Los diversos servicios de Medicina Psicosomática, acuciados por la necesidad de respuestas prácticas, han desarrollado disímiles instrumentos de exploración para pacientes psicosomáticos. Entre ellos se cuenta la prueba que presentaremos a continuación, inserta en la teorización sobre la patogénesis psicosomática, desde el punto de vista psíquico, de P. Marty y su escuela, representada en nuestro país, entre otros, por J. L. Marín.
El enfermo psicosomático sería un individuo afecto de una singular regresión, corporal, conversiva (aunque no histérica) de significación, basada en la actividad de pulsiones autoagresivas. Sería como una forma de regresión no psíquica, sino incluso en cierta contraposición a ella; la psicosis sería un modelo en “dirección contraria”, y ello quedaría aseverado por la relativa ausencia de patología psicosomática entre sujetos psicóticos crónicos.
En un cierto sentido, la patología psicosomática, la regresión psicosomática, respeta el funcionalismo psíquico; o sea: siendo psicosomático se cuenta con una cierta “defensa” ante la psicosis. Ello a costa del padecimiento de una, posiblemente, grave enfermedad general (asma, hipertensión) con sus riesgos físicos inherentes y su evolución relativamente autónoma de los acontecimientos psicoambientales. No permanecería “indemne”, en todo caso, el mundo psíquico del enfermo. Mejor dicho: no deja de estar afectado, o de reflejar, desde un principio, la actividad que llamamos psicosomática. Lo hace en forma de una especie de hipofuncionalismo de la capacidad fantasmática, de forma que el individuo funcionaría con una especie de concretización del Pensamiento (“Pensamiento Operatorio”), fijado a lo concreto, sujeto a los acontecimientos más “objetivos” del devenir psíquico, sin la flexibilidad, adaptabilidad, creatividad y riqueza de suponer el drenaje de la actividad fantástica. Nos movemos ahí en la zona del Espacio Transicional descrito por Winnicott, donde se urden la actividad de la fantasía, el juego, incluso el delirio. Una “desaparición” de esa franja de actividad psíquica implica la anulación o “hipofunción” del pensamiento fantástico, del pensamiento lúdico y del pensamiento
delirante; de ahí la disparidad entre enfermos psicosomáticos y psicóticos, como si el psicosomático regresase a un mundo defensivo de otra naturaleza, quizá más arcaico constitucionalmente. De esta forma, el personaje regresivo psicosomático vendría caracterizado por una señalada pobreza en el funcionamiento de su pensamiento fantástico y su capacidad de simbolización, el desplazamiento, la creación y plasticidad lúdica del pensamiento y la imaginación.
La Escuela de P. Marty parte de la observación de que los enfermos psicosomáticos se comportan en la entrevista de distinta forma que los neuróticos. Sus fantasías son pobres, cuando no inexistentes, mientras que sólo emergen contenidos concretos “razonables”, un pensamiento “operatorio”. Estos sujetos estarían, en cierta manera, separados de su inconsciente e hiperadaptados a su entorno. La regresión del enfermo psicosomático sería entonces una regresión del Yo a un nivel defensivo primitivo, con fuertes tendencias autoagresivas y autodestructivas que estos autores relacionan con el Instinto de Muerte.
Esta fijación a un nivel narcisista y a una fusión sujeto-objeto imposibilita una relación objetal verdadera, incluyendo la relación transferencial. El sujeto se identifica sólo con el objeto, comprende al otro como una duplicación proyectora de sí mismo y entra en la temática de lo idéntico y del sí mismo. El pensamiento operatorio adherido a lo concreto y la orientación pragmática no le permiten evadirse en los fantasmas...
Se trataría de una agenesia de la evolución del pensamiento normal más que de una inhibición
neurótica. En estos sujetos, la carencia de fantasmatización caracterizaría las alteraciones
psicosomáticas.
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