Un día, mientras permanecía inmóvil como siempre en el mismo sitio, un maestro vio aparecer en el horizonte una especie de bola de polvo. Aquella bola se hizo más y más grande y el sheik pronto reconoció a un hombre que se le acercaba corriendo y levantaba una enorme polvareda. El hombre, que era joven, llegó hasta el maestro y se postró ante él.
- ¿Qué quieres?
- Maestro -le contestó el joven-, he venido desde lejos a oírte tocar el arpa sin cuerdas.
- Como quieras- le dijo el maestro.
El santo hombre no varió su postura lo más mínimo. No cogió ningún instrumento, no hizo nada. El maestro y el ferviente discípulo permanecieron inmóviles.
Tras ese "cierto tiempo", el joven dejó percibir, quizá por un gesto, una inclinación o un carraspeo, un incipiente cansancio.
- ¿Qué te pasa? -preguntó el maestro.
El joven dudó un poco. Comenzó a balbucear algunas palabras. Para poder ayudarlo el maestro preguntó:
- ¿No has oído nada?
- No -contestó el joven con voz culpable.
- Entonces, ¿por qué no me has pedido que tocase más fuerte?
No hay comentarios:
Publicar un comentario