elaboran un sistema de rígido análisis teórico al estilo de Kant u otros pesos pesados de la disciplina, sino que es una propuesta sobre cómo afrontar la vida a partir del análisis profundo de la realidad. Es decir, su formulación filosófica acaba siendo una filosofía de vida, y es por este motivo, tal vez, por el que dejan esa huella al leerlos, y, esa marca es aún mayor, si es en la adolescencia porque quedan grabados como una experiencia singular. Es posible que la edad influya en el calado de lo que leemos por aquello que explica la neurociencia de las etapas de plasticidad cerebral, y que verdaderamente haya épocas mejores para el aprendizaje o para que aquello que aprendemos se consolide con más facilidad conformando nuestras conexiones neuronales.
Volviendo al tema de la lectura, recuerdo que conocí a Nietzsche a la edad aproximada de diecisiete años, ese fue mi primer contacto con la Filosofía; Así habló Zaratustra tuvo la culpa, desde ese momento supe qué era la Filosofía y que esa era mi vocación, no era lo que hacía en las clases que acababa de comenzar en esa asignatura obligatoria del Instituto, era lo que solo un verdadero pensador sabe transmitir: una pasión. Para ilustrar esta idea de las diferentes posibles tareas filosóficas podemos citar a Schopenhauer, el cual venía a decir que se fiaba de aquellos que vivían para la Filosofía, pero no de aquellos que vivían de ella, y en este sentido, como en otros muchos, tenía razón. Él también fue capaz transmitir una pasión. Encontré en ese libro de Nietzsche, que me concedió el primer contacto puro (no a través de intérpretes de los intérpretes de la interpretación) con esta disciplina, un modo de expresión de lo inefable de mi espíritu inconformista de lucha juvenil, puso palabras a mis sentimientos, a mis pasiones, una experiencia de lo sublime en términos heideggerianos que solo consigue la obra de arte, extraordinaria e irrepetible de mi espíritu, que marcó para siempre el ser que fui, el ser que soy y el que seré, parafraseando al poeta.
Nietzsche con la fuerza y violencia de sus palabras me transmitió ese “sí a la vida” contra la rendición, la posibilidad de ser tú el único dirigente y amo de tu existencia y de la conformación de tu esencia, la lucha contra lo establecido creando la posibilidad de establecer tus propios valores contra la moral del rebaño, la importancia de no querer ser como los otros, sino un ser individual que no es como ningún otro, es decir, afirmar tu ser único, un preludio del Existencialismo cuyo máximo representante, Sartre, fue el siguiente autor que satisfizo mis necesidades intelectuales con sus textos.
El otro gran pensador que quiero aquí destacar es Arthur Schopenhauer, al cual descubrí más tarde, pero que desde un primer momento obtuvo toda mi simpatía, al modo como lo hace el primer contacto con alguien que sabes que tiene algo que ofrecerte, o como el amor a primera vista. Pues bien, a Schopenhauer le ocurre, según mi parecer, lo mismo que a Nietzsche porque parten del mismo punto. En primer lugar, analizan el mundo, y de ese examen surge su disconformidad con él, se hallan incómodos con este hallazgo, motivo por el que, en segundo lugar, surge su filosofía como una propuesta de cambio de actitud frente a él. La diferencia se encuentra en que Schopenhauer es también profundamente crítico como Nietzsche, pero en un sentido notablemente más pesimista, ya que no encuentra más solución que la renuncia a la voluntad, aunque curiosamente él no lo haga, ya que no dejó de escribir a lo largo de su vida.
Curioso es, en lo que tienen que ver conmigo, que Nietzsche conocía la filosofía de Schopenhauer y podríamos decir que fue su precursor, principalmente se observa este hecho en la toma del concepto de voluntad de vivir que Nietzsche transforma en voluntad de poder, en torno al cual además giran la mayoría de las ideas principales de su Filosofía. Ambos tienen también en común una infancia sin figura paterna y una trayectoria vital difícil. Pero Schopenhauer centra su filosofía en el sufrimiento que supone la vida y esa voluntad de vivirla, sufrimiento por querer lo que no tienes y aburrimiento de haber obtenido eso que querías, generando un nuevo deseo insatisfecho, y así un ciclo infinito. Esta idea se resume bien en la célebre cita: “La vida es un péndulo entre el dolor y el hastío”, y su autor como una única salida a esta insatisfacción esencial del hombre solo encuentra la negación de los deseos y la fusión con la nada, o el recogimiento en uno mismo, en definitiva la no afirmación del yo que desea. Este carácter pesimista y crítico le llevó al aislamiento y al rechazo de los otros, y eso le hizo ganarse a su vez la repulsa incluso de su madre, con la que cada vez tenía peor relación y se dirigía a él con crudeza y desdén, como podemos ver en la correspondencia mantenida que se conserva. Al contrario, lo que fascina de Nietzsche es su giro a la filosofía positiva, su vuelta de tuerca, su filosofía de la afirmación, del sí; mientras que la filosofía de Schopenhauer acaba siendo una expresión de la negación más absoluta, la propuesta por el Zaratustra nietzscheano es una filosofía positiva o afirmativa, que no busca lamentarse del sufrimiento ni negar por ello los deseos, sino satisfacerlos, promoviendo el cambio, la metamorfosis que supone el salto de la mediocridad de la persona que vive entre las masas a la afirmación de su individualidad, de su yo único. La máxima formulada en dicho libro puede sintetizarse de este modo: sé el único autor de tu vida, y no intentes después adoctrinar a los demás para que sean como tú, al contrario, ayuda a que ellos también puedan ser libres decidiendo cómo dirigir su vida y los valores que quieran otorgarse en ella. Este es el superhombre, un elemento clave de la filosofía de Nietzsche y un ideal al que todos deberíamos aspirar. Para acabar esta reflexión, quiero citar textualmente un pequeño fragmento donde se expresa con suma claridad esta máxima a la que me he referido en este último párrafo: “El hombre creador busca compañeros, no cadáveres ni tampoco rebaños ni adeptos de credos. Busca el hombre creador a los que creen junto con él, a los que inscriban valores nuevos en las tablas” (parte I, sección 9. Así hablaba Zaratustra).
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