La enfermedad como formalidad de la vida
Del ensimismamiento a la alteración
Maria Lucrecia Rovaletti
La vida humana, según Ortega y Gasset, se configura de modo
preciso y en unas circunstancias que incluyen las cosas, los otros, la
altura y las peculiaridades socio-culturales del mundo que a uno le
ha tocado vivir. Podemos comprender la vida desde su transcurrir
histórico y proyectivo, pero también analizarla como “realidad
radical”, con sus “formalidades”. ¿Nos preguntamos en el ámbito
de qué “formalidad” puede jugarse un problema psicopatológico?
Partiendo de las nociones de “ensimismamiento y alteración”, se
estudian sus posibles desviaciones.
Palabras llaves: Ortegas y Gasset, antropología, psicopathología,
yo y mi circunstancia, ensimismamiento y alteración
La realidad de toda cosa propiamente humana no es otra que su “importancia”.
Lo que hacemos y lo que nos pasa no tiene más realidad que
lo que ello “importe” en nuestra vida. Por eso en vez de hablar de “cosas”,
que es una noción naturalista, debiéramos hablar de “importancias”
(O.C., VI, p. 396).
La vida entre improntas e importancias
“Por naturaleza tienen todos los hombres deseo de saber”, dice
Aristóteles en su Metafísica,1 sin embargo este deseo de conocer –
para Ortega – implica saber a qué atenerse en la realidad y así poder
vivir y organizar su vida. Tenemos pues que contar con instancias,
es decir con las “cosas que hacemos y que nos pasan”, que nos
fuerzan “darnos cuenta de ellas”. Y como no puedo atender a todas,
lo hago desde la perspectiva en que se nos aparecen, dando razón a
unas a través de otras, para entenderlas y justificarlas. He aquí “razón
vital”.
Más aún, el hombre no se enfrenta con una realidad
independiente de sí sino con cosas que, cualesquiera que sean, son
interpretaciones que de ellas estamos forzados a dar. Las primeras
interpretaciones me las encuentro hechas; son los otros – la genteque
me las dan con sus palabras y sus teorías, con sus ideas y
creencias, sus usos y regulaciones: no sólo heredamos genes sino
1. Aristóteles. Metafísica, Libro A, 980, a 21.: “pavnte" avnqropoi tou' eidevnai
orevgontai fuvsei
también cultura. Por ello, el hombre “se encuentra con sus propias improntas o
con reliquias que son las huellas de otros hombres” (Garagorri, 1970, p. 55). La
perspectiva de cada uno es el resultado de infinitas perspectivas: los otros están
en mí mismo punto de partida.
El vivir humano como quehacer
A diferencia de las cosas “naturales” que consisten meramente en
mantenerse en su ser, “el hombre no tiene más remedio que hacer algo para o
dejar de existir” (O.C., VI, p. 32 sg.). Por haber perdido sus instintos (O.C., V, p.
487; VI, p. 421), el hombre no tiene una respuesta inmediata, y tiene que
fabricársela o tomársela prestada de su entorno. La forma primaria del vivir
humano es quehacer.
Para poder seguir viviendo, el hombre tiene que inventar el futuro. “Mi vida,
antes que simple hacer, es decidir un hacer, es decidir mi vida” (O.C., VII, p. 430),
es decir determinar lo que va a ser. “El hombre en cuanto ser vivo es, pues, un
ente cuyo ser consiste no en lo que es ya, sino en lo que todavía no es; no es una
cosa, es una pretensión” (Guilló Fernandez, 1983, p. 201). La vida humana es
anticipación constante, como repetirá también Jean Sutter; es preformación del
futuro.
Sin embargo, también la persona es “esencial pre-existencia” ya que “ningún
hombre estrena la humanidad, sino que todo hombre continúa lo humano que ya
existía” (O.C., VII, p. 61): se instala en un ser ya puesto y su historia individual
es también la historia de una generación determinada. La realidad o consistencia
del hombre entonces no le viene dada sólo por su cuerpo, ni siquiera por su alma,
sino por algo sutil que envuelve a ambos, es decir por el tiempo que al hombre
le toca vivir; y con el tiempo se indica también el espacio social e histórico.
