viernes, 18 de mayo de 2012
Despertando el Don Bipolar
¿Es correcta esta perspectiva?
¿No será demasiado esperanzadora?
¿Es posible pensar que un cambio de actitud sobre la bipolaridad puede llevarnos a procurar una ayuda significativa a estos pacientes?
Muchas veces me hago estas preguntas y siempre llego al mismo lugar: ver a personas que han recuperado su salud y su vida, sin mutilarse ni restringirse, y con deseos de construir día a día su felicidad junto a otras, es un testimonio elocuente de que algo de razón hay en estos planteos y en el accionar terapéutico consecuente con ellos.
Es bueno insistir en el hecho de que no se trata solo propuestas genéricas, sino que conllevan consecuencias prácticas y técnicas concretas, dirigidas y ordenadas en función del objetivo central que es despertar el don bipolar. Todas estas prácticas y estas técnicas están basadas en una cierta filosofía de trabajo que quiero acabar de explicitar. Veamos:
Existen en la terapéutica tres grandes vías de curación, que coinciden con tres grandes vías de evolución: el amor, la sabiduría y el poder.
La primera vía se refiere a cómo nos transformamos por la alquimia de las ligaduras afectivas. Dado que ningún encuentro es casual y como toda relación nos puede cambiar para mejor, si nos abrimos a una experiencia de auténtico encuentro con otra persona, podemos tener la esperanza de acceder a la sanación de nuestras heridas más profundas ["Si el mundo fue ya no será una porquería, / porque en el mundo vivimos vos y yo" (Horacio Ferrer).]
La segunda, consiste en el proceso de aprendizaje que no se reduce al mero conocimiento intelectual ni académico, sino que se extiende a la comprensión de la conexión entre todos los aspectos de la existencia y todas las modalidades de la sabiduría. (Una curiosidad -una de tantas que siempre nos depara la etimología de nuestra lengua-: la palabra "saber" viene del latín y tiene la misma raíz que "sabor". Para los antiguos, un sabio era, sobre todo, aquel que sabía saborear la vida.)
La tercera, no alude al dominio sobre los demás o sobre la naturaleza, sino al poder de convocar y suscitar en uno y en los otros las energías autocurativas capaces de transformar el dolor en felicidad para los que nos reste de vida, y así poder afirmar como Efraín Huerta que -a pesar de la metáfora fatal y maniqueana de "mar=muerte"-: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar al amar que es el vivir".
Estos tres caminos son los que hay que hacer converger en el tratamiento de los pacientes bipolares: un amor capaz de ejercer una acción benéfica de metamorfosis sanadora; una sabiduría suficiente que permita comprender las razones y los sentidos de un síntoma como un indicador de una lección que se debe aprender, y el poder de hacer resurgir, desde dentro de la persona, la potencia y el impulso buscador del equilibrio y la salud, y la fibra para dejar atrás las ataduras y fijaciones del pasado.
Desarrollar una terapéutica amorosa, sabia y poderosa ha de ser el propósito que impulse la práctica clínica y lo que todo paciente debe buscar en un tratamiento con el cual se comprometa. Sobre la base de estos valores y criterios es como podrán desplegarse los caminos o vías concretas para la recuperación del equilibrio perdido y el despertar de los talentos dormidos.
En este sentido, y en paralelo a la instalación del eje interior, acto que casi se convierte en un hecho ritual en el bipolar, los talentos que hay que avivar para ayudar al proceso de sanación son: creatividad, capacidad de detenerse en los matices, asertividad (fruta madura de la intuición), diversidad (flexibilidad mental) y capacidad de servicio. Estos son verdaderos poderes curativos por sí mismos, sobre los cuales nunca es suficiente la insistencia.
"Únicamente al público corresponde juzgarme; no obstante, si el amor propio no me ciega en exceso, me parece que al hacer el elogio de la locura no estaba yo loco por completo." Erasmo de Rotterdam: "Elogio de la Locura".
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