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Paz y Ciencia

martes, 6 de noviembre de 2007

Psicobiografía: J.F. Nash (Una mente Maravillosa)

“El amor y la locura son los motores que hacen andar la vida”.

Marguerite Youcenar

Un neurótico es un hombre que construye un castillo en el aire.

Un psicótico es un hombre que vive en él.

Un psiquiatra es el que cobra el alquiler.

Jerome Lawrence.


John Forber Nash senior era, según su hija Martha: “respetable, trabajador y muy serio: un hombre conservador en todos los aspectos”, ingeniero de profesión. Virginia era una maestra, de espíritu más libre y menos rígido que su marido, y constituyó una presencia mucho más activa en la vida de su hijo.

Nash junior nació el trece de junio de 1928, casi exactamente 4 años después del matrimonio de sus padres. No existen datos de que hubiera problemas perinatales que pudieran explicar la enfermedad que desarrolló. Le pusieron el nombre de su padre, aunque todo el mundo le llamaría Johny.

Nash fue un niño excéntrico, solitario e introvertido. Tenía una personalidad esquizoide (aislado, retraído, plegado sobre sí mismo), prefería leer revistas científicas que le daba su padre antes que jugar con los niños como lo hacía su hermana pequeña. Tampoco se puede decir categoricamente que la educación de sus padres fuera la responsable de su carácter, su madre era maestra y disfrutaba enseñando a sus hijos y promovía sus interacciones sociales apuntándole a campamentos de boy scouts, en sesiones bíblicas de los domingos, lecciones de baile y el ingreso en la Sociedad John Aldens, organización dedicada a la mejora de la conducta de sus miembros.

Cuando Johny tenía siete u ocho años, sus tías ya habían empezado a notar que tenía demasiado interés por los libros y que era un poco extraño, paseando mientras soñaba despierto.

Aunque no fue un niño prodigio, Johny era un muchacho despierto y curioso, y su madre, que siempre fue la persona con quien tuvo mayor proximidad, reaccionó haciendo de la educación del chico uno de los objetivos principales de su considerable energía. Un vecino recuerda que su padre se dirigía a sus hijos como si fueran adultos:

Nunca le dio a Johny un libro para colorear, siempre le daba libros sobre ciencia.En los primeros años de Escuela destacó más por su inmadurez, rebeldía y dificultad para relacionarse que por su talento intelectual. Los maestros le describían como un muchacho que no sacaba todo el fruto posible de sus capacidades. Fantaseaba o hablaba constantemente, y le costaba obedecer, lo cual provocó algún conflicto entre él y su madre.

Su gran pasión era experimentar, hacia los doce años ya había convertido su habitación en un laboratorio, reparaba radios, realizaba experimentos químicos y manipuló el teléfono para que sonara con el auricular descolgado.

Aunque no tenía amigos íntimos, disfrutaba exhibiéndose ante otros niños, queriendo demostrar que era más inteligente, más fuerte y más valiente. Su extraño carácter, su vocación científica y su dificultad para las relaciones sociales hicieron que los niños le llamaran “Sabelotodo” y se rieran de él.

Los Nash promovían las actividades sociales de Johny con tanta energía como sus estudios, pero sólo tuvo efecto en sus escarceos científicos. La primera señal de su aptitud matemática se dio a los trece o catorce años, leyó el extraordinario libro de

E.T. Bell, titulado “Men of Mathematics”, una experiencia que marcó su trayectoria. El texto de Bell que capturó la atención de Nash fue el dedicado a Fermat, uno de los mayores matemáticos de todos los tiempos. El hecho de ser capaz de demostrar el llamado teorema de Fermat sobre los números primos, esos misteriosos enteros que sólo se pueden dividir por sí mismos o por uno, produjo en Nash una especie de epifanía. Otros genios matemáticos como Albert Einstein y Bertrand Russell relatan revelaciones similares al inicio de la adolescencia.

El ataque japonés del 7 de diciembre de 1941 a la base naval de Pearl Harbor, en Hawai, se produjo cuando Johny estaba en la mitad de su primer curso en el instituto. Johny se obsesionó por inventar códigos secretos que consistían en pequeños y extraños jeroglíficos que representaban animales y seres humanos, a veces adornados con frases bíblicas: “En verdad os digo que, aunque el rico sea magnífico y esté lleno de pompa y esplendor, yo no lo envidio”.

La adolescencia no fue fácil para un muchacho intelectualmente precoz, con poca facilidad para las relaciones sociales. En lugar de estos entretenimientos, cuando tenía quince años, él y otros muchachos empezaron a juguetear con explosivos de fabricación casera. Fueron los primeros indicios de rasgos antisociales de su personalidad, como dirían los más fieles a los criterios de los manuales diagnósticos. Después de esto vendría la tortura de animales, circunstancia que experimentaba con gran excitación y alguna broma pesada como conectar a la red eléctrica la silla de su hermana Martha.

Cuando se le pidió que redactara un texto sobre sus aspiraciones profesionales, Johny escribió que esperaba ser ingeniero como su padre. Entre los dos escribieron un artículo que explicaba un método mejorado para calcular las tensiones adecuadas de los cables e hilos eléctricos. Johny participó en el concurso George Westinghouse para la escuela de ingenieros y consiguió una beca de estudios completa, de las diez que se concedían en todo el país. Johny fue admitido en el Instituto Tecnológico Carnegie. Aproximadamente al cabo de un año, cuando ya había adquirido la reputación de genio, empezó a reunir un auditorio en el edificio Skibo, el centro estudiantil. Se sentaba en una silla y desafiaba a los demás estudiantes a plantearle problemas para que los resolviera. Era una estrella pero también un marginado.

Sus fantasías de gloria inmediata se derrumbaron: el Concurso Matemático William Lowell Putnam era una prestigiosa competición nacional para estudiantes no licenciados. Actualmente convoca a dos mil participantes, entonces participaban unos ciento veinte, pero ya en aquel entonces constituía la primera oportunidad de hacerse un lugar en el mundo de las matemáticas, también era el primer paso para conseguir una cierta notoriedad. John Nash, en su nota autobiográfica tras ganar el premio Nobel de Economía recuerda con resquemor aquel

acontecimiento, que consideró un fracaso en su carrera.

A Nash le gustaban los problemas de carácter muy general, y no era tan hábil en la resolución de enigmas pequeños. Era sobre todo un soñador. Dedicaba mucho tiempo a pensar, a veces se le podía ver paseando ensimismado mientras otros estaban sentados, con la nariz metida en un libro.

Para Nash, Harvard era la universidad número uno, y allí estudiaría su hijo, pero se decantó por Princeton porque le ofreció una beca mejor en términos económicos y mostró un mayor interés. Nash siempre asignó mucho valor al dinero. En realidad, lo único que sabía de Princeton era que allí estaba Albert Einstein y John von Neuman, sin embargo, el ambiente políglota de matemáticos (extranjeros, judíos, izquierdistas) seguía pareciéndole una alternativa manifiestamente inferior.

1 comentario:

Alex dijo...

Hasta antes de leer este articulo yo sentía mucho parentesco con este sujeto. Creí que eramos parecidos. Ahora se me hace tan distante y odioso. Ironicamente sigo pensando que es una "mente maravillosa". Buen articulo.