Precisamente, la situación socio-política de ese momento lleva a Ortega a
reconocer que la “circunstancia” cobra también un matiz insidioso e imperceptible,
y aprieta el cerco del Yo. La vida humana se configura de modo preciso y en
unas circunstancias que incluyen las cosas, los otros, la altura de los tiempos y
las peculiaridades socio-culturales del mundo entorno. Mientras los factores,
problemas y fantasías nuevos marcarán el “espíritu del tiempo”; los otros gastados,
pierden sentido para los descendientes: es el cambio de “generación”. Las formas
de vida caracterizan a una época, a una sociedad y a unos hombres.
Hemos venido analizado la vida desde su transcurrir histórico y proyectivo,
esa vida que es en cada momento la historia de un proyecto y el proyecto de una
historia. Pero la vida también tiene una estructura. ¿Cómo compaginar entonces
“acontecimiento” y “estructura?”
La realidad radical
Se parte de la vida inmediata, de la vida como realidad radical (O.C., VI,
p. 347), ese plano último y absolutamente indubitable. Sólo a posteriori se podrán
hacer abstracciones que permitan señalar las “formalidades de la vida humana y
construir una teoría de la vida humana”.2
Este “cogito vital” orteguiano (Prini), como la “conciencia” de Husserl,
como el “Dasein” de Heidegger, como el “para-sí” de Sartre, constituye el
fundamento de cualquier comprensión de la conducta humana y de cualquier
situación objetiva, real o ideal.
La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene
decir es que es la realidad radical, en el sentido que a ellas tenemos que referir todas
las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de un modo o
otro que aparecer en ella. (O.C., VI, p. 13)
La vida humana es la de cada cual, la vida personal y como no es transferible
a ninguna otra persona, es una ineludible responsabilidad mía. Es por esto un
bioV (bíos) y no zoh (zoé). Sin embargo, como realidad radical, mi vida no se
constituye de la suma del yo más cosas sino que posee una modalidad “altruista”,3
es decir está abierta a nativitate a los otros.
En ella radica lo que hacemos y lo que nos pasa al encontrarnos viviendo
entre las otras vidas humanas y las cosas, y teniendo forzosamente que hacer algo
con ellas en cada circunstancia, utilizando la razón vital. En efecto, la realidad
se presenta como un primario y pre-intelectual “enigma propuesto a nuestro
existir” (O.C., V, p. 400 sg.), como un incierto repertorio de facilidades y
dificultades para nuestra vida (O.C., V, p. 337), ante lo cual el hombre responde
haciendo funcionar el aparato intelectual.
2. Ortega introduce así la distinción entre realidad radical y realidades radicadas. La “razón vital”
lo lleva a considerar la vida como realidad radical, pero a su vez a teorizar sobre ella,
planteando de este modo una “teoría” de la vida humana, una metafísica de la vida humana
fundamento de toda antropología.
Entre la “teoría de la vida humana como realidad radical” y la realidad concreta de cada hombre
se puede ubicar la antropología. Esta “zona de realidad de la estructura empírica” del hombre
(Marías) posee unas determinaciones empíricas que sin pertenecer a la teoría de la vida, son
sin embargo estructurales, y supuestos previos a cada biografía concreta. “Antropología es
ciencia de la estructura empírica. Metafísica es teoría de la vida humana como realidad radical”
(Figueroa Cave).
3. El tema de nuestro tiempo, O.C., III, p. 187. Al modo de la conciencia husserliana, la vida está
referida hacia.
Ideas y creencias
Para hacer posible la acción que ya no pueden ofrecer los desvanecidos
instintos, se elaboran esquemas y se interpreta lo real a través de ciertos signos
que el pensamiento proporciona. Nuestras ideas constituyen una forma de acción
que realizamos “para salir de la duda en que hemos caído y llegar de nuevo a
estar en lo cierto” (O.C., V, p. 530). Y en este ir viviendo nos encontramos no
sólo con cosas sino entre hombres “que tienen y una interpretación de la vida,
un repertorio de creencias que forman parte de nuestra circunstancia”. “Sin darnos
cuenta, nos hallamos instalados en esa área de soluciones ya hechas a los
problemas de nuestra vida”. (O.C., V, p. 25).
Las creencias son un tipo especial de ideas, de tal modo asumidas e
internalizadas que no se necesita defenderlas, porque vivimos inmersos en ellas.
