Al muchacho le costaba respirar, esa dolencia le hacía tomar aire muy mal, como en angosta penumbra, durante esas crisis, temblaba y se asustaba por una inminente muerte. La gente solía pasar al lado sin mostrar ni un mínimo atisbo de compasión. El muchacho no podía diferenciar qué era lo que más pena o dolor le daba, si esa indiferencia propia de aquellos que se creen mejores o esa sensación mortífera de punzamiento. Durante esas crisis tendía a pensar en otra cosa, habitualmente dejaba volar su imaginación, cuando se lo permitía el dolor, y pensaba en un prado lleno de flores de todos los colores, un aroma embriagador que le aturdía y aliviaba al menos en su poderosa imaginación. Durante esos leves momentos, él aparecía bien vestido, limpio y vigoroso, saltando y jugando con las breznas. Su cuerpo se deslizaba entre la vegetación en un recíproco rito de caricias. Después acababa, a veces, en el suelo, frotándose a conciencia con la alfombra verde.
Por momentos podía oler, ver las montañas nevadas al fondo y sentirse en ese campo amplio, magnífico y soleado, en libertad y amplitud. En realidad, era la única medicina que se podía permitir. La vida no debía haber sido justa en cuanto a lo material, pero afortunadamente, había construido una alternativa más que adecuada donde ajustarse y poder sobrevivir con dignidad y mucho más, con magia, casi diría.
Terminó la crisis y agotado procuró hacer un intento de levantar sus riñones. A su alrededor, el bullicio, el olor a pollo y a grasa. Lejos queda atrás la montaña, la vida, el prado y la sensación de libertad y autonomía. Cogió su bolsa de patatas, lugar donde residían sus pertenencias y caminó rumbo a Palacio.
Me interesó mucho tu blog, el mío es sobre libros médicos (soy estudiante de medicina del último año).
ResponderEliminarQuisiera saber si puedo enlazarte en mi blog, en páginas amigas.
Gracias y suerte.
Mi mail: tuslibrosmedicos@live.com.ar