Conforman “el continente de nuestra vida y, por ello, no tienen el carácter de
contenidos particulares de ésta. Cabe decir que no son ideas que tenemos sino
ideas que somos” (O.C., V, p. 384). Al contrario, las ideas en sentido estricto son
aquellos pensamientos que construimos y de los que somos conscientes, que
podemos poner distancia y discutirlos. Pero cuando las ideas están dotadas de
una fuerza de carácter hegemónico y se arraigan desplazando el caudal de
creencias por su alto índice persuasivo que poseen, entonces “las ideas... son
aquello que las generaciones posteriores engranan en la capa de la creencia y
desaparecen como ideas”.4 Nos encontramos con las creencias que forzosamente
nos insertan en la tradición donde nacemos y por ello devienen más consistentes
que las ideas.
Sin embargo el hombre desorientado por la desconcertante variación que
lo rodea, aparentemente caprichosa, busca apoyarse en algo firme para lograr así
un atenimiento seguro.
“El hombre, en el fondo es crédulo, lo que es igual, el estrato más profundo
de nuestra vida, el que sostiene y porta todas las demás, está formado por
creencia... Estas son, pues, la tierra firme sobre que nos afanamos” (O.C., V, p. 392).
Todo hombre circula por la vida con un bagaje de ideas y creencias, y el
predominio de una u otra y el tipo de cada una de ella va a definir un determinado
estilo de comportamientos (Guilló Fernandez). En el hombre equilibrado hay una
preponderancia de ideas frente a la más rígidas de las creencias. Cuando se da
una riqueza de falsas creencias junto a un espíritu autocrítico, estamos ante un
4. En este sentido, L. Valenciano Gayá (1957, 1961) considera que el delirio viene a relevar el
sistema de creencias que fallan.
paranoico; en cambio, cuando se trata de un espíritu combativo, tenemos al
fanático religioso o político.
Si la riqueza de ideas-pensamientos es propia del intelectual o investigador,
la riqueza de ideas-ocurrencias lo es del artista. Al contrario, la ausencia de ideas
con escasez de creencias nos ubica en un arco que va desde el débil mental hasta
el abúlico o apático.
Yo y mi circunstancia
Ortega encuentra como hecho primario y fundamental la existencia conjunta
de un yo o una subjetividad y su mundo. Por tanto, el dato radical e insofisticable
no es mi existencia, no es “yo existo” sino mi coexistencia con el mundo: no
hay uno sin el otro (O.C., VII, p. 403). Se enfrenta ahora con el mundo de las
circunstancias concretas de cada individuo. En efecto, nuestra vida se nos
presenta,
... constituida por dos dimensiones, inseparables las unas de las otras (...) En su
dimensión primaria, vivir es estar yo, el yo de cada cual, en la circunstancia y no
tener más que habérselas con ella. Pero esto impone a la vida una segunda dimensión
consistente que no tiene más remedio que averiguar lo que la circunstancia es. (O.C.,
V, p. 24)
Enfatiza entonces que “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella
no me salvo yo” (O.C., I, p. 322), acentuando de este modo una conducta operante,
una conducta respondiente y una conducta responsable (Pinillos, 1983).
El primer “Yo”, es mi vida que se me da pero no hecha, es la que tengo
que hacer y realmente voy haciendo. Por eso sólo tengo una remota aproximación
a aquello que yo desearía ser y a aquello que tendría que ser. El yo es un cierto
programa para ser vivido, es abierto y no delimitado con exactitud.
El Yo se encuentra con el cuerpo que quizá no le agrade; con sus dotes
psicológicas más o menos ajustadas a sus deseos; con una sociedad, con un
lenguaje, unos usos y vigencias con los que necesariamente ha de contar para
realizar su vida. Ese yo es el héroe, es el que salva la circunstancia y con ella se
salva de la masificación y falsificación; es el que llega a ser sí mismo y cumple
de este modo con la vocación de biografía, propia de la vida humana. Cada
hombre en ese margen de libertad, puede ser fiel al proyecto, es decir auténtico,
pero también puede negarse y falsificar su vida, y ser infiel a sí mismo.
Dado este margen de previsibilidad e indeterminación, un psicoterapeuta
no puede llegar a captar con precisión al hombre en totalidad. Sin embargo y
precisamente, “sólo porque el paciente es de alguna forma libre”, puede darse la
posibilidad de una mutación que es lo que define a la psicoterapia. (Figueroa Cave,
1983, p. 69).
Elegir cosas, elegir la verdad, elegirse a mí mismo. El proyecto de vida que
cada uno es y cuya realización nunca es completa, es en gran parte inconsciente.
Ese núcleo de preferencias actúa en “los sótanos de la personalidad”; a veces
yace oculto por elecciones de conveniencia y utilidad, otras se descubre en los
objetos atendidos, en las elecciones, en los gestos más que en la introspección
(O.C., V, p. 600). Las preferencias no surgen en el vacío, sino cobran actualidad
en cada situación en función de su contenido y elementos.
Al nacer en un momento histórico, y encontrarse ante unas circunstancias
que no puede reformar, el hombre deviene un personaje al que tiene que
representar. No obstante ello, “cada hombre entre sus varios seres posibles,
encuentra uno que es su auténtico ser”, a esa voz que le llama se la designa
“vocación” (O.C., V, p. 138). He aquí el yo proyectivo o vocacional, el que dirige
sus actos y construye su vida eligiendo entre aquello que cada tiempo y situación
pone a su alcance, el que internaliza los modelos que le rodean, el que elabora o
padece las presiones que los demás le imponen.
La vida como quehacer, como futurición, temporalidad y corporeidad,
constituyen categorías vacías hasta tanto no se llenen de las circunstancias en la
vida de cada cual. La circunstancia es lo dado al hombre (L.M., p. 171), es un
haber de innumerables y enigmáticos elementos, una multiplicidad pura por tanto
desorientación, problematicidad inexorable (O.C., V, p. 24-6), es “un enigma
propuesto a nuestro existir (O.C., V, p. 400).5 Será entonces esa interpretación,
esa ordenación, esa solución intelectual al caos dada por el hombre la que haga
posible el mundo. Precisamente mundo, en griego se designa con el vocablo
“kosmos” (kosμoV), es decir orden.
El segundo “yo”, es el yo soy quien hago mi vida y la hago con mi
circunstancia. Me siento que voy siendo y el ser que quedará tras mi muerte es
el resultado de un proyecto vital. Si el primer yo, es el yo desde la perspectiva
de la intencionalidad de la vida, tal como la plantea en La Historia como sistema
(Montero Moliner, in San Martin, 1992, p. 160), el segundo “yo” es la estricta
ejecutividad cuya actividad dará cuenta de las circunstancias de modo tácito o
explícito ya objetivándolas ya instrumentalizándolas. Puedo compartir ideas y
creencias, proyectos y estimaciones con los otros, puedo cooperar con ellos, pero
lo que no puedo – so pena de aniquilar mi vida – es prescindir de la “ejecutividad”
que anima la vida que brota de un fondo singular (O.C., VI, p. 250-53). Es la
5. Cf. también O.C. V, p. 531; L.M., p. 141, 154, 171, 179.
actividad la que identifica al sujeto y lo constituye como un individuo
intransferible. Este “yo profundo”, ese “fondo insobornable que hay en nosotros”
es el núcleo último de la personalidad.
Si bien el uso del “yo” permite hacer patente la ejecutividad que constituye
su realidad primera, ello no autoriza a darle un protagonismo excesivo ya que
sólo es un momento del primer yo, junto a las circunstancias que poseen también
un papel relevante en el uso que se haga del yo (Montero Moliner, in San Martin,
1982): “lo mío”, “mi mundo”, todo cuanto compone mis circunstancias constituye
el primer plano, dando plenitud y contenido a la ejecutividad. La vida humana
reside en ese equilibrio dinámico entre el polo subjetivo de la propia actividad y
el campo objetivo de las circunstancias.
Configuración de la vida humana y psicopatología
Ahora bien, puede ocurrir que la persona se halle de tal modo configurada
que se deslice en el campo de la psicopatología. Entonces, quien se presente al
clínico, psicólogo o psiquiatra, será una vida humana y no una cualquiera; y desde
esa “totalidad circunstancial” (Valenciano Gayá, 1957), desde esa “configuración
analizable” (Valenciano Gayá, 1983), desde esa “estructura empírica de la vida
humana” (Marías, 1958) será preciso estudiar su historia biográfica.
Aunque la vida humana, la mía, la tuya, la de cada cual sea única e
irrepetible, aunque sea un acontecer, una res dramática (O.C., VIII, p. 52), tiene
sin embargo una estructura formal. En efecto, hay ciertas notas susceptibles de
abstracción y reconocimiento que configuran una “consistencia invariante”
(Garagorri, 1970): son los “componentes abstractos” (Valenciano Gayá, 1983),
las formas permanentes de las posibilidades de nuestro hacernos (Prini, 1983)
que Ortega denomina “formalidades de la vida”. Nos toca ahora preguntarnos en
el ámbito de qué “formalidad” puede jugarse un problema psicopatológico,
cualesquiera sean las causas de ese acaecimiento.
Las anomalías no se reducen a efectos automáticos y anónimos de tales o
cuales causas, sino que expresan la desviación que puede sufrir la vida biográfica.
Más allá de las nosografías y sistemas clasificatorios,6 el enfermo se nos presenta
6. No se niega la importancia de los estudios sobre la causalidad, etiología, patología, ni el
Psicoanálisis ni la importancia de las estructuras sociales. “Pero todas estas esferas de
investigación enfocan aspectos parciales del ser humano, aún cuando en ocasiones algunas de
ellas pretendan erigirse en doctrinas del hombre” (Valenciano, 1983, p. 153).
como una vida humana, configurada de un modo – y no de modo casual – donde
se incluye el cuerpo y la psique, las cosas, los otros seres, su tiempo. Como la
“estructura empírica de la vida humana” tiene una figura distinta según la zona
socio-histórica donde se aloja la vida de cada cual, es preciso partir de ella para
comprender no sólo el devenir y las anomalías del hombre concreto, sino también
al hombre concreto mismo.
Las anomalías en tanto que afectan a esa vida humana, a ésa que cada Yo
hace con su circunstancia constituye el objeto de la psicopatología. “Por eso salvar
o sanar al hombre exige, a la vez, solidaria inesquivablemente, salvar o sanar a
su circunstancia y al Yo” (Yela, 1983, p. 237). Las anomalías humanas no
pertenecen sólo al Yo ni sólo a la circunstancia sino al hombre como totalidad,
al Yo y su circunstancia conjuntamente.
En virtud de su circunstancia, cada uno hace su vida encontrándose ya
previamente en ella. Viene por lo pronto de la infancia que ha sido hecha en buena
parte por los otros que de este modo han puesto en ella los fundamentos de su
vida personal. Por eso, para poder emprender y proseguir después una vida
auténticamente propia, es necesario esa condición primordial que es “venir de
una infancia suficiente” (Ibid., p. 241).
No obstante, si bien depende de las circunstancias que un proyecto de vida
pueda o no ser tenido como anómalo, también éstas pueden ser o no anómalas
según sea el proyecto de vida. Ortega reconoce la importancia que Freud otorgara
a la infancia por el carácter biográfico de la enfermedad, hasta llega a afirmar
que hay adultos que llevan dentro de sí una “puerilidad gangrenada” (O.C., II, p. 293).
La vida es la que se hace y lo que se hace de ella.7 Toda tarea biografica
implica “imaginar un proyecto de vida en vista de las facilidades y dificultades
que las circunstancias brindan, tal vez modificándolas de algún modo y
apropiándoselas, y en otros casos, sometiéndose a ellos y enajenándose” (Yela,
1983, p. 238).
Sanar al hombre anómalo o enfermo es ayudarlo a fundar un proyecto que
otorgue sentido a su vida y a disponer mejor de su circunstancia (mecanismos
psico-orgánicos) para realizarlo. Por eso, para estudiar las anomalías, se necesita
no sólo la interpretación biográfica sino también la indagación científica de las
circunstancias, es decir la hermenéutica de los proyectos y la investigación de
los medios y los mecanismos con que se realizan, cumplen o fracasan (Ibid.).
7. Ortega distingue entre acción (es lo que el hombre hace por algo y para algo) y actividad
(corresponde a los mecanismos que para proyectar y realizar la acción se pone en marcha y que
en su mayor parte son automáticos, y están regidos por leyes psicológicas y psico-orgánicas que
los hombres de las ciencias van averiguando).
Estudiar las anomalías supone a la vez examinar los proyectos personales que
permiten apresar la realidad humana y su sentido por medio de la razón vital,
pero también desde el punto de vista behaviorista, como dice Ortega (O.C., IX,
p. 618).
Más allá de esta u otra anomalía, hay un nivel donde el hombre mismo se
expresa en términos de realidad “enferma”, in-firmus (Nietzsche), inadaptada,
extrañada, arrojada a un mundo originalmente inhabitable, dispar en su
circunstancia. Es una anomalía que se sufre siempre, y no algo adventicio que se
pueda o no padecer, y lo problemático residirá en los matices, en el grado y en
la calidad del vivir. La vida, que apoyándose en el ahora se proyecta desde un
pasado hacia un futuro en parte previsto pero no realizado todavía, es intrínseca
inseguridad.
Anómalo y emprendedor, el hombre en su lucha puede llegar a la locura
que consiste rigurosamente en perder su vida personal. El loco al no autoposeerse
a sí mismo se ha expropiado y alienado de sí, sin embargo aún en esa “ruina entre
cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido”
como un crónico residual defectual, se puede encontrar no sólo lo que fue aquel
hombre, sino lo que queda todavía de su Yo-proyecto y de su capacidad de
reabsorber la circunstancia (Valenciano Gayá, 1957, p. 153).
Ensimismamiento-alteración
Al hombre la vida le es dada pero no hecha, y para configurarla se sirve la
mayor parte de unas “creencias”. Pero cuando el hombre se siente perdido,
náufrago de las cosas en un mundo que lo domina, se altera. La alteración a veces
obnubila al hombre, le ciega, le obliga a actuar mecánicamente en un frenético
sonambulismo. El hecho es que “casi todo el mundo está alterado, y en la
alteración el hombre pierde su atributo más esencial: la posibilidad de meditar,
para ponerse consigo mismo de acuerdo y precisarse qué es lo que cree; lo que
de verdad estima y lo que de verdad detesta” (O.C., VII, p. 83).
Alterarse es un no vivir desde “sí mismo” sino desde lo “otro”, “siempre
atento a lo que pasa fuera de él”. Así vivir alterado como lo hace el animal
constantemente, es dejar que sean los objetos quienes rijan de forma acrítica, no
esclarecida: se vive “desde lo otro” y no “desde uno mismo”
Ortega revaloriza aquí el concepto de “alteración”. Así muestra a los
chimpancés en constante inquietud en las jaulas, sin descanso ante ese contorno
que los gobierna lo cual los lleva y los trae como marionetas. También el hombre
en su circunstancia, se encuentra cercado de cosas y obligado o no a ocuparse
de ellas. Sin embargo frente a esta tiranía y a diferencia del animal, el hombre
puede – como fruto de una costosa conquista a lo largo de la evolución –
suspender “sus ocupaciones directas con las cosas”. Precisamente, cuando las
creencias le fallan no tiene más remedio que ponerse a pensar; puede “desasirse
de su derredor ... y sometiendo su facultad de atender a una torsión radical –
incomprensible zoológicamente – volverse, por decirlo así, de espaldas al
mundo”, “ocuparse de sí mismo y no de lo otro, de las cosas” (O.C. VII, p. 84),
recogerse dentro de sí y atender a su propia intimidad. Entonces el hombre se
ensimisma, busca formar ideas sobre las cosas para conocerlas y poderlas dominar.
Sin embargo, no se trata de un mero problema para el intelecto que a lo más es
un problema irreal pero nunca terrible, sino de una realidad que precisamente
como realidad y por sí consiste en enigma, una realidad que es la “terribilidad”
misma, y ante ella “el hombre reacciona segregando en la intimidad de sí mismo
un mundo imaginario” (O.C., V, p. 402).
Sólo porque el hombre puede desasirse de la inmediatez de las cosas y puede
volverse hacia las ideas que ha creado en la intimidad de su reflexión, es capaz
de responder frente al entorno que lo apremia. Se trata de una doble capacidad
humana, la de poder sustraerse del mundo más o menos tiempo, y la de tener
donde estar cuando se ha salido del mundo, cuando se retira a la intimidad. Frente
al mundo que llamamos “exterior” tenemos otro mundo que no está en el mundo,
es nuestro mundo interior, ese “fuera” del propio “mundo exterior”: es “un dentro,
un intus, la intimidad del hombre, su sí mismo (O.C., V, p. 300-1).
El ensismismamiento deviene “una retirada estratégica a sí mismo” y dota
al hombre de un pensamiento de alerta, sin el cual la vida humana no sería posible.
Gracias a un esfuerzo humano de abstracción el hombre se repliega en sí,
reflexiona y vuelve nuevamente a la tarea de proyectarse. El proyecto constituye
ese sistema vital de soluciones para organizar la práxis. Forja así técnicas, inventa
nuevos repertorios de actos que le permitan dominar la circunstancia primigenia.
Sin embargo, por importante que sean las ideas que aquí se forjan, su fuerza reside
en unos “programas vitales” que todo hombre asume como formas de su vida
personal, programas que constituyen en última instancia sus creencias básicas
(Montero Moliner, in San Martin, 1992, p. 157).
El animal por el contrario está pendiente del contorno; está en perpetua
alteración; por eso o está afuera o se muere, es decir duerme. El animal está
siempre “perdido entre estímulos” dirá Zubiri en Sobre el Hombre, pues su
existencia es “constitutiva alteración”. Vive en perpetuo miedo del mundo, y a
la vez en perpetuo apetito de las cosas que hay en él, “no rige su existencia, no
vive desde sí mismo, sino que está siempre atento a lo que pasa fuera de él, a lo
otro que él”, es decir vive “traído y llevado y tiranizado por lo otro”, lo cual
equivale a decir que el animal vive siempre alterado, enajenado, que su vida es
constante alteración” (O.C., VIII, p. 83).
En cambio, el hombre emerge posteriormente de este mundo interior y
vuelve al de afuera; pero esta vez en calidad de “protagonista”: “vuelve con un
sí mismo que antes no tenía – con su plan de campaña, no para dejarse dominar
por las cosas, sino para gobernarlas él, para imponerles su voluntad y su designio,
para realizar en ese mundo de fuera sus ideas”, insiste Ortega en Ensimismamiento
y alteración. Vuelve entonces a sumergirse en el mundo para actuar en él
conforma a un plan preconcebido; es la faz de la acción, la otra lectura de la
alienación. Y en esta vuelta, lejos de perder su propio sí mismo, se dirige hacia
lo otro haciendo que el mundo “se vaya convirtiendo un poco en él mismo”, lo
va “humanizando”.
Ensimismamiento y alteración constituyen dos actitudes humanas que
implican dos modos diferentes de habérselas con la vida. ¿Pero qué puede ocurrir
cuando éstas se ven obstaculizadas?
A) Que el yo sea incapaz de ensimismarse,
como el hombre masa
(Campailla). Es la absorción extrema del Yo por la circunstancia, que significa
perderse en ella, transcurrir sin proyecto. Es la amenaza que tiene el hombre
actual, que dispone de tantas posibilidades y por eso no aspira en el fondo a
ninguna: es la alteración vacía. E. Fromm habla de “conformismo”, y De Wulff
de normopatía.
B) Que la circunstancia absorva de modo extremo al yo y ella acabe
perdiéndose para transformarse en alucinación, como le ocurría a Don Quijote,
es el ensimismamiento autista.
“Entre los extremos imprecisos del ensimismamiento alucinado y la
alienación vacía, las anomalías se gradúan y matizan según el sentido biografico
y sus ingredientes circunstanciales” (Yela, 1983, p. 240). Por eso las anomalías
son históricas, varían según los grupos, sociedades, periodos y culturas, y según
los medios psíquicos y somáticos de cada cual.
C) Que se esclerose la dinámica de estos tres momentos ya señalados y se
fije en cualquier etapa del ciclo impidiendo el libre juego de sucesiones, como
en las neurosis.
D) Que esta dialéctica entre alteración y ensimismamiento se rompa, y se
absolutice la alternancia como dos polos contrapuestos. He aquí la manía y la
depresión (Valencia Gayá, 1966).
En la manía, se vive desde lo otro que absorve la atención sin que nada se
lo impida. El binomio Yo-circunstancia se desequilibra a favor de ésta última.
No se ejecuta el segundo tiempo: del pensar al hacer. No hay un proyecto vital
consistente, sino meras ideas momentáneas, fugaces y cambiantes.
Invitación - E
ResponderEliminarSoy brasileño.
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